Xandra  Romero
Nutricionista
SALUD

Por qué no obligar a comer

Desde que el mundo es mundo, tratar de obligar a alguien a que haga algo, no solo no suele dar esos resultados que se buscan, sino que los que da, efectivamente, suelen ser todo lo contrario. Lo mismo ocurre con obligar a comer a los hijos, sea cual sea la edad y el contexto, es decir, desde la infancia hasta, incluso, la enfermedad, como puede ser una anorexia o una bulimia.

Y es que a comer, como todo en la vida, hay que aprender. Por ello los padres deben enseñar a los hijos, no solo a comer comida, también normas alrededor de la mesa, cuáles son las prioridades en ese momento y, cómo no, esto debe estar encaminado a que coman y que quieran por sí mismos aquellos alimentos que son buenos para ellos, un objetivo que, si se les fuerza, nunca se conseguirá.

En este contexto, los responsables de la crianza de un niño o adolescente que presenta dificultades en la alimentación pueden presentar altos niveles de ansiedad y frustración debido a que la comida constituye un pilar básico del cuidado del hijo y, por otro lado, momentos gratificantes como pueden ser la celebraciones, pueden convertirse en situaciones estresantes y desagradables tanto para la persona con dichas dificultades como para los familiares.

Pensemos que si el niño es pequeño y aún no comprende, puede malinterpretar que sus padres, de quienes solo espera afecto, de pronto le fuerzan e insisten en darle de comer cuando ya no le entra más o en obligarle a comer algo que no le gusta y, encima, le gritan. Bajo esta situación se genera sufrimiento y se acaba asociando el acto de comer con una situación desagradable que hará que odien ese momento, la comida y el tiempo en familia alrededor de la mesa.

Además, obligarles a comer cuando no lo desean, lejos de favorecer una alimentación equilibrada, una relación positiva con la comida y un ambiente relajado en casa, convertirá la mesa en un campo de batalla en el que, a partir de ese momento, se librarán todas aquellas batallas que el niño o adolescente tenga con sus padres (de la índole que sea).

En este sentido, la lucha y la pelea le otorga a la comida más poder del que debería tener; un lugar que no es el propio de la comida. Los niños y adolescentes, con su intuición, aprenden a utilizarlo para enfadarse o poner de relieve su malestar.

No es extraño que muchos adolescentes con problemas de trastornos alimentarios refieran que, previo al desarrollo del mismo, las comidas en la mesa fuesen o bien un espacio de desencuentro y discusiones familiares o, por el contrario, no existiesen dichas comidas en familia y fuese un espacio de soledad. En otras ocasiones, la escasez de límites y normas respecto a las conversaciones, uso de móviles, tablets, televisión… han dificultado una relación adecuada con la comida.

Por todo esto es importante tener en cuenta estas premisas:

• Apagar la televisión y sentarse a comer con ellos, en familia y sin distracciones.

• Durante la comida, mantener conversaciones distintas al hecho de hacerle comer, de la composición de esa comida, etc.

• Ofrecer los alimentos sin obligar, sin perder la paciencia y sin inquietarnos. Se debe actuar con tranquilidad, escuchando y observando; los padres deben escuchar a sus hijos y, con tranquilidad, ayudarlos.

• Las comidas deben ser un lugar de encuentro de la familia, no el momento para discutir de cualquier cuestión familiar.

• El adulto debe ser directivo con las normas en torno a la mesa, pero siempre manteniendo una actitud de tranquilidad y confianza.

• Dar ejemplo de conductas alimentarias saludables; esto incluye elecciones y comportamientos saludables.

• Evitar dar instrucciones del tipo “no comas tanto pan que engorda”.

• Evitar comentarios acerca del cuerpo de los niños o adolescentes en la mesa y en relación a ciertos alimentos. Recordemos que la morfología corporal del adolescente y del niño no es como la de los adultos.

• Y por último, pase lo que pase, evitar las amenazas y el chantaje en relación a la comida.