IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

«Estreses» y ansiedades

En los días que corren, incluso las personas que no estaban habituadas a mirar hacia adentro, a tomar conciencia o prestar atención a lo que sucedía en su mente y en su cuerpo, se han visto obligadas a tomar estos aspectos inseparables de sí mismos en consideración. “A la fuerza ahorcan”, que se suele decir. Y es que todos nos hemos visto engullidos por este enorme cambio que estamos viviendo y que va a traer “efectos a largo plazo”, según la declaración adjunta a la petición que hacía Naciones Unidas a diferentes países para aumentar sus inversiones en salud mental.

Es conveniente entonces, prestarse un poco más de atención (sin pasarnos de obsesivos) para ir desarrollando una nueva capacidad –o mejorándola– para cuidar de ese equilibrio mental que se puede ver desafiado en los próximos tiempos de forma diferente a como lo está siendo ahora. Así que hoy quiero traer aquí una diferenciación entre estrés y ansiedad, apoyada en la que hace el Instituto Nacional de Salud Mental de EE.UU. porque cada experiencia nos exigirá una adaptación diferente. Empecemos por el estrés: el estrés es, por norma general, una respuesta a un estímulo externo, como podría ser una discusión con un amigo o un despido; pero que también desaparece una vez que el evento se acaba. Puede ser positivo o negativo en función de si nos ayuda –por ejemplo a cumplir un plazo– o si nos bloquea –y no nos deja dormir–.

La ansiedad en cambio es una experiencia que es interna, por así decirlo, es una reacción a la sensación de estrés que viene motivada por el exterior. Y, a diferencia de éste, la ansiedad normalmente es persistente, más allá de la temporalidad del evento externo o de una posible amenaza, algo así como una especie de aprensión que no desaparece e interfiere con la vida. Si bien estas son algunas de las diferencias, también tienen similitudes que nos confunden a la hora de actuar. Por ejemplo, ambas experiencias afectan tanto a las sensaciones corporales como a los pensamientos y emociones y pueden generar síntomas como preocupaciones desmesuradas, inquietud, tensión corporal, dolores de cabeza, hipertensión o falta de sueño.

La diferencia en la que nos podemos fijar con mayor facilidad requiere algo de análisis. ¿Tienen mis síntomas que ver con algo concreto? –responder “la epidemia” no sería concreto, pero sí el no poder salir de casa, o hacer ejercicio, o no tener abrazos–. Si podemos detectar situaciones concretas, podemos modificar de algún modo esa situación, ajustándola más a nuestras necesidades, e incluso si no es posible, con el estrés lo que funciona son las actividades que influyen en lo físico, aunque sabemos que todo está conectado y cada cual conoce qué cambia sus sensaciones físicas –como hemos dicho, el estrés es una experiencia motivada por lo externo y que genera cambios físicos que acaban cuando acaba el estímulo –. De ahí que también la meditación, una conversación relajada o el boxeo nos sirvan en función de nuestros caracteres y particularidades.

Después de responder a la pregunta de arriba, empieza el ajuste físico: alimentación, descanso y ejercicio son piedras angulares, pero también compartir, ya que, como mamíferos, nuestro estado físico tiene mucho que ver con lo social. Si, por el contrario, no podemos encontrar causas concretas que nos hagan tener un claro “click” mental del tipo “tiene que ver con esto”, y la sensación es más difusa, con pensamientos que lo invaden todo o preocupaciones que nos inhiben aún con el ejercicio, el descanso y la alimentación en su sitio, cabrá invertir más en conversaciones con otras personas implicadas, sensibles y dispuestas a entender sin apresurar. Quizá entonces, no poder salir a la calle o tomarme algo en un bar con los amigos, está deprimiéndome más de lo que me doy cuenta y necesite reconectar de otro modo, salir de mi aislamiento o encontrar algún sentido a todo esto con quien vive cosas similares.