Lillian Suwanrumpha | AFP
Mujeres en el afganistán patriarcal

Afganas que siguen trabajando pese al régimen talibán

Fotografía: Lillian Suwanrumpha | AFP
Fotografía: Lillian Suwanrumpha | AFP

Excluidas de la vida pública por las abrumadoras restricciones en el trabajo, en sus desplazamientos o en la manera de vestirse, las mujeres afganas son las que más están sufriendo el regreso de los talibanes al poder. Raras son las mujeres que no han perdido a un familiar masculino en las sucesivas guerras que se han vivido en el país. Otros, como sus maridos, padres, hijos o hermanos perdieron sus ocupaciones laborales o vieron caer de forma drástica sus ingresos por una crisis económica cada vez más profunda.

Este mes de agosto, cuando se cumple un año de la restauración del régimen talibán, AFP ha realizado una serie de retratos en grandes ciudades afganas como Kabul, Herat o Kandahar de mujeres que intentan por todos los medios trabajar para mantener sus hogares a flote. «En estos tiempos difíciles, mi trabajo me ha hecho afortunada», explica Shafari Shapari, una panadera de 40 años. «Mi marido está sin empleo y se queda en casa, pero yo soy capaz de alimentar a mis hijos», añade.

Las mujeres se han visto apartadas de la mayoría de los empleos públicos. A los talibanes no les gusta que trabajen fuera de casa, como tampoco que las niñas asistan a la escuela. Así que o bien han recibido recortes salariales o directamente la orden de quedarse en casa. También las mujeres son las primeras en ser despedidas de empresas privadas en dificultades, especialmente en aquellas que no pueden garantizar la segregación por sexos en el lugar de trabajo como exigen los talibanes.

Pero algunos puestos todavía siguen cubiertos. Rozina Sherzad, de 19 años, es una de las pocas mujeres periodistas que puede continuar con sus labores informativas a pesar de las restricciones crecientes impuestas a la profesión. Sherzad, que aparece en portada de este reportaje, admite que en estos casos es importante el apoyo del entorno. «Pero mi familia está conmigo. Si mi familia estuviera en contra de mi trabajo, no creo que la vida continuara teniendo ningún sentido en Afganistán», señala.

Pero hay más: Ghuncha Gul Karim se atreve con la apicultura después de que su marido perdiera el empleo. La empresaria y apicultora de 35 años, que posó para el retrato en Herat, hace crecer su negocio relacionado con las abejas y produce miel para la venta después de que su esposo dejara el país. «Acepté dos trabajos adicionales y compré una motocicleta para trasladarme en ella a la granja de miel y de regreso a casa», asegura. «Estoy decidida a convertirme en la reina de las abejas melíferas», añade.

Karim es apicultora, Zarghunna Noori, taekwondista y Manezha Sultani es artista y profesora de arte.

Robina, de 40 años, trabaja en una fábrica de champú y posa en Kandahar vestida con un burka; Maryam Osmani, de 50, se dedica a tejer seda; Zarghunna Noori, de 23, practica taekwondo y Manezha Sultani, de 24, es artista y profesora de arte. Hay muchas más que necesitan trabajar. Incluso antes del regreso de los talibanes al poder, Afganistán era un país profundamente conservador y patriarcal. Los progresos en materia de derechos de las mujeres en las dos décadas de intervención extranjera se limitaron esencialmente a las ciudades.

Las mujeres generalmente siguieron cubriéndose el pelo con el fular y el burka, obligatorio bajo el primer régimen de los talibanes (1996-2001). Así que se siguió usando ampliamente, especialmente fuera de la capital, Kabul. Pero las prohibiciones han ido empeorando. A principios de año, la policía religiosa ordenó a las mujeres cubrirse completamente en público, incluido el rostro. Así están las cosas.