Imanol Intziarte
la historia detrás de una txaranga

Medio siglo de Incansables

Nueve personas bajan de la furgoneta. Pantalón blanco, niqui de color azul. El jersey y el chubasquero se quedan en el vehículo, hoy no hace frío. Abren la doble puerta trasera, cada uno coge su instrumento. El caja entrechoca sus baquetas para marcar el inicio. Clac, clac, clac, clac. Ahí vamos, que no pare la música. Cincuenta años sin tregua, cincuenta años haciendo honor a su nombre. Son la txaranga Incansables.

Ha pasado medio siglo desde que cinco amigos de Hernani, Tolosa y Villabona decidieron montar una txaranga para dar salida a su afición musical y recorrer los pueblos del entorno de fiesta en fiesta. Sus nombres de batalla: Sietemesino, Pipas, Paotxa, Zapa y Canario. Este último, Joaquín Ortega en la vida civil, era entonces el benjamín con 19 años y se mantiene aún en activo.

«Todo empezó en fiestas de Ergobia, en agosto de 1970», arranca su narración. Entonces las txarangas no eran grupos estables. Cuando a algún músico le proponían tocar, tiraba de conocidos. «Coincidimos allí los cinco. Estuvimos cuatro días juntos, y alguien nos comentó: ‘Parece que os estáis acoplando, ¿por qué el año que viene no venís los mismos? Sería más fácil’».

La idea se quedó en el aire, que diría Bob Dylan, pero al año siguiente volvió a posarse sobre la mesa. Se dieron cuenta de que podían compaginarlo con sus trabajos, así que empezaron a mover hilos con ayuntamientos y organizadores de fiestas con los que ya tenían contacto. Dicho y hecho, encadenaron en agosto cinco días en Leitza, cuatro en Goizueta y otros cuatro en Ergobia. «Íbamos bombardino, trombón, saxofón y trompeta, lo más elemental, y Zapatero con la caja», recuerda Canario con una memoria prodigiosa para nombres y fechas, y que ha puesto sus recuerdos negro sobre blanco para un libro-disco que estaba previsto que saliera antes del verano.

El caso es que iban los cinco y en cada pueblo “fichaban” a un par de conocidos para que se encargaran de la percusión. «De no sé dónde habíamos sacado un bombo y unas ‘chapas’ (platillos). Les marcábamos el ritmo que tenían que llevar, con la cabeza o con el pie. La cosa empezó a coger fuerza, la gente venía de otros pueblos a vernos. Era prácticamente la única música que había en la calle. Ahora todo el mundo tiene equipos en casa, ha visto 50.000 conciertos… pero en aquella época la música en vivo era la banda del pueblo y la verbena en la plaza».

Aún no tenían ni nombre, no habían pensado en ello. «En Leitza estábamos como críos con zapatos nuevos, nos ponían hasta arriba de champán, empezaba uno una canción, terminábamos, otro empezaba otra… Estaba un matrimonio tomando café, y la mujer nos preguntó cómo nos llamábamos. ‘Pues de momento no tenemos nombre. Como quien dice, hemos empezado a tocar esta semana con un poco de fundamento’, le respondimos. ‘Pues deberíais poner txaranga Incansables, en la vida he visto nada igual’», propuso la señora.

Ya en el 72 empezaron a llamar de un montón de pueblos, y pedían un nombre para poner en los carteles y los programas de fiestas. En principio lo de Incansables les parecía un poco «fantasmagórico», pero al final pensaron, ¿y por qué no? «Quién me iba a decir que cincuenta temporadas después estaríamos aquí», apunta Canario, que tiene la intención de «cortarse la coleta» cuando finalice este verano, aunque ya adelanta que seguirá disponible para sustituciones puntuales. «Qué pinta un fósil como yo con chavales de 20 o 30 años», apunta con humor.

El 19 de abril de 1980 el grupo recibió un durísimo mazazo. Uno de los fundadores, Felipe Sagarna, Zapa, caía muerto al recibir dos balazos en la cabeza cuando regresaba a su casa de Hernani tras una noche de cena y copas. Los autores fueron pistoleros del ultraderechista Batallón Vasco Español, que entonces campaba a sus anchas por la zona de Astigarraga, Hernani, Urnieta y Andoain. Cada año se le recuerda junto al bar Deportivo, donde hay una fotografía suya en el lugar en el que cayó abatido. «Sin comerlo ni beberlo. Aquel hombre no estaba metido en nada de nada. Se dedicaba a arreglar zapatos, disfrutaba con la txaranga y se sacaba unas perras. Era el más feliz del mundo», recuerda Ortega.

Atentado contra «Zapa». Había miedo. Se debatía sobre si seguir o no con la txaranga. «Vinieron a Hernani y se llevaron al tipo más popular del pueblo, un ‘xalao’». Un par de componentes, con hijos pequeños, decidió dejarlo, ante el temor de que, como gente popular en los pueblos, fueran objetivo de atentados, como respuesta a las acciones de ETA. Se sospechaba de elementos relacionados con el cuartel de la Guardia Civil de Andoain. Eran los tiempos del eslogan “de día uniformados, de noche incontrolados”.

Canario y el resto de compañeros llegaron a temer por su vida y durante un tiempo tomaron medidas de seguridad, como dar vueltas con el coche para comprobar si les seguían o dormir fuera de casa al regresar a altas horas de la noche tras una actuación, por si les estaban esperando en el portal.

Aquello pasó. En setiembre de 1981 vivieron un capítulo cuando menos bronco, con trasfondo económico. «Los números no cuadraban», rememora Canario, y al final le abrieron la puerta a uno de los fundadores. Aquel episodio, junto a una eclosión de txarangas y el consiguiente incremento de la competencia, ejerció una especie de catarsis. Incansables comenzó a funcionar como un grupo cercano a la profesionalidad, tanto en aspectos de gestión como en los relacionados con la música en sí: partituras más trabajadas, arreglos, ensayos…

Ese cambio de filosofía, y la exigencia física que conllevaba, marcó un punto de inflexión. Ya no se trataba de ir, tocar, comer, dormir poco y beber mucho. «Había que darle un poco menos al vaso, no te puedes liar en un pueblo hasta la seis de la mañana, porque el chupinazo en el otro pueblo es al mediodía, y aquellos también pagan. Te lo tienes que tomar en serio. Hemos tenido calendarios de 40 días seguidos entre finales de julio y principios de setiembre».

El trabajo de Canario «dándole al lápiz» ha tenido una influencia impresionante durante estas cuatro décadas. Gente de otros grupos se desplazaba allí donde tocara Incansables para grabar sus canciones, y de ahí sacar partituras. Prácticamente todas las txarangas en un amplio radio han bebido de esa fuente.

El errenteriarra Luis Mari Moreno, Pirata, es ahora un rostro conocido como integrante de la banda del programa televisivo “Late Motiv”, presentado por Andreu Buenafuente. Tiene a sus espaldas una extensa trayectoria que arrancó en el mundillo de las fanfarres y txarangas, pasando por proyectos como Blues Thorpes, Académica Palanca, Los del Gas o Rock Kalean, entre otros.

«Empecé en Iraultza, en Rentería, con 13 años. Luego con 15, en Kulixka, de Hernani, y también andaba con Kilikariak, de Herrera. Yo de Incansables conocía a Tate, que hacía muchos arreglos para Kulixka. En el 89, cuando lo dejó Manolo Ropero, hablé con Tate y le dije que me interesaría entrar con el saxo. Yo tenía 17 años, justo había acabado de hacer BUP y tenía clarísimo que me iba a dedicar a la música. Estuve con ellos 2-3 años como integrante fijo, y luego he seguido muchos años porque Canario tocaba en un grupo de verbenas (Gaubela) y, cuando él no iba con Incansables, lo hacía yo de su parte», rememora.

Pirata remarca que Incansables fue «la primera txaranga profesional. Por ejemplo, en 1992 tocamos 126 fechas, que es un montón de curro. Y es verdad que en cuanto a arreglos musicales han definido un poco por dónde tiraba la gente. Hacían discos y muchas txarangas les copiaban y tocaban lo mismo, y no solo aquí. Vas por ahí por España y hay txarangas tocando ‘Batasuna’, un himno de una sociedad de Tolosa, y es porque lo han sacado de un disco de Incansables. La forma de tocar y de arreglar las canciones… han sido una marca, para todas las txarangas de nuestro alrededor han sido la referencia».

Como una carrera, pero sin título. Tiene muchas horas de vuelo, pero después de tres décadas al pie del atril, Pirata asegura que la experiencia de Incansables es «una de las que más he disfrutado. Era una risa continua, montarte en la furgoneta para ir de viaje con estos hijoputas era una excursión, con los difuntos Karlotti y Sietemesino (Juan Carlos García y Txomin Castro) me he reído lo que no está escrito… ¿Y aprender? He estudiado varias carreras de música, pero una de las que no te dan titulación es la de Incansables. Con Canario he aprendido a tocar la reostia. Y también de ellos como personas, 126 días en un año son muchas horas juntos. Batallas todas, las situaciones más extrañas y bizarras que te puedas imaginar».

En aquella época fueron por vez primera a los sanfermines de Iruñea, donde van a cumplir 27 años seguidos portando la blusa verde con detalles rojos de la peña Alegría. Una de las características de Incansables es la fidelidad hacia quienes les contratan. Si ambas partes están a gusto, ¿para qué cambiar? De este modo, en los pasados carnavales de Tolosa lanzaron el txupinazo al cumplir 40 años tocando con la sociedad Kabi Alai, van a Leitza desde el inicio, a Bergara no faltan desde el 78, a Arrasate desde el 82…

Fermín Danborena fue uno de los artífices del desembarco de la txaranga en las emblemáticas fiestas de la capital navarra. «A finales del 93 entramos en la junta directiva de la peña. No estábamos contentos con la txaranga, venían músicos de diferentes pueblos de Nafarroa que se juntaban solo para las fiestas, y el repertorio era justico. Uno de la junta conocía a un gaitero de Pamplona, Tomás, apodado El Chino, y este a su vez conocía a los de Incansables. Los ofreció a la peña El Bronce, que están en la calle Jarauta, igual que nosotros. Pero en El Bronce estaban contentos con su txaranga. Entonces nos los ofreció a nosotros, y dijimos que sí», rememora.

En los Carnavales de 1994 se desplazó con dos de sus compañeros hasta Tolosa para reunirse con los músicos. «Estuvimos en una sociedad almorzando. Nos explicaron que estaban con ganas de acudir a San Fermín, que no habían estado nunca, y que por eso habían contactado. Y nosotros estábamos con ganas de tener una txaranga en condiciones, que tocara de todo y tuviera a la gente contenta». Se juntaron el hambre con las ganas de comer, y ya han superado el cuarto de siglo de relación.

«Yo dejé de ser socio en 2015, después de 31 años, pero ellos ahí siguen. Desde la primera experiencia quedamos súper contentos». Danborena rememora entre risas algunos recuerdos, como la devoción de Karlotti, que tocaba el bombo, por las magras con tomate como merienda en la plaza de toros. «Y Sietemesino era un gran seguidor rojillo, siempre llevaba una gorra o algún otro motivo de Osasuna».

La cantera no se agota. El tolosarra Mikel Zelaia, Mirri, representa, a sus 27 años, el futuro. Procedente de la txaranga Iraunkorrak –nacida, como muchas otras, al calor de Incansables–, lleva desde 2016 siendo parte de la alineación titular con el trombón a cuestas. «Para nosotros Incansables siempre ha sido una referencia. Lo ha sido para todas las txarangas, ves en la calle cómo suenan, sus arreglos…». Sabe de lo que habla, porque también se dedica a crear partituras. «Yo he sido de lápiz y goma de borrar, pero estos ya lo hacen todo con ordenador. Hace unos arreglos que te puedes caer para atrás», resalta Canario entre la admiración y el orgullo.

Cuando Mirri comenzó a tocar, hace quince años, ya se veían en las calles otros formatos como las batucadas o las electro-txarangas, una novedad que restó trabajo a las txarangas clásicas. Igual que estas les hicieron en su día, por ejemplo, a los grupos de txistularis que amenizaban las fiestas. Ley de vida. Además han cambiado los hábitos, antes la txaranga arrastraba más gente tras de sí de bar en bar, y también «desde 2008 los dineros se han ajustado mucho».

Como cualquier grupo de fama que se precie, Incansables ha tenido fans –habitualmente músicos de otras txarangas– que les seguían allí donde actuaban. Quien firma este artículo puede dar fe de ello en primera persona, ya que tocó el bombardino en sus años mozos. Nos sabíamos al dedillo su calendario y, allí donde tocaban, aparecíamos. Servidor acudía incluso a los ensayos, que se llevaban a cabo en el taller de encuadernación que Sietemesino tenía en Zizurkil. Era un plan mucho más atractivo que asistir a clase en la universidad. Qué tiempos, cuántas risas.

Suena la última pieza. Hora de recoger. Limpiar los instrumentos, guardarlos en sus fundas y todos a la furgoneta. Carretera y manta. Y mañana otra vez, otro pueblo, otras fiestas. Cinco décadas, se dice pronto. Que siga sonando la música de Incansables y de todas las txarangas. Saltemos, bebamos, bailemos, cantemos tras ellas. Nos hacen más falta que nunca.