Yo no cedo
Uno de los signos de narcisismo es la vivencia constante de merecimiento de todo lo bueno por derecho propio y la vivencia de perplejidad, injusticia e indignación ante lo malo que a uno le suceda. Esta (simplificadísima) caracterización hace referencia no solo a los individuos sino, como decía Alexander Lowen, uno de los teóricos renombrados al respecto, a una ‘enfermedad de nuestros tiempos’. Y es que pocas conclusiones entorpecen más el avance de las personas y los grupos que el enconamiento en las deudas que otros, o el universo entero, parecen haber contraído con un individuo indignado y frustrado que espera eternamente la reparación.
El resultado de dicho recordatorio perpetuo es a menudo la obsesión y el rencor, que nos retiene y nos pesa, aunque también nos da identidad. Lo que se nos hizo, lo que se nos quitó, lo que se nos debe, se convierte en seña de carácter para algunas personas y grupos. Y, sin embargo, hay deudas que nunca podrán ser saldadas como necesitamos en aquel tiempo, en aquella relación, en aquel contexto que ya ha desaparecido.
Cuando aún no estamos preparados, preparadas para soltar y seguir, en particular si va pasando el tiempo con respecto a lo que nos hirió y espontáneamente la vida nos lleva hacia otros lugares, llega un momento en que nos vemos abocados a decidir si efectivamente coger la ola y partir a algo nuevo, o por el contrario volver a puerto y alimentar el recuerdo. Si nos decidimos por la segunda opción, no nos queda más remedio que cerrarnos sobre nosotros, sobre nosotras, evitar el efecto de lo nuevo y subir el volumen interno de la ‘música’ del relato, lo cual cada vez nos requerirá mayor implicación por nuestra parte, al ir diluyéndose con el olvido, con las nuevas experiencias.
Para atraparlo de nuevo tendremos que atarlo y alimentarlo mucho, incluso añadiendo a lo sucedido fantasías si hace falta, más allá de los hechos, e ir girando el relato en torno a nuestro protagonismo -al fin y al cabo, recordemos que el objetivo de retener estos recuerdos es, entre otras cosas, mantener la identidad-. Entonces lo sucedido no se diluye en ‘las cosas que suceden en la vida’ sino que nos pasan exclusiva y especialmente a nosotros. Nos volvemos ‘narcisistas’.
Y es que la alternativa es la aceptación de que nos pasó lo que nos pasó y no pudimos, supimos o incluso quisimos evitarlo, la aceptación de una incapacidad entonces para hacer que la vida fuera como queríamos. Y esto, que puede parecer un motivo de vergüenza, en el fondo puede ser una liberación, un aprendizaje y el desarrollo de una nueva fortaleza si lo aprovechamos. Como quien dice, a veces cuando se pierde, se gana. Y en particular, cuando hemos perdido algo irrecuperable, quizá no podemos poner el marcador a cero, pero sí podamos ganar nuestra propia tranquilidad… Y la libertad resultante para probar a vivir de nuevo.