«Admiraba a los niños de mi ikastola»
En marzo de 2008 se publicaba una noticia que sorprendió en Euskal Herria y emocionó a algunos euskaldunes en particular al ver cómo una niña japonesa de nueve años, Moeko Okabe, había sido capaz de aprender euskara en tan solo cinco meses en Iruñea. Doce años después, 7K ha contactado con Okabe para conocer qué representó para ella y su familia su experiencia en la capital navarra y qué recuerdos guarda de su estancia en nuestro país.
Okabe es ahora una mujer de 22 años, estudiante de Derecho en la prestigiosa Universidad Gakushūin, donde han realizado sus estudios la mayoría de miembros de la familia imperial japonesa –incluidos el anterior emperador Akihito (que abdicó el año pasado) y su hijo, el actual Naruhito, o personalidades conocidas internacionalmente como la artista y esposa de John Lennon, Yoko Ono, entre otros–, y conserva unos recuerdos maravillosos de su paso por la Ikastola Amaiur de Iruñea.
Todo empezó cuando su padre, Fuminobu Okabe, profesor de Derecho Laboralista y de Seguridad Social de la Universidad de Soka, en Tokio, tuvo la ocasión de practicar un intercambio en la Universidad de Nafarroa a finales de 2007 para participar en un estudio sobre los derechos de las personas con discapacidad. El profesor se trasladó a Iruñea con su esposa Kaori y su hija. Moeko confiesa que no recuerda muy bien ni cómo ni cuándo sus padres le anunciaron que se iría a vivir un tiempo fuera de Japón, aunque si tiene nociones vagas de sus padres con los preparativos para poder marchar. «Antes de irme allá, viví una cierta dicotomía, ya que tenía ganas de ir y conocer otro país pero también estaba triste porque tenía que dejar a mis amigos y compañeros de la escuela», confiesa Moeko. «También me sentía un poco inquieta porque no hablaba ni euskara ni castellano y me sentía un poco nerviosa y preocupada por tener que trasladarme».
Una vez aterrizados en la capital navarra, todas las inquietudes de Moeko desaparecieron inmediatamente. «Cuando llegué allí, me pareció muy bonito y también diferente a lo que estaba acostumbrada. Tuve la sensación de que todo era muy grande… Yo era una niña pequeña y percibía a la gente grande y robusta en comparación con los japoneses, que somos más bajos físicamente». La diferencia de ambiente y pasar de vivir de una ciudad con millones de personas a otra que en la actualidad cuenta con doscientos mil habitantes también la marcó considerablemente. «Recuerdo los paisajes hermosos, la estación y tantas otras cosas… Era la primera vez que vivía fuera de Japón y estaba bastante impresionada», dice.
Una decisión casual. Sus primeras impresiones le llevaron a pensar que todo era totalmente diferente: «paisajes, tiendas, televisión… Todo en un idioma completamente distinto al que yo conocía. Me traje algunos libros en japonés, pero a pesar de que nuestra estancia era para poco tiempo, mis padres querían llevarme a la escuela de todos modos», explica Okabe. Al no conocer el sistema educativo del territorio, en un principio lo dejaron un poco de lado. «Al desconocer un poco la realidad de Nafarroa, en un primer momento compramos algunos diccionarios y empecé a aprender castellano, ya que mis padres ya lo hablaban. No tenían ninguna preferencia por llevarme a una u otra escuela, el problema es que desconocían el sistema educativo y tenían dudas sobre si podría ingresar en un centro escolar a mitad de curso».
La historia de cómo llegó a entrar en la ikastola fue totalmente casual. Okabe la describe como «curiosa, porque mi madre siempre me llevaba a jugar a un parque (o eso creía en un primer momento), pero resultó ser la Ikastola Amaiur. Ni mi madre ni yo creímos en un primer momento que se tratara de una escuela porque era totalmente diferente a los centros escolares en Japón. El caso es que en ese lugar empecé a jugar con dos niñas, alumnas de la ikastola, y me explicaron que eso era una escuela y que podría jugar con más niños. Así que los padres de esas niñas hablaron con mi madre y fuimos a conocer el centro. Preguntamos si podría ingresar y en la ikastola nos dieron la bienvenida y me acogieron como una más», relata.
En su adaptación, la figura materna fue fundamental: «Mi madre asistió a las clases conmigo durante las dos primeras semanas y me empezó a ayudar a aprender euskara y castellano al mismo tiempo. Ella también trajo origami y otras cosas para poder hacer amigos allí y fue así como pude integrarme en la clase de mi ikastola», recuerda la protagonista asegurando con una radiante sonrisa que incluso en un primer momento su madre llegó a aprender más euskara que ella misma.
Superar las dificultades. Sin embargo, Moeko recuerda que su integración no fue un camino de rosas, el abismo idiomático era importante. «En un principio fue muy duro para mí porque en ese momento ni siquiera conocía el alfabeto latino, y no podía ni escribir mi propio nombre». Pasadas las dos semanas en las que su madre la acompañaba a la ikastola, los profesores organizaron una clase especial para que aquella niña japonesa comenzara a familiarizarse con el euskara, más allá de algunas palabras y frases sueltas.
«Fue muy duro tener que estudiar en euskara, castellano e inglés, todo era muy diferente a lo que había vivido hasta entonces en Japón», relata. «De todos modos, mis amigos de la ikastola me ayudaron mucho y guardo un buen recuerdo de ellos. Normalmente la gente aprende idiomas estudiando, aprendiendo la gramática y leyendo libros; en mi caso el euskara lo aprendí como si fuera de nuevo un bebé y recurriera a los signos y a usar las manos y el cuerpo». Quizás por ello admite que fueron también «momentos muy bonitos y divertidos» y su experiencia se extendió al resto de la familia ya que sus padres empezaron a interesarse por la lengua y cultura vasca e incluso todavía son capaces de decir algunas cosas en euskara.
De vuelta a Japón. Pasaron los meses y Moeko aprendió euskara, pero tuvo que regresar a su país después de que su padre concluyera su estancia en la Universidad de Nafarroa. «Cuando mi padre finalizó el intercambio, volvimos todos de nuevo a Japón y yo regresé a mi escuela. Durante mucho tiempo eché de menos a mis amigos de la Ikastola Amaiur, añoraba mucho jugar y aprender con ellos», explica Moeko, emocionada, mientras muestra un libro de fotografías de recuerdo que realizaron los profesores y alumnos del centro escolar navarro y que guarda como un tesoro. Esta futura abogada japonesa enseña con orgullo ese libro en el que se pueden leer textos tanto de sus compañeros de clase como de sus profesores explicando cómo fue su paso por la ikastola y deseándole lo mejor para el futuro.
«Han pasado más de diez años y aún mantengo el contacto con muchos de los alumnos de la ikastola y conservo muy buenos recuerdos de todos ellos. Cuando llegué allí, querían que jugara con ellos y también me invitaban a sus casas», asegura Moeko, que subraya la amabilidad y simpatía con la que siempre fue tratada tanto por sus compañeros y sus padres como por parte de los profesores del centro. «Es una pena que no podamos vernos en persona debido a la distancia que hay pero, actualmente, gracias a las redes sociales podemos mantener el contacto de una forma más sencilla que antes».
Precisamente, a través de las redes sociales, accedemos a un mensaje de Susana Orduña, una compañera de Moeko en su estancia en Iruñea, en el que rememora la llegada de aquella nueva alumna. «La primera impresión al verte fue la de una niña de rasgos orientales y expresiones suaves, sonriente, silenciosa, muy ordenada, que inspiraba sentimientos de protección y ternura, preocupada de todo lo que ocurría a su alrededor, observadora. Con el paso del tiempo nos dimos cuenta de que era una persona muy audaz e inteligente», relata Orduña. «Moeko era la única alumna en clase que tenía una cultura diferente al resto, nos sorprendió que, viniendo desde otro país con una cultura milenaria y propia, optara por estudiar en euskara y conocer así los valores y raíces del pueblo vasco», afirma esta compañera de Moeko.
Poco a poco, según explica Orduña, Moeko y su familia se ganaron la estima del personal de la escuela. «Mientras esperábamos en el patio para entrar a clase, Moeko y su padre nos enseñaban a hacer papiroflexia. Todos queríamos tener una rana saltarina, por lo que nos arremolinábamos a su alrededor, impacientes por ver qué iba a ser lo siguiente que iban a hacer. En realidad, lo que nos hacía estar expectantes era que no hablaran nuestro idioma, el comunicarnos mediante gestos y el orden, silencio y tranquilidad que emanaban», recuerda. «Un buen día, Moeko nos sorprendió haciendo los problemas de matemáticas en euskara cuando todavía nosotros pensábamos que no dominaba el idioma. En pocos meses se hizo querer, dejando en todos nosotros un recuerdo especial e inolvidable», asegura la exalumna de la ikastola.
Tras su estancia en Iruñea, Moeko se empezó a interesar por los idiomas, había probado las virtudes del bilingüismo –o mejor dicho, el “trilingüismo”– y le habían gustado. «Aquí, la gente prácticamente solo aprende y habla bien en japonés. Ahora me encanta poderme comunicar con gente de diferentes orígenes y culturas», reconoce. «El hecho que mis padres se fueran a vivir por un tiempo en un lugar tan diferente cuando yo era pequeña fue para mí una gran oportunidad y me permitió tener una experiencia muy interesante», cuenta Moeko.
Niños diferentes. Con los años, Moeko Okabe ha puesto en perspectiva muchas de las vivencias y aprendizajes que adquirió en la ikastola y una de las que le resultó más llamativa es la diferencia entre los niños de Euskal Herría y Japón. «Creo que los niños de allí son mucho más independientes y activos que los japoneses: piensan y se expresan ante sus profesores con libertad y, en cambio, los estudiantes japoneses solo dicen ‘sí’ a sus profesores, sin contradecirlos. En algunos momentos los admiraba y quería ser como ellos, ya que se atrevían a contradecir al profesorado y expresarse libremente», cuenta.
A su regreso de Iruñea, Moeko explica que se graduó en la escuela Keimei Gakuen. «Me decidí por esta escuela porque quería mejorar mis idiomas, especialmente el inglés, pero también tuve la ocasión de continuar con el castellano, ya que es una escuela similar a las internacionales». En Tokio, no tuvo ocasión de practicar euskara, no conocía a nadie que lo hablara, pero esto no ha impedido que aún conserve algunas nociones. «Ahora recuerdo pocas cosas en euskara porque han pasado muchos años y, aunque puedo expresarme de forma muy básica, al no tener la oportunidad de estar en contacto con el idioma durante todo este tiempo, se va olvidando un poco. De todos modos, creo que si regresara allí por un tiempo es posible que recuperara muchas cosas», confiesa.
A pesar de tener lagunas con el euskara, Moeko asegura que la experiencia valió la pena: «Pasar medio año en Pamplona cambió mi vida completamente ya que entonces entendí que podía salir de mi país e ir por el mundo. Anteriormente no me había planteado esa posibilidad». Tiene lógica, todavía no había cumplido los diez años. La joven estudiante explica que los japoneses no acostumbran a ir a vivir a otros países y por ello, por lo general, no dominan muchos idiomas extranjeros. «Mis padres me llevaron a Navarra y me dieron la oportunidad de tener una experiencia en el extranjero cuando era pequeña». De alguna manera, en aquella estancia se percató «de que el mundo no solo era Japón, sino que existían muchas otras culturas y lenguas diferentes».
Tras acabar sus estudios de secundaria, se matriculó en la universidad, donde además de acudir a clase, se unió a la comunidad de estudiantes internacionales, en un círculo de comunicación, para ayudar a los asistentes extranjeros a aprender japonés. También tiene intención de trabajar de voluntaria en los próximos Juegos Paralímpicos, que se esperan celebrar el próximo año en Japón tras el aplazamiento de la edición de 2020 por culpa del coronavirus. De este modo, «puedo ayudar a gente extranjera y comunicarme con ellos en una cita tan especial como son estos Juegos».
En ningún momento tuvo dudas sobre la elección de su carrera. «El hecho de que mi padre imparta clases de Derecho en la universidad ha hecho que yo heredara este interés desde que era bien pequeña». Moeko nos explica que este año tenía previsto visitar Iruñea, ya que ha pasado unos meses de intercambio universitario en Alemania pero finalmente la pandemia le ha impedido realizar ese viaje.
Respecto a sus planes de futuro, Moeko todavía no los tiene claros. La culpable, como en tantos casos, es la pandemia del Covid-19 que en estos momentos azota el mundo con virulencia. Si todo va bien, explica, acabará sus estudios en un par de años y después le gustaría ir a Europa a hacer un máster, aunque no tiene decidido aún si lo va cursar en Alemania o en Nafarroa, un lugar, este último, que seguramente le daría de nuevo la bienvenida y donde podría encontrarse con sus antiguos compañeros y profesores.