Kepa Arbizu
LITERATURA

Renglones torcidos

Hay libros que su escritura podría ser trasladada a un pentagrama y perfectamente lograría reproducir una identificativa melodía. En el caso del extraordinario y rotundo debut de Lee Clay Johnson, sus páginas parecen ser el resultado de acoger una de esas tradicionales y agrestes tonadas country repletas de individuos que, desde la cuna, están predestinados a convertirse en sufridores supervivientes. Y no alcanza dicha condición musical solo porque ese es el bagaje sonoro en torno al que ha crecido su autor y que cede -junto a otros aspectos biográficos- a sus personajes, sino sobre todo porque su escenario, ya sea humano o visual, así lo ratifica.

Circunscribir “Nitro Mountain” a una fotografía, o casi mejor dicho radiografía, de la indómita y cruel América profunda sería despojarle de un don de la universalidad que también se instala en esta tensa y adictiva narración enhebrada por diversas historias cruzadas, todas ellas obsequiadas en algún instante con su cuota de protagonismo. Múltiples identidades que conviven como estrofas de una única melodía entonada con el acento desgarrado y realista que caracteriza a “voces” como las de Donald Ray Pollock, Chris Offutt o Jim Thompson. Un verbo guiado por una perspicaz brújula capacitada para ensalzar su carácter costumbrista como aferrarse a tensionados ademanes policíacos.

Todo un almanaque de músicos frustrados, habitantes a tiempo completo de barras de bar, irredentos pendencieros o mujeres instaladas en el lenguaje de la violencia que, del mismo modo que la prosa deslenguada y arrebatadora que les define despliega una sorprendente pulcritud lírica, esconden entre sus incorregibles renglones torcidos destellos de humanidad, actos todavía más cargados de emotividad al conseguir colarse entre un ambiente de codicia y amoralidad. Porque hasta el más fiero animal, sentenciado por las heridas producidas o recibidas, alberga la necesidad de sentir u ofrecer la calidez de una mano tendida.

Bajo ningún concepto salen exonerados tras esta lectura los abyectos comportamientos acumulados a lo largo de sus páginas, pero desde luego, por suerte, tampoco el afán de su autor es presentarse bajo la figura de un juez impenitente; su labor es mucho más rica artísticamente, ya que escoge acercarnos hasta ese microcosmos -menos ajeno de lo que probablemente pensemos- habitado por personas a las que nunca se les ha ofrecido ninguna otra posibilidad que no sea recorrer el camino que dirige irremediablemente hacia la perdición.