Igor Fernández
PSICOLOGÍA

Despiojar

Muchos primates emplean mucha energía en el acicalado, ese acto de desparasitar a sus congéneres de forma alterna y rotativa. Más allá de la pura higiene, esa actividad tiene un profundo sentido social. A medida que el grupo se toma el tiempo para hacer algo aparentemente improductivo, los vínculos, los lazos y la empatía, crecen. Y será justo esa empatía la que permitirá el intercambio de recursos y cuidados que permitirán que el grupo perdure más en el tiempo, con menor cantidad de conflictos. Estar cerca nos une, pasar tiempo y compartir nos une, aunque no queramos. Sin embargo, las maneras de construir esa cercanía son múltiples y variadas, y en contra de lo que se suele pensar -y más ahora con la ola de conciencia sobre salud mental-, la intimidad entre dos personas no tiene que ver exclusivamente con tener conversaciones profundas o trascendentes. Sin duda, esa es una manera de expresar la intimidad, pero solo una de ellas.

Mucha gente muy cercana raramente habla de sus emociones, anhelos o frustraciones, sin que eso devenga en una menor cohesión. Por ejemplo, el vínculo entre los padres y sus hijos pequeños, cuando el lenguaje aún no está desarrollado, va por otras vías. Aspectos como los movimientos, el tacto, el tono de voz, la mirada, el ritmo, son esenciales para crear intimidad.

Unos movimientos que tengan una energía sintónica van a crear intimidad: quizá dos amigos necesitan hacer deporte juntos para sentirse unidos, o una pareja de cierta edad bailar cada domingo. El tacto también la creará; por ejemplo, para los colegas que no se tocan más que con palmadas toscas al prepararse unos a otros la comida, o la delicadeza al sostener a una amama que empieza a tener dificultades para caminar cuenta una historia de cercanía. Una voz presente crea intimidad; una adecuadamente alegre y ligera ante una preocupación es capaz de descomprimir la ansiedad, o un tarareo hace dormir a un bebé. O la mirada; mirar de lejos a una amiga de quien una se siente orgullosa en una celebración y cuyos ojos se encuentran brevemente, puede decirlo todo; o una mirada que no se aparta cuando alguien importante está enfadado, enfadada con nosotros o nosotras, habla de nuestra implicación real. Y, sin duda, el ritmo al hacer las cosas; ayudar a hacer una maleta metiendo prisa a quien se va a mudar lejos puede perturbar, pero dar de comer a una niña pequeña a su velocidad, sin invadir ni abandonar, puede ayudar a construir su autoestima.

Las palabras son fabulosas también para acercarnos, pero son un acto físico, una sucesión compleja de conceptos que solo tienen su efecto apoyadas en su fisicidas, en la manera de ser dichas. Y, cuando estas faltan, cuando no hay palabras que puedan contener lo que está pasando, para bien o para mal, serán el resto de signos de intimidad los que nos permitirán permanecer, ayudar, o compartir la vitalidad.