Kepa Arbizu
UN ÉXITO SIN VISTAS AL EXTERIOR

Nadia Comaneci, el mito enjaulado

“Nadia Comaneci y la policía secreta. Historias de la Guerra fría” (Oberon, 2023), de Stejarel Olaru, es por un lado una exhaustiva biografía sobre la ilustre atleta pero, a su vez, resulta un relato de terror en cuanto que revela las traumáticas normas que soportó en sus entrenamientos y el asfixiante control al que fue sometida por los servicios de espionaje del Gobierno de Ceaucescu.

Aprovechando el cobijo que les facilita la noche y enfundados en unas improvisadas vestimentas de camuflaje, varias personas siguen los pasos marcados por un individuo que hace de guía. Pese a la poca convicción que transmiten sus indicaciones, su conocimiento del terreno es aval suficiente para dejar en sus manos la misión de, en plena Guerra Fría, atravesar clandestinamente la frontera que separa Rumanía y Hungría. Una aspiración que cuando parece alcanzada, sus sigilosos pasos, que llevan horas atravesando todo tipo de agrestes paisajes, se topan con unos soldados uniformados que les dan el alto y les piden su identificación. Entre la sucesión de nombres, resuena uno: Nadia Comaneci.

LA INTIMIDAD TRASGREDIDA

De esta manera tan novelesca comienza el libro del escritor, historiador y politólogo Stejarel Olaru. Una escena que, pese a su carácter fílmico, responde a la más absoluta realidad. Tanto es así que la narración continúa cuando, tras la sorpresa e incluso nerviosismo que demuestran los militares al confirmar la identidad de la joven que tienen delante, acceden a permitirle el paso, concesión que deniegan a sus otros acompañantes. En un sorpresivo arranque de heroicidad, la famosa deportista rechaza dicho salvoconducto mientras no se haga extensible a los demás. Tras unas palabras en privado, de las que se desconoce su naturaleza, la petición es aceptada. Así finaliza, tras el logro de la nacionalidad estadounidense, una historia de la que, a modo de flashback, iremos reconstruyendo las piezas que condujeron a la icónica atleta a poner su vida en riesgo con el propósito de escapar de su país natal, Rumanía.

Comaneci en los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980. Comitetul Olimpic si Sportiv Roman - Wikipedia

Toda biografía se nutre de diversas fuentes para extraer el conocimiento suficiente con el que elaborar un perfil fidedigno. Y si algo tiene esta obra es una ingente cantidad de datos, siempre debidamente compulsados, algunos de ellos provenientes de un origen nada habitual, como son los archivos de la policía política, la Securitate. Informes que, una vez desclasificados, se convierten en un atípico pero revelador narrador. Porque no hay mayor veracidad que aquella que se dirime en la intimidad, un ámbito por lo normal reservado a los círculos más allegados pero que en esta ocasión fue compartido por un ejército de observadores extendido alrededor de la atleta y su entorno, transformándose en voces autorizadas, que no legítimas, para desentrañar lo sucedido a lo largo de su trayectoria.

Pese al siniestro e intrigante eje vertebrador sobre el que se aposentan estas páginas, en ellas late igualmente una condición de biografiá convencional, esa que nos sitúa en la localidad de Onești, uno de esos enclaves aupados industrialmente por las políticas comunistas del régimen, frente a una niña que demuestra su infatigable ansia por corretear, jugar y subirse a lo árboles. Un inasequible aliento que sus padres intentan desfogar apuntándole a clases de gimnasia, a la postre transformada en su gran pasión y, en no pocas veces, tragedia. Pero, más allá de su resurgimiento económico, la pequeña ciudad también es el destino para muchos entrenadores que, defenestrados o apartados de los centros neurálgicos, vierten sus conocimientos a un grupo de alumnas, entre las que se encuentra Nadia Comaneci (12 de noviembre, 1961), que se convertirán en el estandarte de un equipo nacional rumano llamado a consolidarse como máximo oponente de la invencible escuadra soviética.

En Montreal, en 1976, realizando ejercicios sobre la barra de equilibrio. Comitetul Olimpic si Sportiv Roman - Wikipedia

DE NIÑA A ATLETA “10”

Apadrinada en sus primeros pasos por la pareja de preparadores Duncan y Munteanu, será el siniestro -pero efectivo cuantitativamente hablando- tándem formado por Béla and Márta Károlyi quien acompañe a la trayectoria gloriosa de la gimnasta. Un talento ya destapado en competiciones juveniles, no solo por su capacidad para iniciar un idilio con las medallas de mayor valor, sino por ejecutar a los once años ejercicios propios de categorías superiores. Pero si en todo ese periplo hasta coronarse como figura se da por lógica la ecuación donde interviene el esfuerzo y sacrificio, más teniendo en cuenta un método de trabajo de ascendencia rusa reconocido por su férrea disciplina, no lo es tanto la relación nociva y (auto) destructiva que le unió a sus entrenadores, quienes hacían gala de unos crueles métodos, entre los que se incluían insultos, medidas asfixiantes de alimentación y aislamiento o incluso la violencia física. Hechos descritos blanco sobre negro por una red de informantes, ya perfectamente establecida alrededor de la figura de la deportista, que sin embargo nunca decidieron actuar, o no con la premura necesaria, mientras esas lágrimas y sufrimiento se pudieran intercambiar por éxitos.

La gimnasta en Montreal en 1976. Comitetul Olimpic si Sportiv Roman - Mircea Hudek - Wikipedia

NACE “CORINA”

Unas estremecedoras medidas que todavía no paliaban el cariz imaginativo que las piruetas de Comaneci desprendían, haciendo de ellas el emblema que le propició durante sus primeros Juegos Olímpicos, fechados en 1976 en Montreal, hacer historia, tanto como para necesitar que los hasta ese momento marcadores electrónicos incapacitados técnicamente para otorgar la puntuación máxima, un 10, tuvieran que hacerlo hasta en siete ocasiones. El ídolo de masas nacía en paralelo a un objetivo prioritario para las escuchas y el espionaje, creciendo su fama al mismo tiempo que su vida se tupía de ojos inquisitorios. Bajo la excusa de la seguridad, lo que en realidad no era sino un intento por evitar contactos externos “indeseables”, su día a día se convirtió en un libro abierto, o mejor dicho en un diario personal con acceso público, al que desde ese momento catalogarían con el epígrafe de “Corina”, nombre en clave para los cada vez más recurrentes informes en los que se hacía mención a la deportista.

Especialmente preocupantes resultaban las recurrentes noticias respecto a la inestabilidad deportiva y anímica que rodea a la campeona, que durante fechas posteriores a su éxito intercala desplantes y altibajos en su estado de forma, con las represalias derivadas de tales insubordinaciones. Castigos que en ocasiones se desarrollaban de manera indirecta, como hacerle competir a sabiendas de su imperfecta preparación en busca de socavar su imagen, mientras que en otras tomaban formas concretas de lo más abyectas, obligándole a guardar ayuno absoluto durante varios días. A estas alturas la guerra declarada entre Comaneci -y todas sus compañeras- y sus entrenadores se formulaba en ambas direcciones: mientras por un lado reclamaban acabar con las draconianas medidas, del otro se señalaba a la gimnasta como caprichosa, altiva y carente de espíritu de sacrificio.

En Moscú en 1980, posando con las medallas logradas en esos Juegos. omitetul Olimpic si Sportiv Roman - Mircea Hudek - Wikipedia

LAS MIL VIDAS DE UNA ESTRELLA

Por aquel entonces Nadia tiene 16 años y, al igual que su cuerpo evoluciona y tiene algunos problemas de adaptación a su nueva morfología, su percepción de la realidad, todavía machacada por el maltrato de los entrenadores y la cada vez mas ostensible reclusión en la que se encuentra, deriva en capítulos dramáticos. Si su denominado intento de suicidio fue tibiamente aclarado por ella misma como un error consecuencia del cansancio, su ingesta de champú como manera para llamar la atención sobre la situación en la que se encuentra no pudo ser ocultada. Sucesos avivados convenientemente desde la denominada prensa “libre” que no dudó en incorporar un acento sensacionalista en su labor como protagonistas, y nada secundarios, en esa guerra de bandos que se dilucidaba en plena Guerra Fría. Incluso el regreso del temido entrenador, aunque siempre ambiguamente tratado por la propia Nadia cuando no dudaba en señalarle como un fiel baluarte, supuso enmarañar los condicionantes con los que encaraba una recta final de carrera que sin embargo iba a resurgir de la manera más inesperada y al mismo tiempo majestuosa. Fue en el campeonato mundial de Forth Worth, en 1979, al que llega con una lesión en los dedos, y que pese a ella, y vista la mala clasificación de su equipo, no duda en subirse a una barra de equilibrios en la que sólo puede apoyar una mano y tres dedos de la otra. Inconvenientes que no evitan la realización de un ejercicio extraordinario y que realzó la nota grupal. Un éxito acompañado, literalmente, de sangre que ni por parte de su entrenador, que mostró un total desinterés por la hazaña, ni de los estamentos estatales, más centrados en recuperar el espíritu colectivo y no el individual, tuvo el apoyo esperado.

EL FINAL DE UNA CARRERA; EL INICIO DE LA LIBERTAD

Pese a la importancia que suponían los Juegos Olímpicos disputados en Moscú en 1980 para la gimnasta, ya que significaba su última aparición en una competición de élite, no lo eran menos para su país, que pretendía reivindicarse y asaltar la imbatibilidad de los rusos. Una condición de visitantes y aspirantes que fue recibida con la animadversión ya esperada de público y medios de comunicación, pero que resultó todavía más feroz por parte de la organización, ya fuera en el tratamiento a los atletas como en unas puntuaciones claramente coaccionadas. Una participación que a la postre sería más llamativa que por lo obtenido deportivamente, donde Comaneci volvió a sobresalir, por aquello desaparecido en el trayecto, concretamente tres miembros de la comitiva que aprovecharon para fugarse, entre ellos el conflictivo entrenador, que desde el exilio siguió tensando la cuerda y chantajeando al régimen con hablar más de la cuenta. Una vez mas el silencio administrativo y el apagón mediático fue la respuesta consensuada.

Finiquitar su carrera deportiva no supuso la tranquilidad que ella demandaba, al contrario, sus movimientos continuaban igual de vigilados. Sus ahora labores en diversos puestos relacionados con los equipos olímpicos, y que requerían de una movilidad mayor, era cercenada reiteradamente, facilitando solo su salida a países pertenecientes al bloque del Este. Incluso las sorprendentes excepciones, como su presencia en Los Ángeles, son milimétricamente controladas bajo el miedo de nuevas deserciones. Una idea, la de fugarse, que paradójicamente nunca anidó en su cabeza hasta que comprendió que, incluso después de abandonar la fama, los hilos de su vida seguían manejados por agentes externos a ella, dedicados en aquellos momentos a acusarle de libertinaje y denegando el permiso para conceder cualquier entrevista. En ese contexto la aparición de su amigo Constantin Panait, otro exiliado que insistía en las maravillas sobre su nuevo status de libertad en Estados Unidos, significó una luz de esperanza. Juntos coreografiaron todo un plan digno del mejor guion cinematográfico que llevaron a buen puerto no sin dificultades. Aunque ninguna comparable con la presión a la que sometió el gobierno a todo el entorno que había dejado en Rumanía, obstruyendo su vida personal y profesional, y el furibundo desprestigio que lanzaron contra su figura, con el único interés de enturbiar unas posibles declaraciones difamatorias, que nunca llegarían, sobre el régimen.

Todo deportista de élite es utilizado con fines políticos, sus figuras suelen ser de las pocas capaces de esquivar las animadversiones partidistas, lo que suele deparar, de forma deseada o no, verse enfundadas con los colores de la bandera correspondiente y sus vidas mostradas como ejemplo a seguir. El caso de Nadia Comaneci adquiere tintes más relevantes por mor de su nacimiento en medio de una batalla entre bloques ideológicos que sabía del poder propagandístico, mayor que cualquier cuerpo diplomático, de sus exquisitas cabriolas. Su vida estuvo castigada por la severa mano dura que sólo consiente el éxito mientras mil ojos aspiraban a dirigir sus pasos según la conveniencia de intereses que distaban mucho de su destreza atlética. Sin embargo, aquellos siniestros nombres en clave que horadaron su intimidad, escuchaban sus conversaciones o se convertían en el eco de sus pasos, han acabado por convertirse en el vehículo más explícito para humanizar y engrandecer todavía más unas medallas tintadas de dolor. Una angustiosa existencia a la que el paso del tiempo ha recompensado con la conquista de una imagen sólo digna de admiración, algo de lo que dudosamente podrán presumir quienes ejercieron de sombras amenazantes, castigadas al papel de meras cenizas en el curso de la historia.