IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Sokatira

Dos equipos, equilibrados en peso. Ambos vigorosos, con determinación y cohesión. El juez levanta la cuerda, con el pañuelo atado colgando de un punto medio. Ambos grupos de personas tensan a una la soga, le transmiten su fuerza, la mantienen, y esperan. Están concentrados, oponentes, dispuestos a estirar con todas sus fuerzas en cuanto el juez considere y deseosos de atraer el pañuelo más allá de la línea que tienen más cerca; si lo hacen, ganarán.

Hay muchas ocasiones en la vida en las que podríamos identificarnos con ese pañuelito que cuelga de la cuerda tensada por dos fuerzas opuestas, equilibradas, que nos llevan de un lado al otro. O incluso como si ese pañuelo fuera el único eslabón entre dos trozos de cuerda rota, solo unida por el pedacito de tela. Tomar partido por un bando u otro a veces es una decisión, pero otras muchas no es más que el efecto de vivir las fuerzas que nos estiran por dentro, que nos reclaman con exclusividad para uno u otro lado, aunque nosotros pudiéramos elegir a ambos o a ninguno. Y en efecto, no siempre es cuestión de elección; sin duda, no elegimos sentir la tirantez interna, la incomodidad de sentir y pensar que, si optamos por uno u otro bando, estamos dejando fuera una parte de nosotros mismos, quizá una importante. Tampoco elegimos el resultado potencial de ir a uno u otro lado sobre nuestros asuntos, aunque quizá sí tengamos más responsabilidad, más poder del que pensamos cuando tiran de nosotros sin preguntar.

Una adolescente cuyos padres se han separado hace mucho tiempo y siguen peleando, está en una situación así; uno y otro tiran de ella para que se posicione, sin saber –conscientemente, al menos– que, de hecho, no puede elegir, ya que, si lo hace, pierde al otro y se queda sin lo que este le diera, fuera mucho o poco. Los padres hacen su lucha contra su expareja pensando y sintiendo que tienen la razón, los argumentos, el dolor o el resentimiento, lo expresan abiertamente a su hija, «para que sepa lo que hay», dirían, y lo hacen sin tener en cuenta que están tirando de la psique de su hija hacia un lugar al que ella no podrá ir sin perder algo muy importante, sin perder una relación.

Este es un ejemplo de muchos que podríamos poner en los que la dicotomía nos coloca en una situación equidistante no carente de tensión, no cómoda, aunque como el pañuelito de la viñeta inicial, la persona aparezca durante un buen rato inmóvil, temblorosa, a merced, aparentemente indiferente. En estas ocasiones podríamos decantarnos, claro que sí, podríamos ser justos o injustos, coherentes, íntegros y elegir a pesar de la renuncia, o por lo menos eso se nos pide, un sacrificio por amor a la causa. Un sacrificio de nuestra ambivalencia, como si fuera fruto de la indefinición, y ésta fuera un valor a la baja; en los conflictos de cierta intensidad que cursan con conclusiones totalitarias y excluyentes se nos pide un sacrificio de nuestra capacidad de empatía, de nuestra flexibilidad, de nuestra capacidad de inclusión y de metabolización de lo que es diferente, incómodo.

La sokatira no admite ambigüedades: o somos nosotros o son ellos. Las relaciones familiares, de empresa, de pareja, de amistad, no están exentas de asumir la filosofía de este deporte cuando a conflictos se refiere. Quizá nos quede por experimentar, por aprender a cómo hacer cuando las fuerzas están parejas, cuando las personas en el medio tienen qué decir, cuando un niño quiere estar con los dos, cuando una adulta necesita tiempo para inventarse una tercera opción. Quizá, en lo que a los conflictos entre personas se refiere, tenemos que inventarnos más deportes.