Gastronomía dividida: Zu hor eta ni hemen
F eliz domingo, amigos y feliz domingo, familia. Que no se diga que racaneo en el saludo. Quédese pues, así, el saludo bien repartido entre unos y otros. Pero, ¡ojo!, repartido sí, dividido no. Uno puede dividir una barra de pan en dos, pero también la puede repartir. Pero, cuidado. No se puede repartir una barra de pan, sin antes haberla dividido. No os asustéis, no voy a liaros con la física del reparto y la partición de una barra de pan en balde. Y es que una barra de pan, así, a pelo, sin nada que la rellene o un caldo con el que mojarla, de poco sirve, ¿no es así? Imaginaos rellenar esta barra de pan con tortilla. Que también se puede repartir, habiéndola dividido antes. La cuestión de verdad, la división profunda está en si la tortilla debería de llevar cebolla o no, en si el pan de un bocata se tuesta o no… Familia, amigos, estas sí son divisiones con las que no se reparte. ¿La gastronomía divide a la gente? Pues sí. Y como decía mi abuela, «hay dos tipos de personas. A los que les gusta comer caliente y los que no tienen ni p*^* idea de la vida». Amén.
Sí, familia, soy de los que sorbe la sopa rozando los 100° centígrados. Soy de esos que se termina el plato sin que el de enfrente haya podido empezar siquiera. Costumbres, gustos o incluso tradiciones dividen a la gente en la gastronomía o, por lo menos, la clasifican. Vuelvo al ejemplo anterior, a la tortilla, que no solo divide a la gente entre los que les gusta con cebolla y los que no. También existe la división entre los que pochan mucho la patata y los que la fríen, entre los que añaden pimiento verde y a los que esto les parece un crimen. Hay quien prefiere la tortilla seca frente a una tortilla jugosa. Para gustos los colores, pero a mí, la tortilla con cebolla, pimiento verde y poco hecha pero cremosa. Que no haga sopa en el plato. Entendéis por dónde voy, ¿verdad? Pues esto mismo es lo que hacemos, o por lo menos pensamos, todos después de decir que «a mí me da igual cómo esté, seguro que está buena».
La siguiente gran división pudiera estar entre los que prefieren la carne poco hecha y los que no. Aquí es cierto que el gusto pesa y mucho, hasta el punto en el que alguien puede llegarse a no comer un plato si no está como lo desea. Es más fácil que alguien que prefiere la carne poco hecha se coma una pieza más hecha que al revés. Cosas de la vida. Y de la carne. Sobre todo, de vaca o buey.
Lo mismo ocurre con el pescado que, gracias a la imparable expansión del sushi por muchas de las cartas de Euskal Herria, el pescado crudo o poco hecho se disfruta más ahora que hace cinco o diez años. Sigue habiendo quien, por un motivo u otro, sin tener nada que ver con la salud o la condición de cada uno, prefiere el pescado congelado y muy muy muy cocinado. Creo que ya lo he dicho alguna vez, pero me repito: «anisakis hemos comido todos». No como si fueran un plato de angulas, pero sin querer en algún bocado inocente, en el que no nos hemos dado cuenta, ha caído, seguro. Una contradicción sería disfrutar del sushi y no poder comerse después una pieza de pescado cocinado poco hecha. Pero como todos somos una contradicción en sí misma, no vamos a cargar a la gastronomía con este muerto.
Homenaje al puré. Pasamos a las verduras que, aunque muchas veces se limite a me gusta o no me gusta, existe un formato con el que todos hemos aprendido a llevárnoslas a la boca. El puré. La persona que inventó el puré, la papilla o las cremas se merece un monumento en todas las huertas de Euskal Herria. Qué sería de nosotros si esta persona no hubiera traído la cuchara de esta manera a nuestras casas. Yo, probablemente, no hubiera probado la verdura hasta bien pasados los veinte años si no las hubiera ingerido en puré. Sé, por confesiones vuestras, que todavía muchos de vosotros seguís tirando de cremas de Thermomix para comer verdura. Y, ¡ojocuidau! Que no me extraña, porque la textura de una buena crema de verduras es de lo mejor que hay.
Ocurre también con los huevos. Me da incluso repelús escribir esto solo al pensar en esta textura, pero el “moquillo” del huevo es algo con lo que no puedo. Hay gente que lo prefiere así. Yo prefiero perder parte de la yema con tal de que no haya “moquillo”.
La casquería es otra de las grandes familias que dividen mesas a favor y en contra. Yo defiendo la casquería, pero con letra pequeña. No puedo con el hígado, las criadillas o los riñones. Del resto, me comía un cubo casi a cualquier hora. Estoy seguro de que los amantes de la casquería tenéis problemas, al igual que yo, para encontrar un compañero de aventuras con el que pedir más de un plato de callos, morros, rabo, patas, lengua, lecheritas… si os falta alguien en el equipo, ya sabéis dónde estoy. Cuando hay casquería en la mesa y buen pan, que se haga el silencio y me dejen solo.
Por último, a pesar de que podría seguir poniendo mil ejemplos como estos, llega el momento del dulce. Más concretamente, el de la tarta de queso. Sin seguir leyendo ya estáis pensando unos que la tarta de queso es la que se hornea y otros, que no. Que la tarta de queso es la crema blanquita que cuaja en frío y lleva mermelada por encima. Además, dentro de los defensores de uno u otro formato, también existe división. La mermelada para el caso de los que la prefieren blanca y cuajada en frío y la base de galleta (que lleve o no) para los que la prefieren horneada.
Amigos, familia, que quede claro que esto va de gustos, que no hay bien y mal. Todo se limita a maneras de hacer, de entender las cosas y de disfrutarlas como uno quiera. Estas divisiones no deberían ser nunca motivo de riña o trifulca. Tristemente, pueden llegar a serlo, pero que no sea hoy, tras haber leído estas líneas. Que os sirva de conversación alegre y distendida para la sobremesa del mediodía o de la noche. Que estas divisiones nos hagan únicos, nos diferencien y sirvan para conocernos mejor. Porque no hay nada más bonito para alguien que va a cocinar para otra persona que saber los gustos de esta. Estas divisiones son pistas hacia la felicidad de las personas, que ya os digo que, si sois como yo, con el comer y poco más la felicidad es la menor de las preocupaciones. Estómago lleno, corazón contento, pero, si encima lo es disfrutando de los gustos y rarezas personales de uno mismo, pues apaga y vámonos.
La siguiente vez que os toque cocinar para alguien y recibáis una crítica, pensad que esta persona solo está regalándoos una manera de hacerla feliz. Sin rencores y desde el cariño. La división sobre los gustos en la cocina, por lo tanto, también nos une.
On egin!