La Navidad sin cestas
Dónde se han quedado las cestas de Navidad? ¿Qué eran? ¿Es cierto que se regalaban jamones a todos y cada uno de los empleados de una empresa? ¿De verdad han existido? ¿Quién o qué estaba detrás de todo esto? Ahora, familia, volved a leer esto imitando la voz de Gloria Serra (programa televisivo “Equipo de investigación”). A mí se me pone el mismo cuerpo que a ella cuando supuestamente investigaba sobre los casos que trataban. ¿Qué está pasando con las cestas de Navidad?
Este es un tema que muestra y refleja la evolución que ha sufrido la gastronomía doméstica los últimos años. Esta condición, la desaparición de las cestas de Navidad, ha provocado que las reservas de conservas en el armario que está encima de la nevera bajen a niveles críticos. Hablo de ese armario en el que dejamos que los melocotones en almíbar o las alcachofas en conserva evolucionen por más de 8, 9 o 10 años, creyendo que pasado este tiempo estamos a punto de abrir un bote de alcachofas de etiqueta “reserva” del año 2005. De hecho, soy de los que piensa que el embotado y los enlatados se hicieron así para soportar el abandono el mayor número de años posible, llegándose a dar casos en los que, tras derrumbes de edificios, se han encontrado restos de melocotón o turrón del duro que se confundían con el pladur. Esto es gastronomía resistente y, si nos comemos algo de esto pasados los años, resiliente.
Y es que, ahora en serio, las cestas marcaban gran parte de la alimentación de las fechas próximas. En mi caso, vaciábamos los dulces en el frutero de la mesa de la cocina, dejándolos a la vista. No sé si mis padres tenían la esperanza de que por descuido me llevara una pieza de fruta a la boca. Lo confieso, sigo comiendo muy pero que muy poca fruta. Esta costumbre servía para que las visitas tuvieran a mano un bocado dulce a modo de bienvenida. Y ahí podían estar casi hasta verano. Durante las reuniones familiares de estas fechas, suponían el postre. Ocurría lo mismo con el jamón. Nadie sabía cortar jamón y muy pocos pensaban en pedirle el favor al carnicero del barrio, por lo que a la paleta regalada parecía que la habían intentado lonchear con un taladro. He visto biblias más finas que las lonchas de los jamones de las cestas. Literal. El que sabía cortar, servía un platito como entrante. Los que teníais croquetas en la mesa, preguntaos por qué. Y así ocurría con infinidad de productos a los que muy poco uso se daba con gusto. Lo que contaba era el detalle.
¿Y dónde nace esta costumbre? Pues ni más ni menos que en la antigua Roma. Entre una de las miles de costumbres que tenían los romanos de poder, se encontraba la de tener “clientes”. No clientes para transacciones económicas, hablo de clientes traducidos a ser “sirvientes”. Por lo general, gente de escasos recursos que se aprovechaba de la servidumbre para ganar un extra o simplemente lo básico para vivir. Pues, es en las fechas de las “saturnales”, una fiesta pagana que se celebraba en diciembre, donde se registra por primera vez la tradición conocida entonces como “sportula”. Esta tradición consistía en regalar a los “clientes” una cesta de mimbre llena de higos, laurel y diversos productos de calidad por aquel entonces. Imaginaos que os quitan la paleta de jamón de la cesta y os ponen una ramita de laurel y un puñado de higos. ¡Puf! Qué emoción más histórica, ¿verdad? Pues en aquella época era todo un lujo poder disfrutar de la “sportula” así que, aunque os hayan quitado el jamón, apreciad la cesta de Navidad, los que todavía la disfrutéis, como si de una “sportula” llena de higos romanos se tratara. Solo por respeto a los que ya no les cae ni un café navideño.
Lo cierto es que ver una pezuña saliendo de una caja regalada, un lote o una cesta nos ilusiona, aunque el cerdo sea de Marte. A lo que voy, ¿y si utilizáramos esta tradición para difundir por nuestras empresas productos de cercanía-local? Es decir, imaginaos que nos regalan una cesta llena de productos vegetales, cárnicos, lácteos y bebibles totalmente locales. Provenientes de las empresas más cercanas posibles. Es una tradición que mueve muchísimo producto y de la cual podríamos abanderarnos para hablar de cestas locales de producto. Sé que con una cesta no solucionamos nada, pero para muchos puede suponer un primer contacto con “lo local” y así poder abrir los ojos y poco a poco ir apostando por la cercanía de producto. Dadle una vuelta y animaos, aunque sea solo una mini calabaza, a regalarle algo a alguien cercano, que sea, por supuesto, local. Sería una especie de cadena de favores KM0. Ahí lo dejo.
Se acercan las fechas señaladas y muchos ya tienen decidido qué van a servir en las mesas para los que toca cocinar. ¿Cuánto de ese producto, que acompaña a algo de estas cestas, es local? ¿Cuántas de las recetas que se van a preparar tienen ese punto romántico e histórico? Al igual que las cestas van desapareciendo, también lo está haciendo la costumbre de pasarnos el día entero en la cocina para una sola sentada. Es una cuestión de cambio cultural. Poco a poco nos apetece menos trabajar y más salir a potear todos juntos antes de la comida o la cena que toque. Reinan cada vez más los corderos “al abandono”, los pollos “hasta que llegue”, la sopa de pescado “de ayer” o la ensaladilla “del carnicero”. Son hechos probados que marcan la dirección de lo que las navidades están empezando a ser. Cada vez se hacen más comidas fuera de casa, otro tema del que poco se habla y ya mueve a familias enteras por los restaurantes, sobre todo de las grandes ciudades. La comodidad del no fregar es lo que tiene.
Sinceramente, soy de los que opina que estas costumbres seguirán cambiando a un futuro a corto plazo y nos reuniremos cada vez más fuera de casa. Cada vez sabemos cocinar menos, aunque aquí es cierto que todavía se protege este conocimiento. Aquí se cocina, pero también vemos que en otras ciudades salen a comer por ahí (probablemente porque nadie quiera enmarronarse o, simplemente, no sepan cómo hacerlo) y esto nos gusta también a nosotros. Si somos los poteadores por excelencia, los de las sagardotegis, los de las cenas en la “soci” entre semana, los que no fallan un sábado con los amigos o familia en el asador, ¿cómo no vamos a ser también “los del día de Navidad en el restaurante”? Si lo hacen en Madrid y Barcelona, ¿vamos a ser menos? Esto también pesa, familia. Así que sumémosle esto a la gradual desaparición de las cestas de Navidad. Atrás quedan berzas, repollos, coliflores, besugos o pollos como platos típicamente locales y navideños. Hoy es más “localmente” tradicional encontrar carabineros, trufa negra, solomillos de Kobe nacional o guacamoles con totopos en las mesas navideñas vascas. Lo de la cesta de navidad es solo una excusa para contaros todo esto y lanzaros las siguientes preguntas: ¿Se han terminado las navidades vascas, tal y como las conocíamos? ¿Cuánto más aguantarán las tradiciones navideñas en las pequeñas localidades?
Mini receta navideña. Para terminar con algo alegre y divertido típicamente navideño y que tiene muchísimo que ver con las cestas de Navidad, va mini receta. Probad a abrir el bote de melocotones en almíbar (reserva de no más de dos años a poder ser), sacad las piezas, escurridlas bien y metedlas al horno a 180° durante 3-4 minutos. Cortadlos en pequeños gajos y probadlos con un poco de ese jamón de cesta perfectamente cortado. Si el melón con jamón está bueno, ¿no lo va a estar con un melocotón en almíbar, reserva del 2019?
On egin!