La odisea de los refugiados en la frontera entre Polonia y Bielorrusia
Desde que comenzó la guerra en Ucrania, Polonia ha acogido a 1,5 millones de refugiados ucranianos y les ha proporcionado la asistencia necesaria, incluidos permisos de trabajo y residencia. Sin embargo, a solo unos kilómetros al norte, en la frontera con Bielorrusia, los refugiados, en su mayoría de Oriente Medio y África, se enfrentan a duras políticas contra la inmigración.
Desde noviembre de 2021, miles de estos refugiados han intentado cruzar el bosque de Bialowieza, el último bosque primitivo de Europa. El bosque ha sido apodado como ‘La jungla’ por algunos refugiados, debido a que es un lugar peligroso y difícil de atravesar, especialmente para aquellos que no están preparados ni familiarizados con el duro clima del noreste de Europa. Muchos refugiados han quedado atrapados en el bosque durante largos períodos de tiempo, enfrentándose a condiciones extremas como falta de alimentos y agua, y en invierno, un alto riesgo de hipotermia y muerte.
Si los guardias fronterizos los atrapan, estos refugiados son devueltos forzosamente a la frontera, lo que a menudo implica ser abandonados en el bosque del lado bielorruso por la noche, sin testigos y con sus teléfonos destruidos para evitar cualquier comunicación con el mundo exterior.
En julio de 2022, el Gobierno polaco finalizó la construcción de un muro de 183 kilómetros a lo largo de la frontera, el cual mide 5,5 metros de altura y está coronado con concertinas. Su principal objetivo es impedir la entrada de inmigrantes pero, a pesar de ello, los flujos migratorios continúan y la situación de los refugiados en el bosque de Bialowieza empeora. Desde el comienzo de la crisis, el Gobierno polaco ha criminalizado la asistencia humanitaria en esta frontera, etiquetando a quienes la brindan como «idiotas y traidores». A pesar de esto, una gran parte de la población local, junto con voluntarios de otras partes de Polonia y del extranjero, han estado ayudando a los refugiados con gran riesgo personal, incluidas multas y arrestos.
En el bosque, los guardias fronterizos han colocado una cantidad importante de cámaras trampa para controlar cualquier movimiento y han estado dificultando el acceso a la ayuda médica. Además, durante los primeros 10 meses, la zona fronteriza estuvo herméticamente cerrada, impidiendo el acceso de organizaciones humanitarias y periodistas a la región. Aunque esta prohibición ya se ha levantado, no se han iniciado actividades humanitarias significativas por parte de grandes organizaciones en el área.
[Esta investigación se ha realizado gracias a una beca del fondo IJ4EU Investigative Journalism for Europe]