Indígenas del Lejano Norte de Europa
Son indígenas blancos, de cultura nómada, víctimas de una colonización curiosamente similar a la que otros de tez oscura sufrieron en otras latitudes del mundo. No son pobres en el sentido material, no sufren serios problemas de salud o hambre. De hecho, viven en países prósperos como Noruega, Suecia y Finlandia, con los mayores indicadores de desarrollo humano. Además, son guardianes de unos valores y un conocimiento ancestral que, si fuera atendido, sería de gran utilidad en estos tiempos de emergencia climática.
Escribir sobre los pueblos indígenas exige estar alerta, preocuparse por no abusar de lo exótico, de un falso romanticismo, no caer en la tentación de explotar el imaginario de la «nobleza salvaje». Con demasiada facilidad son retratados como figuras míticas que viven en sintonía con la naturaleza, pero totalmente fuera de las necesidades del mundo moderno. Fuera de estos estereotipos, de manera pedagógica y dando voz a conocidas figuras sami, el escritor Gabriel Kuhn ha presentado su libro “Liberating Sámpi”, que nos permite entender el mundo a través de los ojos de los sami, con la voz de sus movimientos sociales. Una herramienta en inglés para una audiencia global, que da información e inspira, clave para conocer a este pueblo olvidado.
Hablamos de un pueblo milenario. Un pueblo animista, muy unido al paso de las estaciones y al curso del agua. Desde el abedul hasta el arroyo todo tiene un alma para los sami. Su mito creador dice que son hijos e hijas de la Tierra y del Sol. Según ese mito, el corazón de un reno de dos años fue puesto en la Tierra por el Gran Creador y, si los sami se sienten amenazados, deben escuchar a la Tierra, y si oyen al corazón del pequeño reno, hay un futuro para ellos. Porque el latido del corazón del reno en la Tierra resuena con el de sus corazones.
Sociedades nómadas, pueblo sin estado. La seguridad socioeconómica no es el único requisito para el bienestar de los pueblos. Algunos consideran que los sami «ya no viven como los indígenas». Inventores del ski, ya no los utilizan para cazar; muchos viven en zonas urbanas, otros usan motos de nieve, helicópteros para las provisiones, teléfonos de última generación y GPS en el pastoreo de los renos. Pero su bienestar, la posibilidad de vivir sus vidas de acuerdo a su cultura y tradiciones, no está garantizado en el modelo del estado de bienestar nórdico. El sufrimiento causado por siglos de colonización está lejos de haber terminado.
Es cierto que los sami son reconocidos, de una forma u otra, como un pueblo indígena por los gobiernos de Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia. Y como tal, deberían tener acceso a los derechos especiales que la declaración de la ONU sobre los Pueblos Indígenas de 2007 estipula: «Los pueblos indígenas tienen derecho a la autodeterminación. Y en virtud de este derecho, pueden libremente determinar su estatus político y perseguir libremente su desarrollo económico, social y cultural. Los estados, en consulta y cooperación con los pueblos indígenas, deberían tomar las medidas apropiadas, incluidas las legislativas, para alcanzar los objetivos de esta Declaración».
Como nómadas sin fronteras, como pueblo sin estado, la reivindicación de un estado propio al uso es un tanto extraña, alienígena, para los sami. Claro que reivindican el derecho a la autodeterminación, pero a su manera, en su escala y contexto. En formas de vida, en cultura y lengua, en educación, tierra y agua, pero quizá no en el mismo sentido que Escocia, Euskal Herria o Catalunya.
Sampi: más allá del territorio de los sami. El término Sampi no solo describe el territorio tradicional, también se refiere a la totalidad de la cultura, vida y espiritualidad de los sami. «Sampi askatuta», por tanto, evoca la liberación no solo del territorio sino también del pueblo. En términos geográficos, su área no está claramente definida, dado que nunca han reclamado para sí ningún territorio en términos legales. Y cuando nos referimos a las áreas sami de Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia, es común en las lenguas nórdicas o la sami, hablar de las partes noruegas, suecas, finlandesas o rusas de Sampi.
El término sami solo empezó a ser utilizado por las otras lenguas en la década de los 80, cuando fue reconocido como la forma preferida para la autoidentificación de este pueblo. Antes, el término lapp (Laponia para el territorio) era utilizado en Suecia, Finlandia y Rusia y, el término finn en Noruega (no confundirlo con finne, usado para nombrar a una persona de Finlandia). Finn, como nombre para los sami, probablemente se deriva del verbo finna, (encontrar, descubrir) y reconoce las excelentes capacidades de los sami como rastreadores. La palabra «lapp» tiene una fuerte carga peyorativa, invoca en palabras de sus vecinos del sur lo «locos», lo rústicos y atrasados que son los sami.
Es difícil determinar el número exacto de samis. Los países nórdicos no guardan estadísticas oficiales de etnia o raza, y la autoidentificación juega un rol principal. No son raras las familias cuyos miembros se definen como samis y otros no. Lo más cercana a una identificación oficial serían las regulaciones para poder votar en los parlamentos samis. En Noruega y Suecia, donde vive el 90% de los sami y la mayoría de ellos tiene al noruego y al sueco como lengua principal, uno tiene que identificarse como tal y, como mínimo, uno de sus abuelos debe hablar la lengua nativa. En Finlandia es similar, aunque sí existe un viejo registro de la población sami. En Rusia no hay voto directo al Parlamento y los miembros son delegados de las organizaciones sami.
Minoría en la mayor parte de donde viven. La población sami se estima entre 70.000 y 100.000. De 40.000 a 60.000 viven en Noruega; entre 15.000 y 20.000, en Suecia; unos 9.000, en Finlandia; y 2.000, en Rusia, que habitan la península de Kola y que fueron «cortados» durante décadas de sus hermanos de los países nórdicos por el «Telón de Acero», aunque el contacto mejoró tras la caída de la Unión Soviética en 1999. Como resultado de la colonización, los sami son hoy una minoría en la mayor parte de donde viven, exceptuando las zonas más al interior del condado de Finnmark en Noruega y el pueblo de Ohcejohka en Finlandia.
Tradicionalmente, la sociedad de los sami ha sido dividida en cuatro grupos diferentes: Los “Sami de Montaña”, que definen la imagen popular de este pueblo, con sus grandes rebaños de renos a los que acompañan en busca de nuevos pastos entre las diferentes estaciones. Los “Sami del Bosque”, que cuidan de sus renos en los bosques y que acompañan sus ingresos con fuentes alternativas como la caza, la agricultura y los trabajos de artesanía. Los “Sami del Mar”, el grupo más numeroso y los primeros en comerciar con los extranjeros, que vive en las costas del norte de Noruega y cuyo sustento consiste en la pesca. Y por último, los “Sami de Río”, pescadores de salmón en el río Deatnu que constituyen el grupo más pequeño.
Estos grupos dan una imagen de lo que fueron las sociedades tradicionales, pero no dan una foto actual, dado que la mayoría de los sami no se corresponde con ninguno de esos grupos. Más de la mitad viven en zonas urbanas y tienen profesiones que no difieren de las del resto de ciudadanos nórdicos. Son los “Sami de Asfalto”, término utilizado para ridiculizarlos, pero siguen siendo una parte importante y respetada de su sociedad.
Lengua e historia. Los orígenes de los sami no son claros, aunque los investigadores parecen coincidir en que llegaron desde el este, hacia el año 2.000 a. C. Estos orígenes también son confirmados por la lengua sami, que pertenece a la familia no preindoeuropea de lenguas ugrofinesas que, demográficamente, tienen al húngaro y al finés como las más destacadas.
Con once dialectos, aunque el entendimiento es posible entre todos los hablantes, la lengua sami se debate, como en su día lo hizo el euskara, entre la unidad y la diversidad. Aunque la mayoría no lo habla, en los últimos años ha habido un gran renacimiento en su interés y aprendizaje por parte de las nuevas generaciones. A lo largo de su territorio abundan los programas de radio y televisión en lengua sami, escuelas, publicaciones, etc…
Tradicionalmente era un pueblo nómada del ártico que cazaba y pescaba. Los sami son considerados como los inventores del ski, hay multitud de pinturas rupestres mostrando cómo cazaban con skis. El comercio para los samis empezó en la era vikinga (793-1066) e intercambiaban pieles, cueros, dientes de morsa, artesanía a cambio de sal, cuchillas de metal y monedas.
El reno: mito, economía y guardián de tradición. Los renos fueron domesticados y usados como fuerza de trabajo antes de nuestra era, pero solo a partir del siglo XVI empezó su cría y el pastoreo a gran escala. Y no tardó mucho tiempo hasta que se convirtieron en parte fundamental de su economía, en un pilar de su tradición y su cultura.
La importancia de los renos en la historia y la mitología de los sami es clave: los pastores suelen a menudo ser vistos como los «guardianes de la tradición», los que mantienen su cultura en sus formas más puras. Pero no hay que tener renos para ser sami y siempre ha habido samis que nunca los han tenido. Hoy en día se calcula que los pastores de renos constituyen un 10% de los samis de Sampi, unos 6.000 que cuidan de más de medio millón de renos.
Como sociedad nómada sin estado, las sociedades tradicionales de los sami han sido también descritas como «anarquistas». Basadas en grupos de unas cien personas que deambulaban libres por vastas áreas salvajes, sorprenden los paralelismos culturales que guardan con los indios de EEUU, con sus prácticas religiosas y culturales, con su religión animista, donde toda la naturaleza está viva, donde todo tiene alma, con sus objetos materiales del día a día como los tambores chamánicos y sus tiendas tipi.
Siglos de colonización y cristianización. El pueblo sami no ha sufrido un genocidio sangriento, sino uno cultural, un genocidio «blando» basado en herramientas menos visibles pero efectivas para robarles la tierra, el agua, la lengua, su religión, identidad y la posibilidad de perseguir sus formas de vida. Los rasgos materiales de su cultura fueron destruidos, se introdujeron políticas de trabajos forzados. Les quitaron todo excepto el pastoreo de los renos, probablemente porque es un trabajo demasiado duro.
Ya desde 1635, cuando la minería de la plata empezó a establecerse en Sampi, los colonos, los administradores y los misioneros empezaron a llegar del sur. Atropellaron las formas de vida de los nativos, la arrogancia de los nuevos patrones y la crueldad con la que estos impusieron su dominio fue brutal. Quienes se instalaban en el norte tenían tierras gratis y deducciones fiscales.
La cristianización no tuvo piedad. Sus chamanes fueron quemados en la hoguera, sus tambores ceremoniales confiscados y sus lugares sagrados, que a menudo eran formaciones rocosas no convencionales, destruidos. Hoy el cristianismo es la religión mayoritaria entre los sami, pero a menudo lo combinan con sus prácticas espirituales ancestrales.
La infamia de la biología racial. A principios del siglo XX, fueron víctimas de una forma espantosa e infame de abuso cometida en nombre de la (pseudo)ciencia: la biología racial. En 1922 se estableció el Instituto del Estado de Biología Racial en la Universidad de Uppsala, la más antigua y prestigiosa de Suecia, que existió hasta 1958. Los gobernantes suecos, incluidos los socialdemócratas, fueron entusiastas seguidores de esta disciplina. Médicos e investigadores fueron enviados a Sampi a medir los cráneos y huesos de los sami, a los estudiantes se les sacaban humillantes fotos delante de la clase, sus huesos y esqueletos fueron enviados a los centros de investigación y museos.
La biología racial fue más allá y, durante décadas, el Instituto Nacional de Salud de Suecia puso en marcha programas de esterilización forzada de mujeres condenadas como «impropias» para tener hijos que no fueron abolidos hasta 1976. Aunque las mujeres sami no eran el objetivo prioritario de este programa, fueron las que más lo sufrieron. Noruega y Finlandia apostaron por medidas menos drásticas. Los niños eran enviados a lejanos internados, solo podían ver a sus familias una vez al año y eran castigados si los pillaban hablando en su lengua.
Durante la Segunda Guerra Mundial todos los contendientes los utilizaron como guías, sus renos fueron requisados para el transporte y, cuando la Alemania nazi que ocupó Noruega se retiraba, apostó por una política de tierra quemada, decenas de aldeas y asentamientos samis fueron arrasados.
Los estados-nación y la aspiración de los sami. Las fronteras dibujadas en Sampi han cambiado sus líneas a través de los siglos, dividiendo familias, cortando pastos e introduciendo una burocracia ajena a los sami. Por momentos, tenían que pagar impuestos hasta a tres diferentes mandatarios a medida que cruzaban fronteras con sus rebaños. Las fronteras actuales se establecieron a principios del siglo XX. Noruega se independizó de Suecia en 1905 y Finlandia de Rusia en 1917.
La autoidentificación y la lengua son los criterios básicos de lo que los Parlamentos sami definen como ser sami. La ley sueca incluye otro criterio: poseer y pastorear renos. Ese es un requisito para formar parte de un «sameby», una asociación económica de familias dedicadas al pastoreo de renos. Los individuos sami no tienen derechos especiales en Suecia, pero los «sameby» sí. Pero son parlamentos que no tienen poder, sus funciones son representativas y en Suecia, por ejemplo, está subordinado al Ministerio de Asuntos Rurales.
Los sami no buscan su propio estado. Sus representantes afirman que sería un suicidio político, que no hay opción para ello. Son muy poquitos y tienen un problema de escala en relación al número de habitantes y la superficie de su territorio. Reivindican poder decidir sus asuntos, vivir como quieren vivir. Esa reivindicación tiene en los países nórdicos ejemplos en los que inspirarse, como las autonomías de Áland (minoría de habla sueca en Finlandia) y de las Islas Feroe, con unos niveles de competencias remarcables. Pero los sami están divididos entre cuatro países distintos y eso complica la cuestión.
Indiferencia y «colonialismo verde». Tradicionalmente los activistas de EEUU, Australia y Nueva Zelanda han sido buenos aliados de los pueblos indígenas; en los países nórdicos esos mismos círculos revelan un sorprendente nivel de indiferencia. Hay una colisión histórica entre la izquierda clásica, e incluso entre los activistas de extrema izquierda más anarquistas y autónomos, y los pueblos indígenas ansiosos de preservar sus amplias zonas salvajes. Para ellos, los temas polémicos que realmente importan son el ecologismo, los derechos de los animales y hacer frente al «mal del nacionalismo». ¿Cómo se van a oponer los sami a la instalación de parques eólicos en sus tierras? ¿Cómo permitirles que luchen contra la prohibición de cazar lobos y otros depredadores que diezman sus rebaños? ¿Qué es eso de que afirmen su identidad en términos que puedan parecer nacionalistas?
Todavía existen los prejuicios raciales. Pero más allá de pegatinas supuestamente animalistas que instan a «salvar al lobo y disparar al sami», de conductores que si matan un reno bajan del coche y le cortan la oreja para que no puedan pedir indemnizaciones o de estereotipos que dicen que son «antisociales, parásitos subsidiados por el Estado, proclives al alcoholismo y al suicidio», lo cierto es que un nuevo movimiento sami está emergiendo. Destaca una vibrante generación de artistas que combinan el agitprop y las viejas tradiciones y, como las anteriores lo hicieron contra las grandes minerías y plantas hidroeléctricas, hoy están en primera línea contra los parques eólicos, contra el nuevo «colonialismo verde».
Entre los samis no ha habido mucha resistencia militante en el sentido clásico. Ni siquiera tienen en su lengua la palabra «guerra». Pero los jóvenes siguen rebelándose y envían al mundo un mensaje que hay que atender: la vida de los sami siempre fue y sigue siendo sostenible. Y aunque no puedan volver al pasado, pueden compartir ese conocimiento para preparar un futuro mejor para todos.