«He tenido una vida plena, espero mantener la sonrisa hasta el último día»
Como no podía ser de otro modo, 7K se cita con Juan Carlos Unzué en El Sadar, estadio que le vio nacer como portero profesional y donde, ahora hace casi dos décadas, decidió colgar las botas cerrando el círculo de una trayectoria futbolística sobresaliente. Su pasión por el deporte rey le llevó a prolongar su carrera desde los banquillos, cosechando éxitos a nivel internacional y compartiendo tareas técnicas con entrenadores de la talla de Frank Rijkaard, Pep Guardiola y Luis Enrique.
Sin embargo, la vida le tenía reservada una dura prueba. A mediados de junio de 2020 confirmó que padecía ELA, una enfermedad degenerativa cuyas secuelas físicas ya se dejan notar. Acompañado de su fiel compañera, María, el guardameta de Orkoien acude al encuentro sobre una silla de ruedas que le garantiza una relativa movilidad. Eso sí, aquel avispado niño que empezó a protagonizar palomitas en las eras de su pueblo y en el sofá de su casa no ha perdido ni un ápice de la agilidad mental que le permitía adivinar por dónde le iban a lanzar un penalti sus rivales o dar con la tecla de la respuesta adecuada a cualquier cuestión.
Consciente de que a su vida se le está recortando la fecha de caducidad, Unzué se ha enfrascado en la tarea de ascender a su nuevo equipo, el de los pacientes de ELA, a la máxima categoría de las prioridades en atención social, médica e investigación. Reconocida su labor colectiva con un buen número de premios, el próximo 6 de julio dispondrá de un altavoz a nivel mundial para visibilizar todavía más dicha enfermedad, al ser el encargado de lanzar el cohete sanferminero. A buen seguro que lo hará con la misma actitud que durante esta entrevista: con una sonrisa constante en su rosto.
¿Cómo se encuentra ahora mismo física y mentalmente?
Físicamente, la enfermedad no para. Se confirma que avanza lentamente, estoy ahora en un punto en el que esos pequeños cambios ya tienen mucha incidencia. A nivel de movilidad, a día de hoy, ya necesito ayuda, incluso para desenvolverme en casa. Desde hace un año, para salir a la calle estoy obligado a usar la silla de ruedas, que me ha dado la posibilidad de disponer de autonomía, no sentir miedo a salir de casa o a caerte. Pero de la misma forma que esto no para, mentalmente tampoco lo hago, eso me hace sentirme bien. Creo que le estoy dando un sentido a mi vida informando a la gente sobre nuestra enfermedad, sus consecuencias y, sobre todo, la cruda realidad de la mayoría de mis compañeros.
Y después de pasar ese mal trago que es mirarse al espejo por las mañanas, ¿qué le impulsa a ser un torbellino vital el resto del día?
Algo que es indispensable para todas la personas, que es sentirnos útiles de una manera u otra, eso me da energía. No nos olvidemos de que todo está relacionado, es una rueda. Cuando puedes dar y ayudar en algo, al final acabas recibiendo mucho, generalmente más de lo que estás dando. Y eso es lo que siento ahora, máxime cuando se trata de algo relacionado con las emociones, los sentimientos, el cariño y el respeto. Si uno deja de sentir eso, el tiempo que va a estar aquí se vuelve muy desagradable y vacío.
En su biografía, «Una vida plena», asegura que todo lo que ha vivido como deportista profesional le está ayudando en estos momentos. ¿En qué sentido?
Cualquier persona tiene la sensación de que su vida es una montaña rusa, repleta de sensaciones muy diferentes, pero para los deportistas profesionales, en mi caso como futbolista, eso se acrecienta todavía más. Si además eres portero, no es solo la sensación, sino la realidad de que puedes pasar en apenas unos días de ser el salvador de un partido al causante de una derrota. Aprendemos a convivir con el error, a superar momentos complicados y frustrantes, siendo incluso muy jóvenes. Se trata de no venirse abajo cuando hay que afrontarlos, ni tampoco creerse el rey del mambo cuando llegan los éxitos. Pues bien, sin darnos cuenta, vamos interiorizando toda una serie de valores que después nos sirven para el resto de nuestra vida y muy especialmente ante una situación muy complicada, ante un diagnóstico difícil, para encontrar ese punto de equilibrio tan necesario.
Entonces, ¿supone un plus para afrontar la enfermedad haber pasado por todas esas experiencias?
En cierto modo, sí, pero como es lógico no se trata de una condición indispensable, algo que se lo digo a cualquier persona que se encuentra ante una dificultad. Lo que he podido comprobar a través de otros compañeros de enfermedad es que no hace falta ser deportista profesional para tener una actitud fantástica ante la vida, a pesar de las limitaciones que te genera esta enfermedad. Muchos de dichos compañeros, en una fase más avanzada, comunicándose a través de una pantalla, de su teléfono móvil, comiendo mediante una sonda, estando en este mundo después de haberse hecho una traqueotomía o con un respirador, siguen transmitiendo mediante una sonrisa que la vida tiene sentido. Esto es algo que hace que me sienta totalmente inspirado.
Se autodefine como extrovertido y cuadriculado, ¿eso también ayuda?
Pues lo de extrovertido, seguro. Hay que tener en cuenta que en el mundo del deporte profesional hay que ser siempre muy cuidadoso con lo que se dice, cómo se dice y cuándo se dice. Pero, ahora, ¿a qué voy a tenerle miedo? Estoy intentando transmitir de forma diferente algo más profundo, relacionado con las emociones y los sentimientos. Y lo que siento es que, cuando realmente te abres con sinceridad y honestidad, y transmites de esa manera, acabas llegando con más facilidad a la gente que te está escuchando.
Y en este Tourmalet que le está tocando ascender, cobra un papel esencial su familia, especialmente su mujer, María. Sin ella, ¿ya se habría rendido?
Como ante cualquier dificultad, es imprescindible tener un entorno cercano que esté unido y te arrope, pero en esta enfermedad todavía más, porque es muy limitante, progresiva y genera una artrofia muscular que te deja inmóvil. En un momento dado, eres dependiente cien por cien y, si no dispones de esa ayuda, suele ser normal que muchos compañeros que padecen ELA sientan que esto ya no merece la pena. También ayuda mucho, por otro lado, estar bien mentalmente, no tanto para alargar la estancia vital más tiempo, sino para que el tiempo que uno está aquí sea lo más llevadero posible e interesante, en cierta manera.
¿Es lo más difícil de sobrellevar, ver cómo el entorno más cercano también sufre con esta enfermedad?
Hace ya unos cuantos meses, mi mujer me planteó que no tenía que ser una obligación para mí ofrecer esta postura optimista y positiva para que mi familia se sintiese bien. Le contesté que, lejos de ser una obligación, es una motivación, algo que me ayuda a levantarme cada día y a seguir peleando. Me siento muy arropado y eso hace que todo sea más sencillo. Hemos vivido momentos fantásticos y otros también difíciles, en los cuales los que más quieres tienen que estar cerca de ti y tienen que responsabilizarse, por eso hay que intentar llevarlo lo mejor posible. Se lo he comentado a mi mujer y mis hijos, siento que mi vida es plena y no solo antes del diagnóstico. Durante estos dos últimos años y pico he vivido experiencias y sensaciones que, de otra forma, muy difícilmente las hubiera sentido.
Usted ha dicho que la palabra clave es aceptar. Para algunos, podría entenderse como consentir o resignarse. En su caso, es todo lo contrario. ¿Es algo así como rebelarse contra esta partida que le ha tocado jugar «con unas cartas de mierda», como dice en su libro?
Se trata de aceptar algo que uno ya no puede controlar ni cambiar, como era mi diagnóstico. He tenido la suerte de sentir esa aceptación de forma natural desde el primer día. Sé que no es lo habitual, que muchos compañeros con este problema necesitan un tiempo de duelo para poder aceptar una situación complicada. Pero, al final, mientras no se demuestre lo contrario, nosotros no somos responsables de lo que nos ha venido, por eso tampoco podemos tener una sensación de culpabilidad ante lo que estamos viviendo. Tengo claro que aceptar es lo que me ha dado la posibilidad de jugar esas muy malas cartas que tengo, pero de la mejor forma posible.
Y desde entonces ha emprendido una campaña de egoísmo altruista para reivindicar que los afectados por ELA no son invisibles.
Ese es el objetivo que tengo, informar de en qué consiste esta enfermedad y la cruda realidad que provoca, algo que hace que la gente quede impactada y muy concienciada. Lo que he podido comprobar durante este tiempo es que hay muchísimas personas que quieren echar una mano, bien sea de forma material, organizando eventos para obtener recursos destinados a la investigación o para asociaciones y fundaciones, o bien simplemente dándote cariño, que también es muy importante. Todo ello me está dando la razón en algo que pienso desde hace mucho tiempo, y es que en este mundo hay muchísima más gente buena que mala. Lo estoy comprobando prácticamente a diario y eso es impagable.
Desde luego no será por que su voz no se escuche. Prácticamente todos los días está en los medios.
El mayor miedo que tuve cuando anuncié mi diagnóstico es que el impacto no tuviese continuidad a la hora de que la ELA estuviese en el foco informativo, pero los medios de comunicación le habéis seguido dando eco al tema y hablo en plural porque ha habido espacio para conocer la enfermedad desde diferentes ámbitos. He visto entrevistas a doctores, a otros compañeros, algunos de los cuales están muy activos en redes sociales. Ese trabajo diario que ha estado detrás ha sido la base para que esto pueda ocurrir, la labor de asociaciones y fundaciones, imprescindible desde hace muchos años, de afectados, con nombres y apellidos.
¿Siente que le puedan achacar que acapare cierto protagonismo individual?
Es algo que no ha ocurrido porque el mensaje que transmito siempre lo hago priorizando al equipo, en este caso a los afectados por la ELA, una visión que tengo muy interiorizada de mi época como profesional del fútbol. La idea es que todas las acciones que realicemos sean lo más colectivas posibles y beneficiando a dicho colectivo. Al fin y al cabo, si no es bueno para todos, tampoco lo es para ti a nivel personal. Lo que percibo es que hay una relación obligada en esta cuestión.
Y parece que, poco a poco, las instituciones comienzan a hacer caso a las reclamaciones de los afectados por la ELA.
Casi podría decirse que estamos en un momento de enhorabuena, tal y como me lo han hecho saber otros compañeros que llevan más tiempo con la enfermedad. Hace pocas semanas se firmó en el Congreso, de forma unánime, una proposición de ley que viene a exigir esa vida digna que quienes padecemos ELA venimos reclamando. Es un primer paso, pero las bases ya están puestas para que los cambios, sobre todo en ayudas e investigación, lleguen lo antes posible porque los políticos ya saben de la agresividad de esta enfermedad y de que no nos deja demasiado tiempo. Cada día se nos van tres compañeros y se nos unen otros tres. En su momento, ya comenté que fichaba por un equipo humilde, pero muy perseverante, a la hora de transmitir la situación en la que vivimos, algo que no es justo y no debemos permitir. Se me partió el corazón la primera vez que me enteré que algunos compañeros dejaban este mundo o se entregaban porque se sentían como una carga familiar. Puede haber mil razones, respetables todas ellas, para dejar este mundo por una enfermedad como la de este tipo, pero no podemos consentir que el motivo sea un problema económico, debemos tener derecho a una vida digna. ¿Qué hay más importante que la vida?
Un mensaje en tono claramente positivo, que ¿puede ser extrapolable al común de los mortales?
Estamos en una sociedad en la que vemos con preocupación cómo mucha gente joven no le encuentra sentido a la vida y se deja ir. Muchos enfermos de ELA, a pesar de las limitaciones que padecen, lanzan un mensaje completamente diferente, que merece la pena seguir viviendo. A mí me parece que es la leche, un mensaje inspirador y que estamos desaprovechando en un momento que podría ser de mucha ayuda, de ponerlo encima de la mesa como apoyo para mucha gente. También tengo que decir que, cuando el año pasado se hizo efectiva la Ley de la Eutanasia, creo que es un derecho que, a día de hoy, no tengo ninguna intención de llevar a cabo, pero tenerlo ahí y, dependiendo de qué situaciones, pues utilizarlo me parece bien y así poder tener ese derecho a la muerte digna.
Y ahora va a disponer de un altavoz único, como son las fiestas más conocidas a nivel mundial.
Como navarro, es un orgullo poder lanzar ese cohete, en mi tierra, en mi ciudad, delante de tanta gente, pero tengo que reconocer que me hace mucha ilusión también porque de esta manera va a ser otro momento donde vamos a poder darle visibilidad a la enfermedad. Y en este caso a nivel internacional. Tras confirmarse la noticia, algunos amigos me mandaron videos de anteriores chupinazos y, solamente con ver ese ambiente, ya se te ponen los pelos de punta. Soy bastante frío y me cuesta emocionarme, pero igual esta vez cuando esté en el balcón… Va a ser un día muy especial. Me han preguntado si ya he preparado algo para el momento, pero entiendo que hay situaciones que no se pueden entrenar. Esto es como el que ensaya todos los días lanzamientos de penaltis y los mete todos. Luego llega el momento clave del partido, cuando aparece esa presión y tensión que no has podido entrenar. Pues esto es algo parecido.
Ya hemos mencionado que su libro lleva por título «Una vida plena». Pero algo se le habrá quedado por hacer…
Muy pocas cosas, la verdad. Me hubiese gustado correr un maratón y, ya que solo iba a hacer uno, tenía pensado participar en el más famoso, el de Nueva York. También me ha faltado trabajar en el extranjero, tanto de jugador como de entrenador, aunque tuve algunas opciones, por aquello de vivir una nueva cultura, lengua, costumbres… Mi madre tiene 95 años y me suele recordar que es una pena que esto me haya pasado siendo joven todavía, pero yo le digo que he vivido mis casi 55 años a plenitud. Sigo teniendo esperanzas y sueños, el sueño de que algo cambie para que los enfermos de ELA tengan la vida digna que reivindicamos. Además, una de las cosas que me ha dado mucha tranquilidad en estos momentos es el haber mirado hacia atrás y ver que, en mi vida, cuando me ha apetecido hacer algo o he tenido algo en la cabeza, y un poco de tiempo, me he tirado a la piscina. Unas veces ha salido mejor y otras, peor, pero siempre he vuelto a ponerme de pie. Por eso animo a la gente joven a que sea valiente y atrevida, que no le dé miedo a tirar adelante con sus proyectos.
En este mismo lugar donde estamos, El Sadar, cerró un círculo y dio por concluida su trayectoria deportiva como jugador hace casi dos décadas. ¿Le costó mucho ese cambio de vida?
Lo cierto es que volví a sentirme un privilegiado, ya que tuve la suerte en aquel momento de que el Barcelona me llamase para trabajar como técnico de porteros. Fue un punto y seguido, no un punto y final. A pesar de que ya tenía 36 años y no había jugado prácticamente nada, sumado a la frustrante eliminación copera en semifinales frente al Recreativo, Osasuna me ofreció la renovación. Me encontraba en buena condición física, pero tomé la decisión de retirarme por las dudas que me generó el hecho de que veía que no podía aportar algo en el día a día, que me iba a costar bajar a entrenar. Y si en algún sitio no podía permitirme no estar al 100% era en mi casa.
Le dio continuidad a la pasión por el fútbol con su presencia en los banquillos, donde engordó todavía más su palmarés con grandes títulos internacionales.
Fui entrenador de porteros durante ocho años, en los que aprendí muchísimo porque coincidí con Frank Rijkaard y Pep Guardiola, dos compañeros que me ayudaron un montón. El primero es una de las personas que más me han condicionado, incluso en mi forma de ser, pese a que era un tipo totalmente diferente a mí, pero me gustaba lo que veía en él. Pep ha sido todo a nivel de conocimientos futbolísticos, me dio la oportunidad de crecer como entrenador. Después estuve cuatro años con mi íntimo amigo Luis Enrique, viviendo situaciones de mucho éxito y también algunas duras. En mi cabeza siempre estaba la idea de ser algún día primer técnico y lo conseguí, lo hubiera prolongado de haber estado bien físicamente, pero en el fondo no me quedaban cosas por hacer. Siempre me ha gustado estar más a pie de césped, en el banquillo, pero no hay nada parecido a ser jugador, la sensación de ser partícipe y estar involucrado en lo que está sucediendo en el terreno de juego.
¿Pensó aquel niño que jugaba en las eras de Orkoien que llegaría tan lejos?
Suelo decir que es que no me dio tiempo a soñar. A los 13 años aún no había jugado un partido oficial, a los 15 competía en mi colegio y a los 18 estaba en Primera División. Fue una sensación de que no me había dado tiempo ni a soñar que yo quería ser portero. Sí que quería ser como Arconada, eso es verdad, y lo he repetido en varias ocasiones. Tenía el sofá de mi casa destrozado porque hacía unas palomitas como él, yo tirándome con una pelota de tenis y además lo retransmitía y todo. No llegué a ser Arconada, pero sí un portero de Primera durante 17 años.
Ha dicho: «Cuando me marche de este mundo, espero que me recuerden con una sonrisa».
Es el final del libro y lo repito más de una vez porque me encantaría. Me encantaría que, cuando yo no esté aquí, no produzca tristeza. Sé que cada persona es una historia y hay que respetarlo, además ya no estaré aquí para echarles la bronca (risas). Este tiempo me está dando la posibilidad de transmitir lo que siento y no solo a mi entorno más cercano, sino en general a la gente. Ya he dejado claro que mi vida ha sido plena. ¿Cómo va a producir eso tristeza? No, vengo de un trabajo toda mi vida colectivo, de trabajo en equipo, que es lo que yo siento. Al final, esto no para, individualmente no somos tan importantes. Se nos han ido personas muy queridas y esto sigue. A mí me encantaría, si es posible al siguiente día, que mis seres más cercanos sigan viviendo de la forma más optimista, con la mayor alegría que se pueda tener. Y dentro de eso, con una sonrisa, esa sonrisa que yo llevo y espero mantener hasta el último día.