Entre sombras
El control es el otro extremo del miedo. A las personas nos incomoda profundamente la incertidumbre, pero no por la incomodidad per se, sino por la imposibilidad para predecir lo que va a suceder. Y, hasta ahí, podríamos pensar que es un sentimiento más o menos neutro aunque molesto, pero nuestra profunda y antigua naturaleza como primates encuentra una oportunidad para hacerse valer; surgen entonces otros sentimientos al rellenar ese hueco de información de toda suerte de fantasías que van desde lo inconveniente hasta lo dramático. Y es que, el miedo es el sentimiento que más fácilmente se cuela por cualquier rendija que deje una información incompleta.
A diferencia de lo que decía el gran Javier Khrae en una de sus canciones, las personas preferimos generalmente andar por la vida con un mal axioma, que hacerlo con una duda. Sin embargo, la cantidad de energía que empleamos en parapetarnos ante las fantasías que nos imaginamos puede ser insostenible, sin que nadie se percate siquiera de que estamos respondiendo a esos estímulos internamente. Quizá esto es lo más cerca que estamos la población general de lo que hemos convenido en llamar locura, esa desconexión de la realidad y la participación de la fantasía como si fuera realidad.
Somos capaces de construir todo un modo de vivir en torno a una fantasía con exquisita velocidad y profundidad, y podemos estar haciéndolo participando de una distorsión de la realidad en algún grado. Cabría hablar en este punto de la subjetividad, de la falta de objetividad o de la experiencia de la vida única y exclusivamente a partir de nuestros sentidos y una interpretación muy particular en cada cual, pero eso sería abrir demasiados frentes solo para estas líneas. Valga traer aquí solo la idea de que aquellas realidades que vivimos psicológicamente con determinación absoluta, que podríamos defender con uñas y dientes o que, por el contrario, nos aterrorizan con solo pensarlas, tienen un componente de construcción, de virtualidad.
Tampoco es este el lugar donde hablar del relativismo como manera de mirar a todo, de algún modo tenemos que orientarnos entre estas sombras de incertidumbre que proyectan muchas experiencias cotidianas, y normalmente lo tenemos que hacer eligiendo, para empezar, nuestro punto de vista. Y digo ‘eligiendo’ porque estamos pensando sobre ello; si no pudiéramos, sería un verbo desajustado, inútil. Pero si lo sabemos, si podemos cambiar de lugar desde el que mirar a una misma experiencia, idea o relación, quizá también podamos hacer algo con el miedo que nos da la incertidumbre.
Sabemos que nuestra observación y nuestros pensamientos son limitados, que no llegamos a todo ni somos capaces de entender una realidad ‘por completo’, así que los ángulos muertos, los huecos de información y comprensión, también pueden contener algo de verdad sobre la situación, algo incluso esencial que no conocemos todavía y a lo que solo nos vamos a acercar si nos permitimos la flexibilidad. Y la flexibilidad solo es posible si el miedo no es demasiado.
Sin embargo, también podemos tener cierto control sobre nuestro miedo, para que este no se convierta en pánico, precisamente dándole la vuelta a la tortilla y utilizando nuestra flexibilidad. La incertidumbre es un engorro si suponemos que hay una verdad que nos está siendo ocultada por la falta de claridad, pero si vivimos la incertidumbre como una oportunidad para cambiar de perspectiva, como un ritmo más amplio que el nuestro o una pertinencia que no es la que tenemos planificada, seremos más libres de movernos de punto de vista, lo que nos hará sentir nuestra propia iniciativa, nuestra propia capacidad, lo cual, a su vez nos hará tener menos miedo. Y entonces, el control no será la única manera de relacionarse con lo desconocido o incierto, la curiosidad se abrirá paso naturalmente.