El susurro de la distancia
Cualquier tipo de acto creativo busca, entre otras cosas, la posibilidad de construir un espacio de escucha y diálogo. Un pacto entre obra y público capaz de crear un lugar en el que sucede un encuentro. Tanto el arte como la literatura, el cine o la música arrastran consigo una necesidad de atención y de esfuerzo. Una disposición a sentir la interpelación de aquello que se dirige directamente a nuestra conciencia y que requiere de la participación. Entendemos también que el proceso comunicativo del arte no se trata (o no siempre) de un diálogo directo basado en titulares o información concreta. La producción cultural trabaja con otros recursos entre los que entra todo aquello que tiene que ver con lo poético. En ocasiones porque obviamente necesita estrategias que atraigan nuestra atención, pero no confundamos esto con un anhelo preciosista que solo persigue la autorreferencia estética.
Si algo posee el arte es la capacidad de articular discursos que profundizan en matices, en aquellas anotaciones al margen que se desvían de lo establecido y la activación de interruptores de nuestra conciencia que quizás nunca antes habíamos encendido. Es por eso que existen recursos como el uso de los relatos. Una manera de crear una distancia suficiente entre la audiencia y la narración para conseguir así una visión periférica que permita alcanzar muchos más recovecos. Como con cualquier propuesta de ficción acabamos por identificarnos o por hacer nuestras aquellas historias que se nos presentan para finalmente hacer que la experiencia atraviese nuestra realidad. Es entonces cuando aquello que nos parecía ajeno se vuelve cercano y las voces que no entendíamos se convierten en mensajeras cómplices. Y por esto el arte es necesario, pues nos ayuda a conocer otros escenarios y a alterar la óptica a través de la que miramos.
Desde que en el año 2014 la sala 103 del Museo Guggenheim de Bilbo se convirtiera en la Sala Film & Vídeo, muchas son las propuestas que han pasado por este espacio situado en el atrio del Museo. Un lugar que se enfoca en la programación de la imagen en movimiento y el audiovisual vinculado al arte contemporáneo. Piezas cercanas al videoarte, a la instalación e incluso a lo cinematográfico, pero expandiendo y rompiendo las barreras de la disciplina.
En esta ocasión, podemos acercarnos al proyecto “Cuarto Sagrado”, firmado por la artista Monira Al Qadiri (Senegal, 1983). Inaugurada a mediados de marzo, propone hasta el próximo 12 de junio una instalación gobernada por una gran pantalla que ilumina un conjunto escultórico de delicada apariencia. La banda sonora subraya y potencia la fuerza de las imágenes aéreas que nos presenta Al Qadiri y nos sumerge en una atmósfera onírica que en ocasiones nos recuerda a un estado de semiinconsciencia. El punto de partida es la historia de un explorador británico que en 1930 atravesó el desierto arábigo buscando la ciudad perdida de Ubar. Finalmente encontró restos de uno de los meteoritos más importantes de la memoria de nuestro planeta. La autora da voz a las piedras resultantes de aquel impacto que en primera persona realizan una reflexión sobre nuestro mundo y la necesidad de la unión colectiva para revertir las problemáticas actuales.
Por otro lado, hasta el próximo 3 de junio la Sala Urazurrutia de BilbaoArte alberga el trabajo realizado por la artista Malu Hatoum (Brasil, 1976), becada por el centro el pasado 2021. “AQUÍ.FEROZ” es el título del proyecto inaugurado a principios de mayo que se asienta en el arte sonoro y performático, principales baluartes de la práctica de Hatoum. La ficción aparece de nuevo como un recurso y unos seres híbridos entre tech, humanos y animales, nos hablan de la destrucción ligada a la historia de Belo Monte, la central hidroeléctrica que destruye el ecosistema del rio Xingu.