El legado de Trump: A no es A, sino B
Para muestra, un dato. “The Washington Post” ha contactado a los 249 republicanos que sirven en la Cámara de Representantes y el Senado para que respondan a una pregunta simple: ¿Ganó Joe Biden las elecciones? Solo 27 afirman que es verdad. De los 222 congresistas restantes, dos dicen que Trump ha ganado y 220 (aproximadamente el 88%) se niegan a decir quién ganó. Entre los más de 71 millones de votantes republicanos, un 70% dice que las elecciones fueron amañadas.
Con Trump, EEUU es un país menos igual, más dividido, más solo, más endeudado, más enfermo y con más muertos. También mucho más delirante. Sus falsas o engañosas declaraciones han navegado por redes sociales y televisiones por cable sin cesar y han contaminado las mentes de decenas de millones de personas. Sus mentiras perduran, perdurarán durante años, envenenando la atmósfera como polvo radiactivo. Disuelven la frontera entre verdad y falsedad, son ataques no contra tal o cual hecho, sino contra la realidad misma. Trump nunca ha deseado ocultar lo vergonzoso al público, ha sido asombrosamente franco. No porque no pudiera controlar sus impulsos, sino intencionalmente, sistemáticamente. Y para sus seguidores, su desvergüenza es una insignia de honestidad y fuerza.
Cuanto más descaradas y frecuentes las mentiras, mejor. Se declaró ganador de una elección que su oponente estaba tratando de robar. Una narrativa de puñalada por la espalda que ha quedado grabada a fuego en las mentes de millones de estadounidenses, y que quema, tan imperecedera como un isótopo, consumiendo lo que queda de su confianza en las instituciones y valores compartidos.
Esta narrativa amplía la brecha entre los creyentes de Trump y sus compatriotas que podrían vivir en la misma ciudad, pero en un universo diferente. Ese era el propósito de Trump: mantenerlos encerrados en una prisión mental donde la realidad es indescifrable, para que pueda seguir ejerciendo el poder, dentro o fuera del Despacho Oval, incluido el poder de destruir.
El legado de Trump incluye un Partido Republicano extremista que intenta aferrarse al poder por medios flagrantemente antidemocráticos. Deja atrás una sociedad en la que se degradan los lazos de confianza, en la que su ejemplo autoriza a todos a hacer casi de todo. Será muy difícil aclarar las mentes de sus mentiras y restaurar la comprensión compartida de la realidad, de la que depende una democracia.