Pello Guerra
Redactor de actualidad / Aktualitateko erredaktorea
de sobrevivir en Nafarroa en 1936, al trabajo esclavo en el Sahara

La odisea de Julio Metauten

El lizartarra Julio Metauten Ayúcar fue un superviviente. Salió indemne de un linchamiento político en Beraskoain en 1936, sobrevivió a la represión y se exilió en África, donde trabajó en condiciones de esclavitud en el ferrocarril Transahariano. Su nieta Maite Magallón Metauten ha rescatado su odisea.

Metauten, tras pasar por las obras del Transahariano y en la que se aprecia la pérdida de peso que sufrió en esa época. Fotografía: Archivo de Maite Magallón Metauten
Metauten, tras pasar por las obras del Transahariano y en la que se aprecia la pérdida de peso que sufrió en esa época. Fotografía: Archivo de Maite Magallón Metauten (Zazpika)

La difusión de la memoria histórica genera, en ocasiones, un efecto dominó, de tal manera que dar a conocer un caso de represión de la guerra del 36, hace que se termine haciendo público otro. Al menos así ha ocurrido con lo sucedido a Félix Esparza, militante de Izquierda Republicana al que dieron muerte durante un linchamiento político en la localidad navarra de Beraskoain en febrero de 1936.

Su caso fue detallado en un reportaje publicado por GARA y NAIZ el pasado 16 de febrero, cuando se cumplían 87 años desde que Esparza falleciera de dos disparos de escopeta en la cabeza cuando iba a recoger a un interventor de las elecciones que se celebraron ese día y en las que venció el Frente Popular.

En el momento del crimen, Esparza estaba acompañado por una persona que consiguió sobrevivir al luctuoso suceso y del que no se conocía su nombre. Pero ese reportaje ha terminado arrojando luz sobre ese hombre hasta entonces anónimo.

Al día siguiente de su publicación, se recibía una llamada en la redacción de GARA en Iruñea. Se trataba de Maite Magallón Metauten, nieta de Julio Metauten Ayúcar, a quien identificaba como el compañero de Félix Esparza en ese trágico viaje.

La sorpresa fue mayúscula, pero, en realidad, solo era la primera, ya que, a medida que avanzaba la conversación sobre la vida de Metauten, Magallón iba detallando una odisea vital en la que el linchamiento de Beraskoain era un episodio más dentro de una historia de supervivencia que se iba a prolongar por más de diez años.

A través de conversaciones con sus familiares y de una serie de fotografías de la época, Maite Magallón ha ido reconstruyendo la vida de su abuelo Julio, que nació el 21 de setiembre de 1902 en Lizarra, donde, con 8 años edad, ya trabajaba como carpintero con su padre.

Unos años más tarde, se trasladó a Ipar Euskal Herria para trabajar como ebanista, pero poco después se afincaba en Iruñea, donde conoció a Rosa, originaria de Tutera, con la que se casó el 10 de noviembre de 1928. Al año siguiente nació su primera hija, María Antonia, a la que siguieron José Luis, Julio, que falleció con tan solo 18 meses, y Rosa, que vino al mundo en marzo de 1936.

Metauten tenía que pluriemplearse para poder ganarse la vida y fue portero de la sala de baile Katiuska, tramoyista en el teatro Gayarre y camarero en el bar Dena Ona de la plaza del Castillo.

Hasta que decidió presentarse a unas oposiciones para cubrir puestos vacantes en la Sección de Desinfección del Dispensario Antituberculoso (actualmente Centro San José), ubicado a la entrada de Barañain, en la calle Vista Bella. Consiguió obtener plaza en esa oposición y trabajó en la lavandería desinfectando las ropas de los enfermos. Sin embargo, mantuvo sus vínculos con su primer oficio, de tal manera que llegó a representar a la Sociedad de Carpinteros en un congreso provincial del sindicato UGT.

Trabajadores forzosos del ferrocarril posan durante una visita oficial a las obras. Fotografía: Archivo de Maite Magallón Metauten

Linchamiento en Beraskoain. Además, pertenecía a la Agrupación Socialista, motivo por el que fue convocado como enlace electoral de Iruñea. Esa circunstancia explica que acompañara a Félix Esparza, militante de Izquierda Republicana, en un viaje a Beraskoain para buscar al interventor Víctor Pascual en el marco de las elecciones estatales del 16 de febrero de 1936 que terminó ganando el Frente Popular.

Cuando llegaron a esa localidad, el interventor no estaba y en su lugar había un grupo de personas que les increparon y, cuando decidieron huir del lugar, Esparza recibió dos disparos en la cabeza a corta distancia.

Metauten salió con vida de ese linchamiento, aunque fue un prólogo de lo que estaba por sufrir, a pesar de que para entonces ya había conocido la cárcel de Iruñea allá por 1931 «sin que sepamos por qué motivo», señala su nieta.

A los pocos meses de los sucesos de Beraskoain, se producía el golpe de Estado que terminó derivando en la guerra del 36. El 11 de agosto era encarcelado en la prisión de Iruñea, donde «lo torturaron, entre otras cosas, metiéndole palillos entre las uñas de los dedos».

Al cabo de unos meses, fue puesto en libertad. Al salir, Metauten no quiso llevarse el colchón que utilizaba en la prisión, «porque había visto cómo los que salían de la cárcel cargados con el colchón, iban a paso lento y eran blanco fácil para que los mataran por la espalda los guardias, que luego decían que habían intentado escapar y se habían visto obligados a disparar».

En ese primer momento, no actuaron contra él, pero al llegar a su hogar, en el número 33 de la calle San Nicolás de Iruñea, «le avisaron diciéndole ‘Vete, que van a ir a por ti’», detalla Maite Magallón.

Se despidió de su familia y consiguió pasar a zona republicana. A su esposa Rosa le llegaron noticias de que se encontraba en Barcelona y, con sus tres hijos, se presentó en la ciudad catalana, aunque «no consiguió dar con su paradero y tuvo que volver y esperar noticias». Para mantener a su prole, Rosa trabajaba en la fábrica de Calzados Goñi, con la mayor, María Antonia, ayudándole en todo lo que podía.

El navarro Julio Metauten en Casablanca con la gente que le ayudó a regresar a Europa. Fotografía: Archivo de Maite Magallón Metauten

Rumbo a Argelia. Como supieron más tarde, Metauten se encontraba luchando en el frente hasta que las tropas franquistas rodearon a los combatientes republicanos en Alicante. En el puerto de esa ciudad consiguió embarcar en el Stanbrook, el último barco que zarpó repleto de exiliados. El buque inglés terminó atracando en el puerto argelino de Orán, donde sus pasajeros no pudieron desembarcar, ya que se le impuso una cuarentena, aunque «sin suministrarles ni agua ni alimentos. Solo les daban para comer higos secos y pan», detalla Magallón.

Cuando por fin se les permitió bajar a tierra, Metauten fue trasladado a Boghari, donde se fueron hacinando los refugiados hasta que se les trasladaba al correspondiente campo de concentración. El lizartarra terminó llegando al campo de Bou Arfa, en Marruecos, y como miles de personas en su situación, fue obligado a trabajar en el ferrocarril Transahariano.

Con ese nombre se conocía a un proyecto francés, pergeñado ya a finales del siglo XIX, que pretendía comunicar el Mediterráneo con el río Níger, controlando así el comercio desde el Golfo de Guinea, con más de 3.000 kilómetros de raíles.

Durante sesenta años estuvo en vía muerta, hasta que tras la ocupación de la Alemania nazi de la mayor parte del Estado francés, el Gobierno de Vichy proclamó la importancia de llevar adelante este proyecto, que buscaba un mejor suministro de las materias primas de las colonias a la metrópoli.

Berlín dio el visto bueno a un ferrocarril que le interesaba especialmente y para el que iban a utilizar prácticamente como esclavos a los refugiados republicanos. Los trabajos del corredor comenzaron en el tramo desde las minas de manganeso de Bour Arfa en Marruecos hasta las minas argelinas de carbón de Kenadsa en marzo de 1941.

Arriba, obras del ferrocarril Transahariano; al lado, el lizartarra –el primero por la izquierda– en Casablanca, junto a las personas que le ayudaron a regularizar su situación. Abajo, disfrutando en Casablanca. Al lado, tras regresar a Europa a mediados de los años 40; a la derecha, Metauten en la fila superior en el centro, con otros trabajadores forzosos en Bou Arfa. Fotografía: Archivo de Maite Magallón Metauten

El infierno del Transahariano. Entre las 6.000 personas que empezaron a tender ese trazado figuraba Metauten y a todos les esperaba un auténtico infierno. Como explica su nieta, que a duras penas consigue contener las emociones, «los responsables del campo se creyeron dueños de sus vidas y los torturaron, los apalearon, los maltrataron, a algunos los mataron, a otros los dejaron sin comer. Lo mismo cocían un perro y les daban el caldo para comer».

«A muchos les negaron el agua como castigo y estando a más de 50 grados de temperatura, la mayor parte del tiempo era una situación horrible. Algunos se metían piedras en la boca para poder hacer saliva y tener la boca más húmeda pero, si no les daban agua, no era una solución. Por las noches, la temperatura bajaba drásticamente llegando a valores negativos de hasta -10º o más», añade. En esas duras condiciones trabajaban más de diez horas diarias, salvo si hacía acto de presencia el temible siroco. Cuando soplaba el viento del desierto, se refugiaban en los ‘marabouts’, las tiendas de campaña en las que malvivían.

Imagen de las obras del Transahariano, donde el trabajo era extremadamente duro. Fotografía: Archivo de Maite Magallón Metauten

Hospital de Casablanca. Para estos esclavos del Transahariano, una de las pocas alegrías pasaba por hacer llegar o recibir noticias de sus seres queridos. Gracias al trabajo de la Cruz Roja Internacional, los refugiados enviaban fotos a sus familiares vía Londres, lo que ha permitido que la nieta de Metauten atesore unas cuantas imágenes de su abuelo en las obras del ferrocarril.

Esa situación extrema se prolongó durante años hasta que el devenir de la Segunda Guerra Mundial fue dando la espalda a los ejércitos de Hitler. Con los Aliados dominando el norte de África, en 1943, «el campo fue liberado» y Metauten fue trasladado a un hospital de Casablanca para recuperarse, ya que, como muchos de los internos, «se había quedado en los huesos».

En esa ciudad, hizo amistad con un empresario que «le facilitó el permiso de trabajo, haciéndole un contrato, y el permiso de residencia, con lo que pudo hacerse pasar por una persona libre en Casablanca», detalla su nieta.

Con la guerra ya terminada, en 1946, Metauten consiguió embarcar rumbo al Estado francés. Tras llegar a Marsella, contactó con personas que había conocido en su juventud en Burdeos y Baiona para pedirles ayuda. Se terminó instalando en la localidad de Saint Loubés, cerca de Burdeos, «como refugiado junto con muchos otros republicanos huidos, donde sobrevivió realizando trabajos de carpintería, manuales, artesanales, agrícolas, etc».

Hasta ese lugar se desplazaron en su busca sus tres hijos. Para ello, «cruzaron la frontera de noche, vadeando el río, con el peligro que eso implicaba y la posibilidad de ser tiroteados en medio de la oscuridad, burlando la vigilancia de la Guardia Civil y cruzando Baztan».

Metauten les recibió «un poco abrumado, porque eran prácticamente unos desconocidos para él». Además, ya no contaba con el piso que le habían cedido las autoridades, porque «estaba sin ocupar», en referencia a que vivía solo.

Refugiados en un campo de internamiento en África. En la última fila, el segundo por la derecha es Julio Metauten, que aparece también en la imagen pequeña y trabajando en Nafarroa. Su nieta, Maite Magallón, le ha seguido la pista. Fotografía: Archivo de Maite Magallón Metauten, Jagoba Manterola | FOKU

Regreso doce años después. Así que los cuatro «se pusieron a trabajar en labores del campo, como la vendimia, para conseguir un poco de dinero. Tuvieron la suerte de tropezar con un patrón que les daba el desayuno, la comida y la cena. Desayunaban antes de ir al campo (algo de caldo, pan y demás) y después llevaban comida para todos los jornaleros. Al regresar a casa, les servían la cena y todo lo que conseguían de dinero lo iban ahorrando para poder volver a casa al cabo de unos meses».

Ese era el objetivo y en ello estaban trabajando en Nafarroa la esposa y la madre de Julio Metauten, hasta que consiguieron el permiso de las autoridades para que regresara «con la obligación de personarse semanalmente ante el cuartelillo de la Guardia Civil de Estella», recuerda su nieta.

Allí vivía su madre, Aquilina Ayúcar, y a ese lugar regresó Metauten en 1948. En cuanto puso los pies en Lizarra, «los agentes de la Guardia Civil le pidieron que se presentara ante ellos. Mi bisabuela se puso el chal y bajó muy garbosa a hablar con ellos. Mi madre dice que no sabe qué les dijo, pero nunca volvieron a importunar a mi abuelo, ni a pedir que se presentara en el cuartelillo. Claro que, la tatarabuela Antonia Aguirre, había sido una carlista convencida y, quizá por ello...», apunta Maite Magallón. Además, se daba la circunstancia que dos de los hermanos de Julio, Ángel y Félix, habían combatido en el bando franquista.

Metauten empezó a trabajar de nuevo como carpintero, ya que su puesto en el Sanatorio de Tuberculosos había sido ocupado «y nunca logró recuperarlo». De hecho, no se le ha reconocido su condición de empleado de la Diputación de Nafarroa a pesar de los intentos de su nieta.

Estuvo empleado en los Talleres de Ezponda y Urdiroz y en la Carpintería de Erroz y San Martín. Trabajó en las casas levantadas entonces en el barrio de la Txantrea, donde terminó asentándose definitivamente con su familia y donde falleció en 1982 tras haber sufrido tres trombosis.

Su nieta le recuerda ya jubilado, trabajando en el pequeño taller de carpintería que tenía en la zona del gallinero. Nunca le dijo nada de política, ni de la guerra, ni de que huyó, ni de que estuvo ausente del hogar familiar más de diez años, ni le oyó pronunciar una sola palabra en francés y toda la información que ha recopilado sobre su azarosa vida ha sido a través de terceras personas. Así supo también que, en cierta ocasión, su madre le preguntó al abuelo Julio si «con todo lo que te ha pasado, ¿lo volverías a hacer?». Y su respuesta fue contundente: «Sí, volvería a ir a luchar».