Una emoción no es una razón
Hay muchos procesos, en lo que a las relaciones se refiere, que no son lineales. La forma de las relaciones no depende de una acción-reacción, sino, habitualmente, de una cadena de ellas que empieza a curvarse hasta tocarse con su inicio en forma de círculo cerrado, de bucle. En otras palabras: una vez iniciado un proceso relacional, es difícil señalar un punto de partida en el que todo empezó, a modo de Big Bang o de detonante. Por ejemplo, si ya nos llevamos mal, es difícil señalar un momento unánime en el que ese sentir y proceder se establecieron. Sin duda, cada una de las partes puede señalar quizá un instante o una situación en la que empezaron las sensaciones desagradables, o los desplantes, o las acusaciones, pero será difícil que ambos no señalen al otro como fuerte de su incomodidad.
Las emociones se contagian, más por una resonancia que por una argumentación, y si estas no tienen un espacio libre para expresarse, hacer un impacto y disolverse en sus diferentes dimensiones -aunque podamos ventilar el aspecto físico con un bufido, o guardarlo en el cuerpo y contracturarnos-, las conclusiones derivadas y las creencias que surjan de esa imposibilidad de cerrar ese desencuentro con el otro con una resolución, probablemente se queden dando vueltas en nuestra cabeza por largo tiempo.
«Nunca le dije que aquello me molestó y, a partir de ahí, pude notar cómo mi actitud con ella se agriaba, cómo ya no le aguantaba nada, porque, en el fondo, le da igual lo que la gente sienta». En esta frase podemos detectar un posible inicio del conflicto, pero la imposibilidad de señalarlo juntos -por inseguridad, cobardía, exceso de cuidado…- y una necesidad de resolverlo que se agria se convierte en una irritación que se cronifica -ahora es una reacción más que una relación-, apoyada en una creencia que supuestamente justifica dicha irritación. Encierra también un destino no dicho: como las cosas se queden ahí, esto nunca se resolverá. Por mucho que esta persona tenga sus razones, haya llegado a sus conclusiones desagradables y se sienta irritada en su cuerpo, nada de eso hará cambiar las cosas si simplemente los pensamientos se quedan dando vueltas dentro de su cabeza, carcomiendo el deseo real de arreglar las cosas.
Nos gustan aquellas personas a las que les gustamos, nos producen reticencia aquellas que nos miran de soslayo. Y tendemos a convertir en argumentos lo que no deja de ser una reacción emocional. Una emoción no es una razón: es una reacción a un estímulo, diseñada para que hagamos algo para mejorar nuestro estado o protegernos.
En cualquiera de los casos, ese círculo solo se romperá con algún tipo de acción, y es que la satisfacción de la necesidad en juego nunca se va a satisfacer exclusivamente dentro de nuestra cabeza.
Y esa acción solo va a necesitar una motivación detrás que sí será fiable: el deseo de que las cosas cambien.