Activar la memoria
La memoria es una cualidad de nuestro organismo. Es la función cerebral encargada de almacenar y organizar información sobre el pasado. Pero además tiene un sentido cultural en tanto en cuanto no se refiere solo a nuestra experiencia personal, pues es pieza clave para entender todo lo sucedido previo a nuestra existencia. Por eso, no se trata exclusivamente del ejercicio de recordar, sino más bien de construir una relación con nuestras herencias y, en consecuencia, con aquello que moldea nuestro presente. La memoria es también parte de un relato que como sociedad nos ayuda a comprender nuestra posición en el mundo. Las interpretaciones que de ella se hacen, estructuran posicionamientos y maneras de pensar. Es capaz de influir en comportamientos actuales y asume un gran poder en la creación de imaginarios compartidos. Es por esto que no sirve solo con reivindicarla. La memoria debe ser activada para que sus potencias sean entendidas y recogidas desde nuestro momento concreto. Solo por este camino conseguiremos superar la nostalgia paralizadora y convertir este sentimiento en impulso.
Precisamente desde una revisión sobre su propio pasado, nace la exposición “Ertibil 40”. Un título y una cifra que sirven como marco para la propuesta comisarial llevada a cabo por el equipo conformado por Juan Pablo Orduñez/mawatreS, Andrea Estankona, Ion Macareno e Iván Gómez. Ertibil es una cita que desde hace cuarenta años reúne bajo convocatoria a artistas jóvenes del contexto vizcaino. Su muestra itinerante es una de las citas ineludibles de nuestro tejido y ayuda a medir la temperatura del futuro próximo de las artes visuales en Euskal Herria. Tras su primera edición en 1983, son muchos los caminos que ha ido tomando y este aniversario se antoja un momento idóneo para echar la vista atrás y abordar todo lo que ha sucedido en torno a su legado.
Cabría esperar una exposición en la que se dispusiera una selección de los trabajos más destacados y nos permitiera entender la cronología de su evolución. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. El proyecto trata de resignificar la Sala Rekalde de Bilbo y convertirla en un lugar vivo. Un espacio en el que lo contemplativo se diluye y en el que el público participa de una reflexión sobre la identidad de este certamen. La sala se convierte entonces en un lugar para ser habitado. Mobiliarios dispuestos para sentarse, conversar, compartir y visionar varias proyecciones que de manera simultánea proyectan diferentes piezas a las que accedemos desde la información dispuesta en la galería. No hay obras colgadas o esculturas en el suelo. Los vídeos funcionan a modo de ensayos que profundizan sobre aspectos del mismo sentido de Ertibil. Para esto encontramos firmas como Raquel Asensi, Miren Barrena, M. Benito Píriz, Luis Candaudap, Helena Goñi, Izaro Ieregi, Dr Kortex, Arantza Lauzirika, Estela Miguel, Victoria Ascaso y Josu Rekalde. A través de sus trabajos, nos sumergimos en cuestiones que van más allá de lo que supone un concurso o una muestra, pues de ellos se desprenden aspectos que ponen en cuestión realidades como lo generacional, el almacenaje de obra o la presencia del audiovisual. Cabe mencionar que durante nuestra visita podemos encontrar un grupo de trabajo que estas semanas han hecho del espacio su propio taller y cuyos resultados serán mostrados en el cierre de la muestra.
Pero además de esto, el plato fuerte de esta experiencia que se extiende hasta el día 26 de este mes, es el programa público diseñado para ser desarrollado en los dispositivos creados para el lugar. El mobiliario adquiere ahora un protagonismo a destacar pues da sentido a las seis sesiones que han tenido lugar en torno a cuestiones como el cuerpo, el deseo, el medio, la crítica, el acceso y lo político. Todas ellas protagonizadas por nombres que representan diversas generaciones del contexto artístico. En definitiva, una exposición que desborda el formato y pone en valor la cultura como un espacio de relaciones. Adquiere un sentido propio pues no es estanca ni estática. Nos zarandea desde su propio movimiento hacia momentos donde suceden cosas. Desplaza nuestro rol como público y nos invita a una celebración que es también un cuestionamiento sobre los caminos futuros. Cuando aquello de lo que formamos parte nos lleva a lugares que no conocíamos antes de cruzar la puerta de entrada significa que está vivo. Y esto es sin duda una buena noticia para todo lo que nos viene por delante.