La relación entre energía y sociedad
La relación entre energía y sociedad define la propia esencia de esa sociedad. La energía da una clave de lectura de las guerras y conflictos (Ucrania, Oriente Medio…), y su uso interno revela cómo se trata a los más desfavorecidos de cada sociedad. La arquitectura, que es muy sensible a los cambios en los tejidos productivos, está recogiendo las filias y fobias de la sociedad en lo que a energía “verde” se refiere.
Europa quiere dejar atrás los viejos modelos energéticos, y para eso hace falta cambiar la mentalidad. Esto ya ha pasado anteriormente; el valle del Ruhr tenía la reserva más grande de carbón de toda Alemania. Después de la Segunda Guerra Mundial, la región del Ruhr se convirtió en el centro del milagro alemán, encabezando un crecimiento anual que rondaba el 10%. Sin embargo, tras dos décadas desde el inicio de la recuperación, durante la crisis energética de los años 70, el monocultivo industrial de la región sumió al Ruhr en una profunda crisis económica estructural, de la que se salió con un cambio de modelo productivo.
La arquitectura estuvo presente en ese cambio; el parque de 300 km2 de IBA Emscher fue testigo y consecuencia de ello. Se construyeron siete parques, donde se rehabilitaron las zonas extractivas con parques naturales y urbanos, al tiempo que se comenzaban a realizar las primeras rehabilitaciones de edificios industriales. Ese primer paradigma de la puesta en valor del patrimonio industrial se ha repetido desde los años 80 y lo hemos visto en proyectos muy cercanos como la Alhóndiga de Bilbo o Tabakalera en Donostia.
Ahora también existe –al menos en la agenda política– un cambio de producción, en pos de la disminución del consumo de carbono; de las dos derivas posibles –una, que propone un decrecimiento y redistribución de la capacidad de gasto energético; otra, que propone inventarse nuevas formas de crecer sin cargarnos el planeta–, parece que lo que realmente excita al capital es el green capitalism, lo que se traduce en plantear los mismos esquemas desde un punto de vista ultra tecnológico. Es decir, mejor que te compres un coche eléctrico que nos planteemos mejorar la red de autobuses públicos; al fin y al cabo, lo que quiere el capitalismo es que la gente salga a la calle a gastar, manteniendo la tasa de crecimiento.
Al estar en la agenda política y financiera del capitalismo, la maquinaria semiótica de la arquitectura se pone en marcha; ya hemos visto varios ejemplos de primeras espadas del star system (Bjarke Ingels en Copenhague, Snøhetta en Trondheim, Gottlieb Paludan en Shenzhen…) completando proyectos de ingeniería. En el caso que nos ocupa hoy, tenemos la obra de los daneses CF Moller Architects y el artista británico Conrad Shawcross en la península de Greenwich, en Londres.
El edificio parte de una colaboración entre los arquitectos y el artista en el Low Carbon Energy Centre. La península de Greenwich es una antigua zona industrial, reconvertida en un laboratorio urbanístico desde el año 2000, incluyendo 15.700 nuevas viviendas, 300.000 metros cuadrados de espacios de oficina, y el Millennium Dome del arquitecto Richard Rogers reconvertido en un estadio llamado “The O2”.
La capa óptica. El edificio diseñado por los daneses se plantea como una central de ciclo combinado para crear electricidad y calefacción de distrito para la península, convirtiéndose en la red de calefacción residencial de nueva planta más grande de Europa. Tamaño alarde ingenieril –alguien debió pensar– bien merecía un hito arquitectónico a la altura.
Con esa idea de resignificar el elemento industrial, y de paso ocultar la batería de enormes chimeneas que se elevaban 49 metros, se optó por una idea tan antigua como efectiva: el hito vertical. Para eso, y aprovechando la destacada situación de la planta en la entrada de la península, el artista Conrad Shawcross diseñó un revestimiento para esas tuberías en forma triangular, en chapa perforada, que diera distintas texturas y lecturas de la torre. El artista denominó a esta obra “La capa óptica”.
Como no podía ser de otra manera, y ya hemos visto en proyectos como la montaña artificial de CopenHIll de Big en Copenhague, además del elemento estético, los nuevos centros productivos de esta industria “verde” siempre cuentan con espacios educativos y de sensibilización. De nuevo, volvemos a estar ante un fenómeno que, aunque tenga un sabor de greenwashing, nos habla directamente del momento en el que vivimos, y del papel que la arquitectura –poco a poco relegada a un segundo plano de importancia por la ingeniería e industria– se acomoda como creadora de significados reconocibles para el público.