Brindis por una Navidad pandémica
Una Navidad diferente, resuenan las campanadas de la muerte. Navidades con burbujas, no de champagne, sino para mantenerse a salvo. Celebraciones en Zoom y otras plataformas digitales. Regalos comprados online, repartidos por Amazon. Ni misas ni cantos del gallo. Ni tarjetas de felicitación, que el virus sobrevive en el cartón, ni Ibuprofeno ni antiinflamatorios similares contra la resaca de una noche etílica, que podrían agravar la infección por coronavirus. ¿Y por qué no pueden ser las mejores fiestas, sin esas comilonas familiares a menudo convertidas en zonas de guerra mientras todos se sonríen como si fueran beatos que nunca rompieron un plato?
Nos vendieron una moto y con un optimismo voluntarista nos dibujaron una estrategia de salida de la pandemia que terminaba en esta Navidad, «con todo el mundo abrazándose en familia». Cueste lo que cueste, había que salvar la Navidad. Ahora, nos hacen llamamientos a comportarnos de manera responsable, recibimos instrucciones estrictas y dictámenes de los gobiernos, la opción de reunirse en Navidad está en cuarentena. ¿Significa eso que las fiestas serán más tristes y menos atractivas?
Y muchos se preguntan: pero, ¿qué es la Navidad cuando no puedes, o al menos no debes, viajar para juntarte con los tuyos? ¿Qué clase de Navidad es esa que si coges el coche y atraviesas la provincia hasta la casa de la amama te arriesgas a exponerla a un virus mortal? La angustia te atrapa, niegan la posibilidad de volver a casa, de reunirte en un lugar de memoria con tus seres queridos, sientes que te están robando algo, para muchos algo que es irreemplazable.
La Navidad, la mayoría estará de acuerdo, o quizá no, es una época para la familia y la buena voluntad. ¿Expresamos mejor el cuidado por nuestra familia y nuestra buena voluntad a la comunidad reuniéndonos con ellos o no reuniéndonos hasta que sea seguro hacerlo? ¿Mostramos nuestro amor como siempre, con un abrazo? O en estos tiempos anormales, ¿mostramos amor al no abrazarnos? Pero pensándolo bien, también podría ser una oportunidad para un tipo diferente de Navidad, una en la que mostramos nuestro cuidado por los demás mientras nos mantenemos a salvo.
Según las evidencias científicas, una cosa parece cierta: cuando la gente más se mezcla en espacios cerrados, abarrotados y congestionados, más personas se infectan, más personas enferman y algunas incluso morirán. Y siguiendo con el argumento, a más mezcla y reunión familiar en Navidad, inevitablemente, más muertes en Año Nuevo. Las pequeñas reuniones en el hogar están siendo acusadas, son una de las causas principales, y los expertos advierten de que el aumento de casos continuará a medida que bajen las temperaturas, la gente pase más tiempo en interiores y se acerquen las fiestas navideñas. Todo esto deja otra pregunta en el aire: ¿hay alguna manera de hacer que las navidades sean festivas o tendremos que conformarnos con algo simple, incluso solitario?
Lo que es menos seguro es cómo limitar tal mezcla, la interacción social. ¿Es mejor insistir en que la gente no puede reunirse en sus casas, con el riesgo de que muchos simplemente ignoren tales instrucciones? ¿O es mejor inclinarse un poco hacia los deseos de la gente con la esperanza de retener algún nivel de control? Hay una tendencia natural, incluso animal, que puede hacer que nos sintamos más inclinados a romper las reglas, aunque solo sea para afirmar nuestra autonomía. Es lo que los psicólogos llaman reactancia, una reacción emocional en contradicción directa a reglas o regulaciones que amenazan o suprimen ciertas libertades en la conducta, que puede ocurrir cuando alguien es fuertemente presionado para aceptar un determinado punto de vista o actitud. Y quizá si se diera la oportunidad y se pudieran evaluar las diferentes opciones, podríamos descubrir que la fruta previamente prohibida no es tan atractiva después de todo.
Y mientras tanto, expertos de todo tipo nos dicen lo fundamental que es crear experiencias significativas, incluso durante estos tiempos pandémicos. Que hay que aceptar la realidad tal como es y abrazar los pensamientos y sentimientos incómodos y potencialmente angustiosos. Y que una vez que seamos capaces de hacer eso, entonces podemos comenzar a buscar las formas en las que todavía podemos encontrar significado, propósito, alegría y conexión, también en esta Navidad. Es decir, que vivir una realidad decepcionante y tener una experiencia de vida significativa y satisfactoria no tienen por qué ser mutuamente excluyentes. Y por tanto, hay que pensar en lo que podrían ser formas tangibles y realistas de tener experiencias significativas estas navidades, aunque es probable que sean completamente diferentes a cualquier experiencia anterior.
Todos estamos en la misma tormenta, capeándola juntos, pero en diferentes embarcaciones. Venimos de diferentes perspectivas, creencias fundamentales, valores y formas de procesar y sintetizar información. En estas navidades, no todo el mundo va a estar en la misma página, en términos de comportarse de la misma manera y adherirse a las mismas normas. El consenso no significa estar al 100% de acuerdo en todo. Hay que comprender los riesgos y seguir las precauciones, que tienen distintos niveles según el lugar y la duración de la fiesta, la cantidad de personas que asisten, el comportamiento de los asistentes y otros factores importantes. En general, cuantas más personas de diferentes hogares asistan a una reunión, más cercanas son las interacciones físicas y, cuanto más duran las interacciones, mayor es el riesgo de que alguien que tiene el virus, con o sin síntomas, pueda contagiar a otras personas.
“So this is Christmas” cantaba John Lennon en 1971. La guerra de Vietnam se cobró miles de vidas ese año, por lo que la canción fue una oración de armonía y paz con un toque de ironía, que tampoco terminó ahí. Lennon fue muerto a tiros nueve años después, hace 40 años. Si el ambiente y los acontecimientos de 1971 parecían muy en desacuerdo con la esperanza de unas fiestas multitudinarias, seguramente se puede decir lo mismo de 2020. En la superficie, las cosas parecen muy parecidas a como siempre fueron; el mismo falso embaucamiento, la misma alegría prefabricada y avaricia del consumidor. En la televisión, las mismas familias fotogénicas, en las entradas de las mismas casas de lujo, invitándote a comprar y a permitirte caros caprichos de lujo para celebrar la noche en que, según creen los cristianos, el cielo tocó la Tierra.
Y es que, visto en retrospectiva, en muchos casos siempre era igual, con el mismo ritual. Llegan los suegros y los cuñados, saludos cordiales y alguna que otra declaración pasiva pero agresiva, premonitoria de lo que vendrá después. Comienza la acción, la cuñada sirve una o dos rebanadas de flechas de púas, mezcladas con humillaciones venenosas. Los hombres se burlan, braman entre ellos, mientras las mujeres arden silenciosamente. Los críos se pelean. El tío facha, que ha decidido vivir el resto de sus días en hostil desacuerdo con la familia, llega a tiempo para cenar. El otro tío, calvo y divorciado en dos ocasiones, que se cree el play-boy de la familia, trae consigo a una mujer coqueta, vestida para la noche y lista para la fiesta.
Para cuando termina la cena, uno ya se ha marchado furioso, por culpa de las «verdades hogareñas» que ha tenido que escuchar. La matriarca llora en la cocina, «¡todos los años lo mismo, en esta familia no se puede tener la fiesta en paz!», ahogando sus penas con champagne de Eroski. Y luego comienza el chantaje emocional, una montaña rusa hábilmente ejecutada para hacer que las navidades sean para todos miserables.
Y mientras los adultos se derriten en el ritual, los niños ya han desmontado algún mueble y se han peleado sin sentido. Un golpe en la cara de más, una llorera infantil que capta toda la atención y los espectadores presencian un colapso de proporciones épicas. La suegra le grita su desaprobación a la madre de la criatura y la matriarca arranca con su monólogo sobre el estado de la familia. Entre tanto la otra escupe veneno, y el otro cuñado busca refugio mientras se pregunta en voz alta cómo puede existir una familia tan rara y disfuncional, que se hace la guerra justo el día que celebran el nacimiento de Cristo. Las mini discusiones surgen en todos los rincones, ahora sobre política y luego sobre el otro cuñado cuerdo que logró escabullirse cuando comenzó toda la conmoción.
El patriarca se ha quedado dormido en el sofá; hinchado y sin amor, probablemente sueña con escapar. ¿La vida es más triste sabiendo que los suegros no nos visitarán este año? Sé perfectamente que estas escenas no se aplican a todos y que muchos echarán de menos a sus familias durante las fiestas navideñas. Pero piénsese en aquellas familias que son un campo minado de desacuerdos, donde el abuso verbal es un ritual, y se han de soportar comentarios diseñados para ganar una pizca de superioridad dentro del clan. Para ellos, sin duda, que el covid-19 los mantenga alejados no será una molestia y seguramente estarán encantados de que este año no haya la obligación de visitar y que, finalmente, habrá una excusa legítima para no poner una sonrisa falsa, callarse y fingir que se llevan bien.
Para todos ellos estas navidades prometen ser una de las más felices de la historia, sabiendo que solo serán él o ella, su compañera y los niños. Que serán tiempos más simples. Sin tanta extravagancia, sin hacer tantas reverencias, sin mendigar ni suplicar a los suegros que se queden cuando en realidad estás deseando de que se vayan. No habrá el arrepentimiento emocional por arruinar otra Navidad. Y por ello brindarán por una Navidad pandémica, ese pequeño milagro en un mar de fatalidad.
Eguberri on.