Igor Fernández
Psicólogo
PSICOLOGÍA

De lealtades y futuros II

Hay veces en las que un tema pide una extensión mayor y el tema de la pasada semana se ha quedado reverberando en mi cabeza. Había planteado un diálogo entre fuerzas opuestas que tienen que entenderse para que una relación con historia pueda crecer. Por un lado, la fuerza que trata de mantener los marcos de referencia pasados y que llegan hasta hoy; y por otro, la irrupción de nuevas experiencias, inevitables por el crecimiento natural. En esa coexistencia, para empezar es importante saber que nunca abrazamos realmente aquello que se nos impone, simplemente lo aceptamos. Si queremos transmitir algo realmente valioso a los que vienen detrás, o en los que piensan diferente, no es la exigencia o la confrontación sino el afecto, el deseo de acercarse, lo que generará la ‘adquisición’ de esta idea o aquella, de este valor o aquel en quien no lo ha experimentado de primera mano.

Es muy difícil escarmentar en cabeza ajena y también amar algo de lo que no se ha participado. Padres que tratan de que sus hijos ‘quieran’ ir con ellos a pescar –“porque es muy relajante”–, o que ‘quieran’ no beber cuando salgan –“porque tienes que cuidarte”–; amigos que tratan de que otros amigos ‘quieran’ sumarse a un viejo plan –“porque siempre lo hemos hecho”–; o generaciones que tratan de que otros no olviden sus dolores y las conclusiones que sacaron al respecto –“porque solo recordando se puede evitar que suceda”–. Argumentos que para quien los esgrime pueden ser sensatos o sentidos, para quien los recibe pueden no pasar de una vivencia muy privada, que pueden escuchar con mayor o menor interés y nada más. Entonces tenemos que admitir que la libertad del otro es una pieza imprescindible para el crecimiento real, que no se puede manipular o violar por creer que tenemos razón o que es muy relevante lo vivido.

Ahora bien, también es nuestra responsabilidad para con los que vienen transmitirles el valor de lo que necesitarán cuando no estemos. Si la persona que va a recibir lo que queremos darle siente que no tenemos en cuenta la opción de que diga no, ninguneamos su capacidad crítica o nos vengamos si no lo coge, estaremos poniendo la primera piedra del muro que es probable que la persona levante. Y es que hay siempre un riesgo en las interacciones de verdad –y esta de la transmisión de valores es una de ellas–: ser rechazados, que no seamos tan importantes para el otro como querríamos o que no confirme nuestras opciones. Desde ese respeto podemos entonces hablar en primera persona, sobre lo que nos emocionó, nos costó, nos hizo pensar a nosotros, a nosotras, aquello que aprendimos a hacer nuestro; de forma que el otro pueda resonar empáticamente con la experiencia, involucrarse emocionalmente y decidir libremente qué hacer después con esa emoción.

Quizá podamos también preguntarle por lo que le parece, lo que le hace pensar; y puede, solo puede, que algo de todo lo que hemos compartido quede en una forma que sí tenga sentido para esa persona en sus circunstancias actuales –nunca será una réplica exacta de lo que nosotros vivimos–. Entonces se puede pasar a la acción y quizá hacer algo de todo ello para que haya una experiencia única hoy, siendo todos quienes somos y no aquellos que fuimos. Y ahí hay un nuevo riesgo de que la chispa se encienda o no, en cuyo caso, quizá es que ha llegado el momento de cambiar nosotros, en lugar de que ellos acepten nuestra realidad como propia.

Puede notarse como un momento de duelo, de pérdida, y en cierto modo lo es si no hemos hecho el impacto deseado pero, por otro, si estamos involucrados de verdad, si no nos hemos colocado en un lugar superior o secretamente manipulador, esa experiencia tendrá también un impacto en nosotros y entonces la pelota estará en nuestro tejado. Podremos entonces aprender quizá algo nuevo, colocar aquello tan relevante en el lugar que le corresponde y crear algo distinto, real, actual… Siendo fieles a quienes somos.