TERESA MOLERES
SORBURUA

Frutos de otoño

El fruto del Physalis alkekengi tiene forma de linterna rojiza, es voluminoso y se utiliza como adorno, porque su conservación en seco dura mucho tiempo. Con los physalis se confeccionan esos ramos denominados “bouquets perpetuos rojos”. Los floristas de París ya los empleaban en 1554 rasgando su flor para formar estrellas. Hoy en día se hace lo mismo pero con la variedad P. Francheti, originaria de Japón, que es rústica y de fácil cultivo.

El espino negro (Prunus spinosa) es un arbusto muy presente en nuestro país. Su madera es dura y densa y en otros tiempos se utilizaba para fabricar bastones y mangos de herramientas. Los panaderos lo apreciaban porque con sus llamas se cocía muy bien el pan. Parece que hay hasta 35 variedades de pájaros, entre los que figuran los tordos además de los cuervos, que enloquecen por sus bayas globulosas. También les gustan a zorros, martas, tejones y garduñas, que participan en su extensión diseminando los huesos como se observa en sus excrementos.

El Sello de Salomón (Polygonarum odoratum) es frecuente en los suelos calcáreos secos. Sus flores perfumadas son parecidas a las del muguet o lirio del valle y sus bayas de color violeta oscuro recuerdan a las del espino; son muy venenosas y contienen una sustancia tóxica parecida a la digitalina. Sus rizomas se utilizan en la medicina tradicional china como analgésico.

Los escaramujos son los frutos rojo brillante, parecidos a balones de rugby, de la rosa o eglantina Rosa canina. Es un valor a conservar en los setos naturales o bosquetes para que florezcan de mayo a julio. Los frutos se recogen ahora y sus semillas hay que sembrarlas en una tierra bien trabajada; luego cubrirlos con una capa de arena de 1 cm. de espesor. Dentro de un año se sacan las “plantitas” que ya se pueden instalar en su lugar definitivo.

Los arándanos (Vaccinium corymbasum) merecen plantarse por sus frutos. Los producen en abundancia y necesitan poco mantenimiento. De follaje caduco, en otoño presentan preciosas coloraciones aunque, eso sí, requieren de un suelo ácido. A las flores, como campanitas en racimos blancos, les siguen los frutos redondos y azulados, que resultan muy sabrosos tanto crudos como cocidos.