MIKEL SOTO
gastroteka

La última cena

El 50 aniversario de la llegada a la luna nos dejó un torrente de información un tanto más buenrollera, constructiva y positiva que la habitual. A mí lo que más me ha gustado es el breve vídeo de Buzz Aldrin con sus 72 años dándole un buen mamporro a un violento conspiranoico que lo increpa al grito de cobarde, mentiroso y ladrón (sic). Que un macaco te diga que tú no has estado donde has estado es desquiciante como pocas cosas; salvando las distancias, me ha ocurrido con negacionistas de la tortura y es enervante en extremo. Pero en este extraño retorno a la Edad Media que estamos pilotando, en el que cualquier iletrado que no sabe hacer la regla del tres te sermonea sobre que la tierra es plana, las vacunas crean autismo y hay una conspiración farmacéutico-drogadictil para dar anfetaminas a nuestros púberes, realmente creo que estamos entrando en la fase o estado mental en el que literalmente todo es posible.

Yo, por ejemplo, llevaba años escuchando que Da Vinci había inventado la servilleta, el tenedor y poco menos que la gastronomía moderna, así que decidí investigarlo. Haciendo una búsqueda simple en Google, encontré que «Da Vinci fue maestro de ceremonias en la corte de Ludovico Sforza, donde intentó cambiar los groseros gustos renacentistas por un arte culinario refinado» (Olga Harmony, “La Jornada”). «El gran Leonardo fue durante toda su vida no solo un gran cocinero, sino en cierto modo un precursor de la cocina actual, tanto por su concepto de cocina de tipo minimalista como por la propia presentación de las propuestas, lo que hoy en día se llama el ‘emplatado’» (Diario de Gastronomía). «Defensor de la Nouvelle cuisine en su época, Da Vinci hizo descubrimientos en la cocina que parecerían muy difíciles de creer para el momento en que el pintor vivía» (Instituto Gastronómico ASPIC). «Leonardo critica hábitos y da reglas para que cambien. Algunas son: amarrar los conejos cuyo lomo sirve para que los comensales se limpien las manos de grasa al comer, y lavarlos para evitar el hedor que de ellos emana» (N.J. Socorro, “El Nacional”). «La rebanadora de pan, una picadora de vacas, el sacacorchos para las botellas, el molinillo para la pimienta, un objeto para triturar ajos y perejil o un sistema de lluvia artificial para apagar los posibles incendios de las cocinas fueron otras de sus ideas» (Gastromadrid). Uno pensaría que cuando se encuentra ya un artículo con la pregunta «¿Qué hay de verdad y mentira en la historia de Leonardo Da Vinci con la cocina?» (Helios), va a encontrar un ápice de verdad, pero ni por esas.

Nada de esto es cierto. En 1987, la pareja de historiadores británicos Shelagh y Jonathan Routh publicaron un libro que se tradujo al castellano tramposamente sin indicar el nombre de los autores y con el título “Notas de cocina de Leonardo da Vinci” (Temas de hoy, 1996); un divertido ejercicio literario, imaginativo, gamberro y totalmente alucinatorio que se ríe de la gastronomía moderna, ayudado por hermosos dibujos de los supuestos inventos de Da Vinci. No debería de haber pasado de ser un ocurrente y entretenido libro, al estilo del hermosísimo “Bestiarium Gastronomicae” (Mugaritz, 2006) que publicó Andoni Luis Aduriz con ayuda de Harkaitz Cano, un gran ejemplo de lo que se puede hacer con imaginación, humor y buen gusto. Pero en este mundo apocalíptico e integrado a la vez, en el que cualquier mandril te discute tu vida o te dice que el microondas da cáncer, lo mejor que puedes hacer es informarte bien y seguir las recomendaciones de Da Vinci para la mesa: «No poner caras horribles ni los ojos en blanco; no escupir ni prender fuego al compañero durante la comida».