«La obediencia es opresiva, yo me decanto por desobedecer al patriarcado»
«Una vez de que empiezas a ver, ya no puedes dejar de verlo». Es un buen resumen de lo que supone abrir los ojos a través del feminismo. Maitena Monroy nos da las pautas de ese proceso de, primero desaprender todo lo que el patriarcado nos ha inculcado, para luego volver a aprender de manera colectiva el camino que nos lleve de la opresión a la libertad.
Cuatro décadas como formadora en autodefensa feminista, unido a su labor como fisioterapeuta de Osakidetza, avalan con creces la trayectoria de Maitena Monroy (Bilbo, 1972) como referente en la lucha contra la violencia machista. Su obra “Autodefensa feminista. Más allá de aprender a decir no” es toda una guía de aprendizaje que invita a la reflexión desde la teoría feminista y a la vez aporta ejemplos prácticos para desnudar todas las manifestaciones con las que el patriarcado atraviesa nuestro día a día. Y una invitación a la desobediencia como vía hacia la superación de la opresión. También es una enmienda a la totalidad a todo ese ideario machista que pretende condicionar qué somos, cómo actuamos y hasta lo que deseamos. Los cuidados, las maternidades, la violencia y el maltrato, la sexualidad... No rehuye de temas tan candentes y necesarios a abordar en un momento de ofensiva reaccionaria. Y no tiene ninguna duda: la respuesta ha de articularse entre «hermanas».
Rompamos con la idea de una mujer que lleva puestos unos guantes de boxeadora. La autodefensa feminista (ADF) va mucho más allá de la defensa personal. ¿De qué estamos hablando? Primero es una herramienta política que surge de las organizaciones feministas como ejercicio de sensibilización para las mujeres. Poco a poco va progresando para convertirse en un proceso de despatriarcalizarnos y de compartir entre todas recursos para enfrentar al machismo del cotidiano. No solamente hace frente a la violencia que nos venden desde el terror sexual, donde ahí encaja esa idea que le va tan bien al sistema patriarcal de pelea. Es muy importante por parte de quienes desarrollamos la ADF que no nos lleven donde nos quieren llevar. Tenemos que denunciar todas las violencias hacia las mujeres y una gran parte de esa violencia es psicológica o acoso callejero o de ámbito laboral. Tenemos que pensar y ser muy creativas a la hora de diseñar esas estrategias que rompan con el esquema patriarcal.
Habla de despatriarcalización. Para ello primero hay que ser conscientes de la dimensión del patriarcado. ¿Cómo se desarrolla en los talleres? De lo que se trata es de cómo aterrizamos toda esa teoría feminista en la práctica. Para despatriarcalizarnos tenemos que identificar cómo el patriarcado nos ha moldeado nuestros esquemas de pensamiento, nuestros mapas emocionales, esa cartografía emocional en la que nos podemos permitir algunas emociones pero otras no. ¡Ojo! No es solamente que nosotras no nos permitamos esas emociones, es que socialmente, cuando una mujer expresa los límites con vehemencia, el patriarcado normalmente no dice: ¡Olé, las mujeres empoderadas!
Porque estás cuestionando todos esos desequilibrios de poder. Y te estás saliendo de la normatividad de género. Cuando expresas un límite con vehemencia, ¿qué es lo primero que te suelen llamar? Todo lo que es la expresión de los mandatos de género lo trabajamos en los talleres. No estamos en la mística de la feminidad, ahora somos mujeres modernas, muchas, feministas. Pero en los hombres y mujeres modernos sigue habitando el hombre y la mujer tradicional. Tenemos que darnos cuenta de cuánto de tradicional y de modelo patriarcal tenemos. No es una mera cuestión de decir: yo soy disidente. Hay toda una estructura social que sustenta esto y presiona para que todo el mundo encajemos en esa normatividad de género. Nos acusan de bordes por expresar esa rebeldía frente al patriarcado. Algo que incomoda a quien se siente interpelado y es un abusador.
Uno de los ámbitos donde se está trabajando mucho para visibilizar los roles de género es el de los cuidados. Me ha llamado la atención una frase del libro en torno a las maternidades en la que habla de la «visión dulcificada» o de que «no hay posibilidad de arrepentirse». En la sociedad actual este es un tema muy sensible. Hace poco, en una formación, una mujer de 32 años me preguntaba que no sabía hasta qué punto quería ser madre o debido a la presión externa le habían impuesto ese deseo. Esto también es parte del camino de despatriarcalizarnos, el ver hasta qué punto son nuestros deseos en torno a la maternidad, nuestros deseos sexuales, en torno a nuestra proyección y autonomía... En los cuidados es una evidencia. Necesitamos cuidados para la vida, pero no solamente en situaciones donde la vulnerabilidad y la fragilidad humana se expresan con mayor intensidad. Y eso sigue recayendo en las mujeres, tanto en el hacer como en el pensar, que es la queja de muchas mujeres: la sobrecarga mental que suponen los cuidados, que nunca se ha tenido en cuenta. El patriarcado no solamente tiene que ver con roles, tiene que ver también con sentimientos, tiene que ver con qué significa ser socialmente mujer. Nos quiere todo el rato en esa normatividad. Entonces tenemos un conflicto constante entre lo que deseamos y las expectativas que tiene el resto sobre nosotras.
Habla también de las asimetrías de género. Bajo mi punto de vista, estamos en un batiburrillo donde el género ha perdido un poco esa capacidad de ser una categoría de análisis para medir la desigualdad. Cuando hablamos de género, para mí hablamos de un determinante social para la desigualdad. Por lo tanto, hablar de igualdad de género sería un oximoron, porque el género es el instrumento para que naturalicemos esa asimetría de poder entre hombres y mujeres.
Esa asimetría se establece a través de múltiples vías: los roles, los estereotipos, los sesgos cognitivos... Pero también la parte que decía de las emociones, que es algo que se trabaja muy poco. Siempre se piensa que los hombres no pueden expresar las emociones, pero no es así. No pueden expresar aquellas que se relacionan con la fragilidad, con la vulnerabilidad inherente al ser humano. En cambio, les es permitida no solamente la rabia, les es permitida la alegría. Mientras que, ¿si vemos un grupo de mujeres alegres en la calle, qué interpretación social se puede hacer de eso? Esto es importante porque el patriarcado nos quiere cansadas, en la tristeza. Cuestionar la normatividad de género supone un conflicto, pero seguir con la normatividad de género es opresivo.
Comentaba que nos hemos modernizado y damos por hecho que estamos en igualdad. Es el marco igualitarista que describe en el libro. Los privilegios de los hombres y las relaciones de poder atraviesan ese marco. Todas las personas estamos afectadas por el patriarcado como lo estamos por el capitalismo y lo estamos por el racismo. Evidentemente yo soy una privilegiada del sistema racial. En esa medida, los hombres son privilegiados de manera genérica, otra cosa es que luego sean proactivos en el machismo. Con el tema de la proyección de la autonomía y con el salir en la noche, por ejemplo. Con todo lo que supone la amenaza del terror sexual. Las mujeres en los talleres lo identifican claramente. La gente machista dice que damos por igual los mensajes a hombres y a mujeres. No es verdad. Seguimos dando los mensajes diferenciados a niñas y a niños. Y tiene que ser así, en el sentido de si realmente queremos construir igualdad, los mensajes no pueden ser igualitarios porque entonces les estamos dando herramientas para un escenario que es irreal.
La diferencia es sobre quién se pone la carga. Exactamente. Y en cómo hacemos ese mensaje. Cómo trasladamos una alerta feminista para decirles a las chavalas: el problema no eres tú. La culpa no es tuya. No eres tú la que tienes que tener cuidado. Tienes que tener una alerta feminista. Los que tienen que tener cuidado son los agresores. Los que tienen que tener cuidado son los machirulos, porque cada vez les vamos a arrinconar más en esta sociedad. También es muy importante que no se rían las gracias. Al final estás trasladando una ideología de injusticia y desigualdad. Todo influye para ser sostén del patriarcado.
Sin embargo, hay una reacción muy común, y tiene mucho que ver con ese concepto paternalista: cuando un hombre, por ejemplo, ve que una mujer de su entorno puede estar en peligro. Es un buen concepto. Desde una posición muy paternalista y solamente con las que yo siento de mi propiedad. No queremos paternalismo, no nos protejáis, respetad nuestros derechos. Es tan simple como eso, pero tan difícil porque no se lo aplican. Porque muchos hombres, y algunas mujeres también, consideran que basta con desear la igualdad para que la igualdad se haga presente. Y no. Necesita de un trabajo cotidiano y necesita de una profunda reflexión para desaprender todos nuestros sesgos sexistas, misóginos, la mirada androcéntrica que tenemos.... E identificar ese abuso de poder respaldado por el sistema. Me parece un error hablar de lacra o fenómeno cuando hablamos de violencia contra las mujeres, que es la base que sustenta el sistema.
Habla precisamente de «enmarcar y problematizar la violencia machista en el contexto social y político». Nerea Barjola, en su libro “Microfísica sexista del poder”, habla de «sistema político». ¿Cómo se puede socializar esta idea tan importante? ¿El sistema qué quiere hacer? Por un lado, convertir esto en un problema de fenómeno, en problema de algunos hombres que tienen problemas. Y entonces nos vamos a ese escenario de terror sexual. Yo creo que una cosa es cómo podemos argumentar, por ejemplo, en contextos académicos y cómo argumentamos con gente a la que queremos o con la que queremos hacer pedagogía, que también es importante. No con todo el mundo se puede hacer pedagogía, porque hay gente que no es que no nos entienda, es que no comparte lo que estamos diciendo.
Yo lo planteo con ejemplos en los talleres. Por ejemplo, en una relación de pareja heterosexual donde él ejerce la invisibilización, el ninguneo, el callar la boca... pero lo hace desde la risa. Entonces, provoca en el resto esa emoción de que no está pasando nada. Hay una banalización constante de la violencia. Porque responde a cómo pensamos que deben de ser las relaciones entre los hombres y las mujeres.
También habla de la importancia de las narrativas. Por ejemplo, el error de atribuir como una virtud, como una cualidad innata de las mujeres, el hecho de ser obedientes y sacrificadas. El problema es que desaprender es más difícil que aprender. Tenemos que hacer un trabajo de desaprender colectivamente también, porque vamos a recibir presiones y, para soportar esas presiones, es necesaria la sororidad feminista que tenemos que construir. Creo que no hay que sacrificarse en la vida, es además un concepto muy cristiano. Y la obediencia que se la quede el patriarcado para sí mismo. La fuerza y la valentía residen en la desobediencia a las normas patriarcales, la desobediencia a la mercantilización global y una desobediencia que, además, pasa por no utilizar las mismas armas que utiliza el patriarcado, que es, por ejemplo, la violencia para destruir al otro. Yo apuesto por un feminismo alegre, rebelde y antimilitarista. Promover la desobediencia implica eso, identificar esos mandatos de género en primera persona y luego identificar cómo se dan en todos los ámbitos. Y, de repente, te pones las gafas. La desobediencia nos lleva a la alegría. Pero en el camino tiene ciertos lugares de incomodidad y de tristeza.
Es como empezar de cero. Empezamos de cero porque ya llevamos un bagaje y de repente llega el feminismo a nuestra vida y podemos entender lo que nos pasa. De repente encajan las piezas. Y, cuando te encajan las piezas, ya no puedes mirar el mundo de otra manera. Eso es así. Una vez que empiezas a ver, ya no puedes dejar de verlo. La desobediencia no es fácil, lo sabemos. Pero vuelvo a decir, la obediencia es opresiva. Así que yo me decanto por la desobediencia al patriarcado.
Decía antes que las mujeres estamos cansadas. Hay un apartado concreto en el libro en el que se centra en las consecuencias que puede tener todo esto en la salud de las mujeres. Y cómo, además, esto es un ámbito muy desatendido. De hecho ahí estamos queriendo atender desde el ámbito sanitario los malestares de género. Conocerlos, reconocerlos en la clínica y cambiar la forma de intervención. Estos malestares de las mujeres de “me duele todo”, “no puedo más”, “estoy agotada”, “tengo ansiedad”... Detrás de ellos a veces lo que hay es violencia y a veces lo que hay es sobrecarga vital. Esa sobrecarga vital que tiene que ver con los cuidados, que tiene que ver con la falta de reconocimiento, que tiene que ver con jornadas laborales extenuantes o con jornadas laborales reducidas no deseadas, pero de alguna manera impuestas, porque no nos quedaba otra posibilidad dentro de nuestro entorno. Los malestares de género son ver cómo la desigualdad impacta también en la salud de las mujeres. Así como la violencia sabemos que tiene un impacto en la salud de las mujeres, es necesario decir que la violencia no es un problema de salud, es un problema de derechos humanos que afecta a todos los ámbitos y a todas las esferas de la vida de las mujeres, incluida la salud.
El problema es que en el término de salud vivimos es un modelo todavía biomédico, falta perspectiva feminista. Hace un mes tuve una paciente que estaba diagnosticada por su psiquiatra de síndrome de desadaptación porque estaba teniendo una ruptura difícil. Yo empecé a hablar con ella y me dijo que había sufrido malos tratos psicológicos desde siempre y que decidió separarse el día que la cogió del cuello. Eso en la primera consulta. ¿Qué es lo que ha pasado para que nadie vea que detrás de la historia de esta mujer hay violencia?
Y volvemos a lo mismo. La carga se sitúa sobre la mujer. Como dice una médica con la que trabajo: les estamos diciendo a las mujeres que es un problema de adaptación, pero adaptación a qué, ¿a la violencia? Realmente el modelo en el que hemos concebido la medicina es un modelo en el que ni en la parte de la investigación, ni en la parte académica, ni por la parte de la intervención clínica, no va a tener esa perspectiva feminista. Seguimos pensando, por ejemplo, que el apartado de urgencias es muy importante. Pero hay mucha violencia que no va por urgencias, que va por Atención Primaria, que va por los servicios especializados, que va diciendo todo este relato de «no sé lo que me pasa, pero me encuentro mal».
¿Percibe cambios cualitativos? Sí. Las mujeres sabemos más de feminismo. Ahora a los talleres vienen muchas mujeres que tienen gran inquietud por el feminismo, que se informan a nivel académico, que se han formado de manera autodidacta... Muchas saben que lo que están sufriendo no es normal. Otra cosa es que nos cuesta a veces poner la palabra maltrato o violencia, porque nos parece excesivo y parece que es como demasiado grave. Hay mucha violencia silenciada. Es la violencia del cotidiano. Y suma y sigue también con la sexualidad, por ejemplo.
Al respecto, explica que la opresión la sufrimos las mujeres en relación con el cuerpo, con la sexualidad y con la capacidad reproductiva. Efectivamente. Con la capacidad reproductiva está claro que hablo del tema de los vientres de alquiler. Es que no se alquila un vientre, ¡carajo! Se alquila a la mujer. Además, sabemos que no es lo mismo que hagas una donación de semen que lo que supone hacer una donación de óvulos o adelante el embarazo o lo que supone que te implanten un embrión para que tu útero desarrolle un bebé. Y, además, pensar que no tiene influencia.
Por otro lado, está el tema de la explotación sexual. Es parte de lo que quiero seguir investigando y argumentando para des-sexualizar la violencia y decir que esto no es la sexualidad, por lo menos no es la nuestra, porque, depende de cómo se define la sexualidad, va a haber prácticas que nos van a parecer que son humanamente o éticamente posibles. Estamos viendo cómo a través de las redes sociales muchas mujeres jóvenes están siendo captadas por proxenetas pensando en que no va a tener consecuencias para ellas tanto la exhibición como la venta de su cuerpo. Como si pudiéramos vivir disociadas. Algún día se encuentran tu cuerpo y tu mente, y ese día haces crack.
El sistema lo vende muy bien como parte del empoderamiento de las mujeres. Es un buen captador de nuestros eslóganes, de nuestro argumentario para vaciarlo de contenido. Le da la vuelta y nos lo devuelve. Creo que el tema de la sexualidad es uno de los temas donde nos tenemos que centrar en este momento las feministas, en definir qué es la sexualidad y en combatir la explotación, la trata, la mercantilización de las mujeres, porque es la esclavitud que siempre ha existido.
También me gustaría hablar de las ciberviolencias. Desde su labor diaria me gustaría conocer su punto de vista sobre todo esto. ¿Somos conscientes de lo que está pasando y de su dimensión? Creo que no somos conscientes y por eso decía que es muy importante la definición de la sexualidad, el tema de las herramientas que damos a chavales y chavalas, que no pueden ser las mismas porque es que no están viviendo la misma situación. En los talleres las chavalas sí que cuentan que, si vieran una situación de violencia machista, lo hablarían con un adulto de referencia. Confían en que las van a creer y las van a apoyar. Ese es un elemento importante, porque yo creo que también forma parte de ese cambio que supuso la violación de sanfermines. Tenemos muchos hitos en el feminismo y en los últimos años uno de ellos fue «hermana, yo sí te creo». Y yo creo que las chavalas jóvenes han crecido con ese mensaje.
Pero creo que están viviendo muchas más violencias que ellas no reconocen. Otra cosa es si tienen la capacidad de articular algo de manera colectiva para protegerse, que es parte de lo que tendríamos que hacer desde la ADF. Además, la ciberviolencia tiene ese impacto sobredimensionado. Ahora cualquier imagen de una chavala joven puede estar en cualquier lugar del mundo y, además, se mantiene en el tiempo. Es importante que ellas tengan recursos también para saber cómo manejar las redes sociales y que las redes sociales no se pongan en contra de ellas, sabiendo que no todo está en sus manos y que tenemos que diseñar estrategias colectivas. Porque luego te puedes encontrar con mucho machirulo que te agrede, subas o no subas contenidos, porque sí.
¿Qué está pasando con la pornografía? Sobre todo entre los jóvenes. Es uno de los grandes problemas que tenemos hoy en día, porque no tenemos educación sexual, tenemos charlas que siguen estando muy vinculadas con evitar embarazos no deseados, pero no tenemos realmente una educación sexual sistematizada. Es muy importante que padres, madres, educadoras, personas que estamos acompañando a los chavales y chavalas les demos realmente recursos para que sepan estar vigilantes a qué es lo que están viendo. Porque la primera vez que les llega a los chavales el porno no lo estaban buscando de manera activa, les llega un vídeo, lo abren y no tienen la capacidad, ni la madurez ni el conocimiento para interpretar lo que están viendo. ¿Qué ocurre? Que vamos a hablar de la sexualidad y es como que nos da cosa. Nos es mucho más fácil hablar de la violencia que hablar de la sexualidad en positivo. Tenemos que promover la educación sexual, algo a lo que se niegan constantemente los sectores más reaccionarios y más conservadores.
Sabemos que el 88% del porno es violento para las mujeres. Es la pedagogía de la crueldad. Cómo se enseña a los hombres a disfrutar con la crueldad, a sentir placer con el daño ajeno. Es muy importante des-sexualizar la violencia porque, si hay violencia, no es sexual. Si a mí me violan, yo no estoy manteniendo una relación sexual forzada, porque para mí no es sexo. Pero bajo ese prisma patriarcal del porno violento contra las mujeres, que es el porno dominante, resulta que eso es sexualidad. Tenemos que aportar ahí nuestra mirada crítica. Y hay que ir más allá. ¿Cómo estamos aprendiendo a mantener relaciones sexuales? Sigue estando muy presente el pensar que tienes que dar el placer al chico. Vamos a cuestionarnos. Porque el patriarcado contamina todo, contamina hasta nuestros deseos. La sexualidad tiene que ser negociación. Y para negociar te tienes que poner en primera persona. Lo que yo quiero es tan válido como lo que tú quieres.
Última pregunta de rigor. ¿Cómo percibe el momento actual en el que, como ha dicho, ha habido grandes hitos en los últimos años en el feminismo y, a la vez, vivimos una contraofensiva reaccionaria? Vivimos en un momento de avance feminista y todo avance feminista, todo avance en derechos humanos, siempre ha tenido una contrapartida reaccionaria. El feminismo ha ganado autoridad como nunca y a la vez el feminismo ha perdido parte de su conceptualización, se vacía de contenido, aunque parezca una contradicción. Nos toca seguir. Reivindicarte como feminista implica toda una reflexión política, personal, colectiva y social de cómo queremos construir las relaciones entre hombres y mujeres, cómo queremos que sea nuestro día a día, nuestra vida. Tenemos que aprovechar esta autoridad que nos hemos ganado, este reconocimiento a que el mundo tiene que ser feminista, pero lo tenemos que seguir llenando de teoría, de contenido y de práctica para que realmente sea lo que queremos que sea y no acabe siendo una banalización constante de la propuesta feminista.
Yo quiero erradicar el patriarcado de mi vida, de mi cama, de mi cuerpo y de todos los días. Entonces, como quiero erradicar el patriarcado, quiero que seamos capaces de construir esas nuevas narrativas en torno a los afectos, en torno a la sexualidad, a lo que es la libertad.