Igor FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Soy lo que hago… o no

Uno de los principales aspectos que tenemos que atender para mantener la salud mental y el bienestar en general es el mantenimiento de nuestra identidad. Pensar en nosotros mismos, en nosotras mismas y tener la sensación de que mantenemos cierta continuidad, cierta consistencia, en la imagen que nos dibujamos a lo largo del tiempo, está íntimamente relacionado con la tranquilidad y la seguridad. Al mismo tiempo, nuestra versatilidad a la hora de adaptarnos a situaciones cambiantes, nos permite –y a veces, obliga a– desplegarnos en el mundo con una variedad de modos y maneras impensable pero necesaria para dar una respuesta adecuada en cada momento.

En una crisis, cuando más difícil es mantener la estabilidad previa, a menudo nos encontramos haciendo o diciendo lo que en otros momentos o en otras personas habríamos podido criticar o admirar, como si esa actuación de otros no tuviera nada que ver con quiénes somos. Y aun así lo hacemos, y aun haciéndolo, nos sorprendemos de nosotros mismos, de nosotras mismas. De hecho, a medida que pasan los años y los balances, notamos cómo algunos aspectos se mantienen estables y otros son más líquidos, si bien, el conjunto lo encontramos coherente. A veces casi podríamos tener distintas personalidades al hablar de “aquella época” desde el día de hoy.

De nuevo, como en tantos otros aspectos de la vida, nos topamos con nuestras propias contradicciones, no aquellas fruto de nuestra inconsistencia o flaqueza, sino de aquellas que parecen venir de serie. Somos al mismo tiempo una sola persona y varias, hacemos las cosas de una manera… Hasta que es necesario hacerlas de otra.

A veces la diferencia que notamos entre distintas partes de nosotros, de nosotras, nos sobrepasa; nos impresiona no reconocernos e incluso nos peleamos para hacer prevalecer una faceta sobre otra, incluso negándonos que hicimos lo que hicimos o dijimos lo que dijimos. Tan importante es mantener una sensación de continuidad que hasta somos capaces de negarnos la idea de que somos más capaces de lo que pensábamos, más resistentes, más creativos… En particular, si cambiar implica desafiar nuestras ideas preconcebidas, como decíamos o las de las personas relevantes para nosotros. Hacemos tanto esfuerzo para mantener una sola idea, en lugar de acuñar una nueva e incorporarla a nuestra identidad como algo constante: somos versátiles.

Si le aplicamos una mirada moral, hay personas que ven en la variabilidad una carencia, una incongruencia intencionada para ocultar la verdadera naturaleza o simplemente una debilidad, otros verán una capacidad loable, y de nuevo, estaremos en un atolladero, confundiendo lo que es con lo que debería ser.

Otra forma de ver esta variabilidad es pensar en diferentes roles ante diferentes situaciones. Por ejemplo, una mujer que decidió ser complaciente y cuidadosa con sus hijos o su pareja pero que en otra época de la vida decidió despegarse, ser fría o desentenderse de las necesidades de los demás. En la primera época valoraba la familia tradicional tal y como le habían enseñado, y puede que disfrutara con la parte nutritiva de eso, mientras que en la segunda, los valores en el centro de sí estaban más relacionados con la independencia, la curiosidad por otras maneras de vivir o el sentido de crecimiento personal. Estas dos experiencias parecerían de dos personas, hasta que escuchamos la historia y entendemos que en aquel momento y en este, las prioridades y necesidades eran distintas. Las capacidades de cuidar, someterse, ser complaciente, distanciarse, ser fría o explorar, son intrínsecas a cualquier persona en mayor o menor medida, sin embargo, pondremos en marcha “paquetes” de capacidades en cada momento -organizándolas entorno a roles- para obtener de las situaciones lo que necesitamos o queremos… Otra discusión sería si esas necesidades y deseos que perseguimos en su momento y las capacidades que pusimos en marcha en cada época son las mismas que tendríamos y activaríamos hoy, respectivamente.