Jon Jimenez
LITERATURA

Fantasmas

Morir y que al velatorio no acuda ni un solo alma. Un dedo cortado. El instante en que desvelan las perversiones que tenías guardadas en un sobre de color pardo. La luna estallando en plena noche. El momento en el que, una y otra vez, huyes de todo en plena noche sin luna. Así es la literatura que rezuma la novela Un fantasma (Continta me tienes), escrita a dos manos por Raquel Verdugo y Alma López. Y del mismo modo, brutal, llena de excesos, intempestiva y violenta, es la vida de su protagonista, Celeste Esquivel. La escritora y editora Layla Martínez nos aclara en el prólogo que Celeste “no es una empresaria exitosa que comenzó en un garaje ni una feminista liberal que ha pagado con la soledad el precio de su independencia, tampoco una militante que ha entregado su vida a unas ideas. Su vida no está guiada por un único objetivo sino por todos los excesos. Los de la carne, los de la libertad, los del dinero, los del amor, hasta los de la identidad, porque Celeste no será solo Celeste, no puede ser contenida en un único nombre”. Así, será Rafaela en Viena, La Rusa en Florencia, Paola de Simone en Rodas, El Incendio en Orán o Il Visone en Roma.

Una niña repudiada por su madre, una puta… Con tan mala o buena fortuna que no ha desarrollado la capacidad innata de su familia para adivinar el futuro y, por eso seguramente, haya sido condenada a vivir solamente el presente. O a sobrevivir, pues, por encima de todo, ella es una buscavidas, aunque nosotras no sepamos muy bien qué es eso de buscarnos la vida. Celeste es la antítesis de todas las convenciones sociales. Es, al mismo tiempo que la otredad, la nada. Ese espejo en el que mirarnos. A ponernos frente a su incómodo reflejo es precisamente a lo que se dedica esta tragicomedia cargada de oralidad, ironía y humor, aunque no consiga trasladarnos la auténtica voz de Celeste. Porque, como en los clásicos de la literatura o en la propia historia, llegamos a su vida a través de un coro polifónico -en el que tal vez habría que afinar alguna voz para diferenciarla del resto- de terceras personas, de habladurías y chismorreos, de gente que la conoció directa y, sobre todo, indirectamente. Y, salvo alguna excepción en la que encontramos un atisbo de sororidad y empatía -con personajes inolvidables como Nurange Pichler o Ángela Frías, que abre la sinfonía-, la mayoría de los testimonios nos mostrarán lejanía y desconocimiento, cuando no una abierta animadversión o enemistad. De momento, seguramente sea esta la única manera de dar voz a las fantasmas que habitan entre nosotras como posibilidad de un futuro distinto.