Mil años de historia nos contemplan
En el siglo XI ya era conocido como Jauregizar y, mil años después, este palacio de Arraioz (Baztan) sigue mostrando orgulloso una ancestral estructura de piedra y madera que recuerda un pasado de guerras de conquista y acusaciones de brujería, y que alberga un presente y un futuro vinculado al estudio y la difusión de la cultura vasca.
A comienzos del siglo XI, el Reino de Iruñea vivía un momento de esplendor. Bajo el cetro de Sancho Garcés III, conocido como el Mayor, había alcanzado la que sería su máxima extensión territorial. Dentro de esa expansión, uno de los territorios que había pasado a estar regido por el soberano vascón era el valle de Baztan, que podría estar vinculado al Ducado de Wasconia, gobernado por Sancho Gillén.
Esa incorporación se habría producido hacia el año 1020, tal vez como pago por el apoyo de Sancho el Mayor al duque de Wasconia en una campaña militar. A partir de ese momento, el valle aparece en los documentos que expedía la cancillería del reino y, en uno de ellos, en el que se citan varios lugares de Baztan, figura recogida la fortaleza de Arraioz, Jauregizar.
Que ya entonces fuera denominado ‘palacio viejo’ es todo un indicativo de la antigüedad del mismo y es un término que ha servido para diferenciarlo de otra estructura palaciega existente en Arraioz y que es denominada Jauregiberri, aunque en castellano es conocida como palacio de Bikuña.
La huella de los Ursua. A finales del siglo XIV, entraba en el palacio el señor Sanz de Hirigoyen, un noble procedente de Senpere. En el segundo cuarto del siglo XV, una hija suya, María Sanz de Hirigoyen, se casó con Guillermo de Ursua, hijo bastardo del Señor de Ursua, del solar de Arizkun. Todo apunta a un matrimonio de conveniencia en el que una familia noble buscaba a una persona con dinero e influencia pero sin título oficial para levantar la economía de la propiedad.
Fruto de ese enlace nació Johan, que también llegaría a ser notario y que tendría un hijo que se convertiría en el Ursua más conocido de este linaje.
Martín de Ursua fue uno de los navarros que colaboró más activamente en la conquista española del viejo reino pirenaico en el siglo XVI y era un hombre de carácter y que dejaba rastro con sus correrías.
Ursua combatió por los españoles en los principales episodios de la conquista de Nafarroa. Así, participó en saqueos en incursiones al monasterio de San Salvador de Urdazubi, con sustracción de abundantes documentos, y posteriormente, en el asedio al castillo de Amaiur, y buscó obtener beneficio al luchar por los vencedores.
Incluso llegó a intitularse señor de Jauregizar por ser dueño del palacio de Arraioz. Sin embargo, ese título existía y pertenecía a otro personaje de Irurita, que le llevó a juicio por utilizarlo.
Ursua perdió el pleito y el virrey, para compensar de alguna manera a tan buen servidor de los españoles, decidió, según se recoge en un documento localizado por el investigador Pedro Esarte, que se le hiciera entrega de una puerta del castillo de Amaiur y de un cañón.
Este último no se encontraba en buen estado y fue fundido por el herrero de Elizondo. En cambio, la puerta de Amaiur estaba en buenas condiciones, a pesar de que se apreciaban las consecuencias del asedio de julio de 1522, ya que luce 31 impactos de proyectiles, y Ursua decidió utilizarla como puerta del palacio. Una función que sigue desempeñando quinientos años después en el mismo lugar.
Acusaciones de brujería. Tres generaciones después de Martín de Ursua, Jauregizarrea fue escenario de un tenebroso episodio cuando el palacio era propiedad de Catalina de Iturbide, viuda de Larralde.
A finales de 1610, varias mujeres fueron encerradas en el palacio acusadas de brujería. Se trataba de Graciana de Barrenechea, Sabadina de Zozaya, María de Zubiria, María Martin de Elizaguiberea, María de Mendi, María de Arozarena, María de Aldeco y Catalina de Gortari.
Las mujeres fueron torturadas con especial saña. Por ejemplo, un testigo llegó a relatar que el 31 de diciembre de 1610 había visto a Graciana de Barrenechea encadenada a una columna y con los pies desnudos, y cómo le echaban agua en ellos con una herrada, lo que le produciría unos dolores insoportables teniendo en cuenta las bajas temperaturas. De hecho, terminó muriendo a causa de los malos tratos sufridos.
Curiosamente, todo este proceso fue revisado en 1612 y, a consecuencia de ese análisis de la acusación, fueron declarados culpables de persecución sin fundamento contra esas mujeres el notario Narvarte y su superior Aranibar, el jurado de Arraioz Perochena y, en última instancia, el abad de Urdazubi.
Tras este capítulo oscuro de su historia, el palacio fue perdiendo cierta importancia, ya que sus propietarios se trasladaron a Iruñea a partir de mitad del siglo XVII, de tal manera que pasó a ser una propiedad en arriendo a inquilinos para su explotación como caserío, con animales y cultivos.
Un palacio en constante evolución. De la misma manera que los propietarios iban desfilando con el discurrir de los siglos, el propio Jauregizarrea ha ido dejando testimonio del paso del tiempo en su estructura.
El edificio original de comienzos del siglo XI tendría parte del aparejo de piedra de la base del actual palacio, como el sillarejo de la planta baja de la torre. Del siglo XIII es la torre en sí, que sufrió remodelaciones en el XIV y el XV.
La mayor intervención en el palacio se produjo en 1522. Tras la caída de Amaiur, los conquistadores españoles ordenaron destruir las casas fuertes de los partidarios agramonteses en Baztan, como Azpilkueta, Irurita, Bertiz o Zozaia. Y aunque por razones muy distintas, ya que Jauregizarrea de Arraioz era beamontesa, también fue modificada.
De ese año es la estructura superior de madera con cierre de tabla característica. Además, se produjo una remodelación en toda la obra que existía entonces, que era la torre de planta cuadrada, de tal manera que se quedó en su actual altura, inferior a la que tendría, y que, teniendo en cuenta las tipologías de estructuras medievales, habría contado con dos plantas más, lo que supondrían entre ocho y diez metros más de altura.
Además, en ese momento, el palacio fue coronado con un palomar, lo que permitía a sus propietarios contar con palomas, un manjar considerado un lujo y que era una seña de ostentación, de nivel social, para quien podía permitírselo.
En 1565 tuvo lugar otra remodelación importante, realizada por Juan de Iturbide, de Gartzain. Él fue quien levantó el añadido de la parte derecha de la fachada y colocó en esa puerta un dintel que llevó de su casa natal, así como una columna de piedra en el interior.
En esa época fue cuando se desmontó la escalera de acceso exterior original a la torre, denominada patín, y que ahora ocupa el balcón en la esquina de la fachada. En ese punto existía un acceso como el que aún se puede ver en la torre de Donamaria. La carpintería del balcón coincide con la del sabai del nuevo cuerpo añadido por Iturbide.
El siguiente añadido tuvo lugar en 1607, con Catalina de Iturbide y Pedro de Larralde como palacianos. Entonces se le incorporó el tolare, una prensa para elaborar sidra, que estaba en la parte de atrás, al oeste. Se trataba de una sólida edificación, con la cuba toda de piedra, de la que no quedan restos en la actualidad, y sus anexos en un mismo edificio para almacenar la manzana.
Sede de Jauzarrea. Y así se llegó a finales del siglo XX, cuando Beatriz Etxeberria y Xabi Otero se hicieron con Jauregizarrea. Como relata Otero, en los años 80 estaban buscando «un caserío, una borda aún mejor» donde instalarse, pero en esa época «era dificilísimo encontrar algo para comprar».
Y el destino quiso que terminaran en el palacio de Arraioz. Otero recuerda que «debíamos abandonar el piso en el que vivíamos alquilados en Iruñea y en 1988 no encontramos otra casa que poder comprar. ¡Surtió!, como dicen en Baztan».
De esta manera recalaba en Jauregizarrea una pareja especialmente sensibilizada con la historia y la cultura vasca.
De hecho, el relato del devenir del palacio de las líneas precedentes lo ha desgranado para 7K el propio Otero que, junto a Beatriz, llevaron a cabo en 1991 los últimos trabajos ejecutados en todo el conjunto para consolidar y sanear el edificio. «Hicimos una obra muy importante, con drenajes para desvío de aguas superficiales y subterráneas, saneamientos, consolidación… Una obra muy costosa pero buena para el edificio», señala su actual ‘palaciano’.
Xabi y Beatriz se muestran encantados de vivir en Jauregizarrea, una experiencia que califican de «placer, pero más por el lugar con la naturaleza que te rodea que por el edificio en sí». En este sentido, destacan su emplazamiento, «situado a media ladera, bien protegido del Norte, el lugar más soleado de Arraioz y un lugar, por lo que supone Arraioz de cuello de botella del valle, en el que oímos las campanas de las iglesias de Elizondo, Lekaroz, Irurita, Gartzain, Ziga, Mugairi y Oieregi. Parece muy bien elegido».
Por su dilatada historia, también se presenta como el lugar idóneo para albergar la sede de Jauzarrea, el fondo cultural para el estudio y difusión de la cultura vasca fundado por Xabi Otero y Beatriz Etxeberria, y que toma su nombre precisamente de la denominación con la que los baztandarras conocen el palacio.
Otero enmarca este fondo cultural en su compromiso por salvaguardar el patrimonio, como «lo hicimos en la defensa de la cueva de Praileaitz contra el expolio irresponsable, tolerado entonces por el Gobierno Vasco, de 2007 a 2011, y que aún colea. Por tantas causas en las que nos hemos comprometido para preservar nuestro patrimonio, material e inmaterial, para generaciones futuras. Por la confianza que tenemos en la capacidad de regeneración del pueblo vasco y la influencia que ejerce a su alrededor, por todo ello, creemos que el edificio de Jauregizarrea, convertido ahora en la organización cultural Jauzarrea, puede darle sentido a todo el esfuerzo que estamos haciendo».
En la actualidad, Jauzarrea es «un referente mundial al que están unidos más de 237 investigadores de 79 universidades, museos e instituciones de 30 naciones. Ellos nos ayudan a difundir en el mundo nuestra historia e identidad y, algo muy importante, como mensaje de optimismo a otros pueblos indígenas, la resiliencia de nuestra cultura», desgrana Otero.
Con esos expertos tienen en marcha seis programas. En Inglaterra, con la Universidad de Huddersfield trabaja en un proyecto sobre Mitogenoma Vasco para la búsqueda de marcadores de 8.000 a 40.000 años atrás, y con Gales, sobre la influencia de los celtas y los vascos.
En Estados Unidos, la colaboración es con el Instituto Smithsonian a través de la exposición sobre “Qué es Vasco” y con la Universidad de Texas en Austin, sobre un hallazgo realizado por Xabi Otero de la representación más antigua de un barco en América, de hace 13.000 años. Además, junto con Canadá, en el territorio ancestral de las Primeras Naciones del Noreste de América del Norte, Jauzarrea trabaja en el proyecto “Basque-Mi'kmaq Studies” o Estudios Vasco-Mi'kmaq, y en un programa de presencia de cultura vasca en Louisbourg con Parks Canada. La colaboración llega incluso a China, con una exposición y un congreso de doce pueblos matriculturales del mundo, en el museo de las nacionalidades de Yunnan.
El responsable de Jauzarrea considera que esa colaboración internacional «es estratégicamente importante para la cultura vasca. Gracias a ello, estos investigadores entienden lo que somos y son ellos quienes después difunden, en sus trabajos, nuestra cultura, nuestro acervo, nuestra lengua, la identidad vasca entendida como riqueza para la diversidad de nuestro planeta. Una civilización vasca, nuestra cultura milenaria, que en el futuro podrá ser identificada con nitidez».
Otero pone de relieve la importancia de dar a conocer la labor de este fondo cultural, ya que «no tenemos ayuda de nadie. Somos un grupo de algo más de trescientas personas que en auzolan avanzamos, porque somos perseverantes. Pero con ayuda sería mejor y avanzaríamos con más rapidez».
A través de Jauzarrea, este milenario palacio conecta pasado, presente y futuro de nuestra cultura de la mano de Xabier y Beatriz, quienes son «conscientes de que, como la historia que conocemos, seremos una mota más entre las paredes de la casa, en el aire del lugar».