Rastro y huella
En el año 1979, el obrero argentino Victor Basterra fue secuestrado por las fuerzas militares que gobernaron durante la última dictadura argentina que acabó en 1983. Durante los cuatro años que duró su cautiverio, Basterra fue torturado y desprovisto de todos sus bienes. Gracias a sus conocimientos, fue el encargado de realizar cientos de fotografías de carnet tanto a militares como a las personas detenidas. Estas se utilizaban para la falsificación de documentación, así como para el archivo que registraba la entrada de quien había sido apresado por ser contrario al régimen. Asumiendo un alto riesgo, Basterra comenzó a esconder copias de los negativos. Cuando fue liberado, y aún bajo libertad vigilada, consiguió esconder las imágenes hasta que en el histórico juicio conocido como “Juicio a las Juntas” fueron publicadas. Las imágenes son hoy en día parte de la historia visual argentina. La identidad de muchos represores encubiertos fue entonces revelada así como la de muchos detenidos cuyas familias desconocían su paradero. El rastro de la memoria permitió reconstruir un relato dominado por un gobierno dictatorial. La huella de esos revelados, identificar y encarcelar a sus brazos ejecutores y mirar a los ojos de todas aquellas personas que murieron por el color de su militancia política.
Un papel fotosensible, de apenas unos centímetros, es capaz de encerrar un testimonio indispensable para el devenir de la historia. Puede que una de las potencias más grandes de la fotografía sea su capacidad para mirarnos frente a frente y ayudarnos a no olvidar aquellos lugares por los que nunca debemos aceptar volver a pasar o aquellas fronteras en las que debemos seguir luchando.
A finales de enero, Koldo Mitxelena Kulturgunea presentó una de sus apuestas expositivas más reseñables de este 2021. “Seeing Auschwitz” fue inaugurada justo cuando este enero se ha cumplido el 76º aniversario de la liberación del campo de concentración, emblema del terror causado por el nazismo. El proyecto se presenta dividido en cinco áreas y está compuesto por imágenes oficiales que documentaron diferentes procesos y momentos, así como instantáneas tomadas por víctimas, dibujos e ilustraciones. La exposición adquiere desde el principio un tono divulgativo. La idea principal es desafiar al público a construir una mirada crítica en torno a todo lo que significa. Por tanto, no solo se explican las formas de vida en el campo de concentración, sino las políticas previas y los objetivos que desembocaron en todo el drama humano que vendría después hasta convertirse en el símbolo del exterminio.
Entre otros muchos elementos, llama la atención un gran mapa en el que se nos muestran los caminos que recorrieron los múltiples convoyes que llegaron a su destino trayendo a presos del régimen nazi de muchos puntos de Europa. Todas y cada una de las instantáneas son terriblemente crudas. En una sociedad en el que nuestra cultura visual ha parecido asumir como normales las imágenes de violencia, es necesario reposar durante un tiempo el valor testimonial de este material.
Un año más el programa “Expodistrito” del Ayuntamiento de Bilbo ha diseñado un ciclo de exposiciones itinerantes que recorrerán diferentes distritos de la capital vizcaina. La andadura iniciada a mediados de enero finalizará en abril tras haber circulado por los barrios de Abando, Begoña, Castaños, Otxarkoaga, San Inazio y San Francisco. En esta edición la pintura asume un protagonismo especial siendo la disciplina principal de los proyectos que se presentan. Aun y todo, adquiere una resonancia destacable la colaboración realizada con Unicef. En este marco surge “Vidas resilientes”, a cargo de Araia Tamayo (Bilbo, 1984). Un trabajo fotográfico en torno a la vida infantil en Mauritania que utiliza el retrato como herramienta para la sensibilización del público visitante y la muestra de la diversidad étnica y cultural de este país del noroeste africano.