IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Un brindisal sol

(Getty)

Cuántas veces hemos anhelado algo con tanta fuerza con lo que, al conseguirlo, no sabemos qué hacer? A la hora de concretar en la vida lo que proyectamos en nuestras cabecitas, bajar al barro cambia totalmente el panorama. La imaginación es francamente elástica y, en cierto modo, se toma licencias artísticas a la hora de recorrer los caminos entre el deseo y lo que finalmente construimos para satisfacerlo.

El avance hacia dicho deseo sucede en el plano de las ideas al principio, las cuales van sorteando creativamente -o, directamente, desconocen- los obstáculos que después planteará la vida. En el fondo, cuando nos subimos a la estela de un deseo y finalmente nos permitimos soñar y perseguirlo, es imprescindible despegarnos de la parte conservadora, o incluso crítica, que lo limitan, soltándonos la melena y actuando como si no hubiera cortapisas. Solo desde esa distancia con la realidad, con una vivencia mucho más ligera de lo que después será, nos podemos permitir explorar sin miedo nuestra propia película, acercándonos y alejándonos de lo que nos preocupa o estimula para, poco a poco, ir construyendo una realidad interna que antes no existía. Ese paso previo, esa ‘visualización’, es como el plano de un arquitecto, quien después tendrá que negociar con un montón de gremios para hacer realidad la obra.

Hacer realidad un deseo, o al menos acercarse, a menudo también implica poner en marcha acciones no previstas inicialmente, y que ‘exceden el presupuesto inicial de la obra’. Merece la pena tener en cuenta que conseguir nuestros deseos nos cambiará profundamente. Por ejemplo, nuestros deseos afectarán a los demás al expresarse, ya que, cuando nos encontramos con un deseo empezamos a dedicarle tiempo, energías, que pueden ser retiradas de relaciones cotidianas que disfrutaban de exclusividad. Necesitaremos hacerle espacio.

Quizá, encarnar nuestros deseos también pueda cambiar nuestra identidad: ¿quién soy yo ahora que he conseguido tal trabajo, tal logro o tal relación ansiada? Incluso, ¿quién soy yo si ya no tengo tal deseo que perseguir? Anhelar algo inalcanzable y todo lo que implica, llega a dar sentido a toda una vida.

Puede que el deseo cambie también nuestras emociones, o nuestro humor, desvelando una despreocupación nueva, o lo contrario, nuevas preocupaciones entorno a lo conseguido (como decía Cortazar en uno de sus relatos, “cuando nos regalan un reloj, nos regalan también el miedo a perderlo, la obligación de cuidarlo”).

En definitiva, conseguir hacer realidad un deseo implica, a partir de ese momento, crear y mantener una nueva relación, no solo con el objeto deseado, sino también con una imagen propia completamente nueva. Al tiempo que nos despedimos de la imagen anterior, e incluso de lo platónico que quizá tuvo una vez aquella persecución de un sueño. No deja de ser el final de un ciclo de búsqueda… Y el inicio de otro.