Iñaki Zaratiegi
Entrevue
Hernán Casciari
Escritor y editor

«Hay mucha ternura en Milei, golpeado por su padre, bullyneado en la escuela, con dolor y soledad»

Lo presentan como el hombre que hizo llorar a Messi y así sucedió cuando la estrella oyó en un podcast una de sus historias. Hernán Casciari fue primero escritor, después bloguero, locutor y actor de cuentos y ahora también dinámico editor y productor en modo cooperativista. Genuinamente argentino, futbolero, polémico y divertido.

Casciari, en Donostia.
Casciari, en Donostia. (Jagoba Manterola | Foku)

Donostia acogía esta primavera el 25º aniversario del Club de Creativos, en lo que se presentó como el evento más importante de la industria publicitaria y de la comunicación. El encuentro se convirtió en un hervidero de gentes, mayormente jóvenes, acreditadas para escuchar propuestas y performances sobre creatividad en publicidad. Y ahí se coló el argentino Hernán Casiari Carabajal, que había tenido hace años relación con la televisión pública vasca y debutaba entre nosotros con su gira monologuista “Puro cuento”.

Nacido en 1971 en Mercedes, provincia de Buenos Aires, es escritor con una docena de obras, editor, cuentacuentos y ahora mismo cabeza visible de Comunidad Orsai, proyecto cooperativo que ha saltado a la industria audiovisual y prepara para 2026 la primera universidad de narrativa de Latinoamérica.

Presenta los shows «Parece mentira» o «Puro cuento» y ha triunfado bajo el lema «Mentir está bien». ¿Embusteros al poder? En realidad, son títulos que pongo y después sale lo que sale. Creo que hay dos maneras de mentir: no haciendo mal a nadie, que es una buena mentira, y la mentira que engaña y hace daño y que es la mala. Tienes que elegir la que sea menos indigna. Y, siendo mentiroso, uno tiene que elegir entre dos primeras vertientes muy rápidas: ser escritor o abogado. Elegir si haces daño a alguien o no. Si eres abogado, siempre dañarás a alguien. Y si eres escritor, posiblemente a nadie.

Con 19 años fundó la revista «La Ventana» e hizo «periodismo mentiroso», lo que le generó problemas. ¿Fue algo sicológico, patológico… o simplemente nació argentino? Lo de que el argentino es “verborrágico” es un poco falso. Pasa más con el porteño, con el de Buenos Aires, y yo mismo no soy de la capital ni muy “verborrágico”. Me ha gustado siempre mucho escribir y, en los últimos tiempos, narrar lo que escribo. Ni hablo mucho ni miento mucho, me gusta contar historias.

Entonces, ¿cuánto de real o fantasioso cuenta en sus monólogos? Son historias reales, recuerdos de mi infancia y adolescencia.

¿Ha sido su primera actuación en Euskal Herria? Sí, es mi primera actuación aquí. Aunque tengo una relación de hace mucho tiempo con los vascos porque viví quince años en Catalunya, escribí algunas cosas para ETB y vine mucho por aquí. Tengo la sensación de que hay en el argentino una tendencia a comprenderse mucho mejor con el vasco que con el catalán. Sobre todo en lo que tenga que ver con lo creativo, porque el vasco es más genuino y menos snob. En Argentina nos llevamos muy bien con cierta brutalidad en la creatividad. Y el vasco es creativo y brutal, y eso siempre me gustó.

¿Las reacciones, las risas, tienen matices propios por diferentes países y particularidades culturales? Sí, las reacciones no son iguales. En diferentes regiones descubro que hay historias que funcionan mejor y otras no, matices que se comprenden rápidamente y otros no.

En 2000 recaló en Barcelona por amor y allí nació su hija mayor, pero acabó siendo una ciudad depresiva. ¿Por su añoranza porteña o porque no aguantaba a la gente europea? Tengo recuerdos de muchísima generosidad por parte de catalanes, madrileños, aquí con ustedes… Y, también, llevándolo a otros niveles, me pone orgulloso de Nina, mi hija catalana. Mi malestar era una cuestión de pura añoranza, no añoranza porteña, porque soy de la provincia de Buenos Aires, pero no de la capital, y tenemos cierta enemistad con ellos como suele pasar en España con los madrileños, esa sensación de que son pedantes, soberbios... Pero lo que me sucedía era mucha melancolía por Argentina y eso me generó una depresión.

Compartió su época barcelonesa con Messi. ¿Cuánto hay de real o cuento en la historia sobre Lionel y Antonela llorando en la cama con un mate, al escuchar su plática radiofónica «La valija de Messi»? Es que yo fui el primer sorprendido porque fue una cosa que les pasó a ellos y que ellos mismos comunicaron. Yo soy incapaz de generar algo así para mi publicidad. Conté el cuento, lo escucharon, se emocionaron y confesaron que habían llorado. Todo ese asunto habla mucho de la generosidad y naturalidad de Messi.

¿Fue el argentinismo de Lionel lo que le enamoró de él? Ha dicho que «el acento es la última trinchera». Así fue. Pero ese asunto es también, por ejemplo, lo que lo aúna con la singularidad del País Vasco: la identidad, las trincheras de la identidad. Me parece que siempre he vivido en una España con unos inquilinos que quieren ser también dueños. Y me influyó en cómo eso refuerza mi propia identidad: ser argentino tiene la fuerza que tiene para un vasco ser vasco o para un catalán ser catalán. Una fuerza identitaria, quién soy, cómo hablo. Me parece que es muy importante.

Pero existe la idea supuestamente universalista e igualitaria de que lo identitario lleva a lo nacionalista, entendido como supremacista. Me da la impresión de que la centralidad, en mi caso los porteños, en el caso de aquí los madrileños, intenta desestabilizar lo identitario porque es mucho más fácil reinar cuando no hay identidad que cuando la hay.

Regresado a Argentina, tuvo un infarto en un Airbnb de Montevideo, que derivó en una relación con Joe Gebbia, creador de ese negocio de hospedaje, reflejada en el cuento «Lo que le pasó al hombre que me salvó la vida». Una vez más, parece una fantasía. Puede parecer increíble, inventado, y yo también podría pensar que es una historia de mentira si la hubiera conocido desde fuera. Pero cuando googleas a Gebbia y lo ves contándola en una charla en Canadá, es él mismo quien lo narra. Es imposible que sea una fantasía porque tiene demasiada realidad periodísticamente comprobable.

Había escrito compulsivamente desde niño, pero el infarto le obligó a dejar de fumar y eso secó su vena literaria. ¿El tabaco mata, pero ayuda a crear? Me abrió otra puerta. Fumaba sin freno tabaco espolvoreado con marihuana y, cuando tuve que dejarlo, fue extraordinario porque, más allá del infarto, hay algo que no estaba en mis planes, lo que he hecho hoy aquí en el escenario no entraba en mis planes, no era una fantasía o un deseo. Mi deseo fue siempre escribir. Y esto, contar historias habladas, que me permite expresarme oralmente y me gusta mucho, en realidad ya estaba escrito. No poder fumar no me secó literariamente, sino que me costaba mucho más escribir y me abrió otras puertas que no sé si se hubieran abierto.

Comenzó a presentarse en 2018 con el ciclo «Leyendo en bares». Luego pasó a la radio, a teatros, a auditorios. ¿Cayó en la cuenta de que era más fácil y directo contar sus historias en voz alta que elaborarlas por escrito? El teatro y la radio son hijos del infarto, pero no tendría mucho que decir si no hubiera tenido la primera parte de la escritura. Yo puedo con lo mío, pero no sería un buen intérprete de textos de otros. Así que hay un primer tiempo de escritura y un segundo de interpretación. No existiría lo uno sin lo otro. Y me resulta sobre todo interesante el proceso de edición, de adaptar un texto literario nacido para ser leído en voz baja y convertirlo en un registro coloquial.

En 2023 le volvieron las ganas de escribir, con el triunfo argentino en el Mundial de 2022. Un tsunami personal y social que hemos visto aquí, en otro nivel, con el Athletic. ¿Qué tiene el fútbol? Ya ves que es bastante global. El mundo, a través del tiempo, ha debido elegir su juego. No importa cuál: los cristianos contra los leones... Si te pones a pensar desde lo civilizado, cualquier juego es una estupidez, sea fútbol, rugby, basket… Pero decidimos que hay un juego que ponga loco a todo el mundo, sea el que sea. Eso no habla del propio juego, sino de cómo somos nosotros.

¿Ese fugaz hermanamiento masivo es un momento social positivo o una muestra de superficialidad colectiva? Es una trampa. En Argentina se habló mucho de eso tras el Mundial: “¡Oh!, ahora se dan cuenta de que podemos estar todos unidos en algo”. Y la respuesta es sí, estamos todos unidos, pero efectivamente por algo superficial, porque el futbol es muy superficial y rascas un poco, miras abajo y volvemos a estar igual. Es una especie de metáfora de que podemos estar unidos en las cosas que realmente no le importan a nadie. Pero volvemos a lo importante y no estamos más unidos.

¿Cómo ha evolucionado usted, o el mundo, para que aquel niño empollón de libros y escritor por naturaleza haya desatado la polémica con la cita «no creo en la literatura»? Lo que me interesa es que ese debate exista. Que no seamos hipócritas en seguir sospechando que el formato libro es algo útil para las nuevas generaciones o que es en realidad una nostalgia para las viejas. Hay que empezar a hablar más de historias que de lecturas. Es un concepto diferente, si seguimos hablando de lecturas y seguimos nostálgicos de nuestro formato, vamos a tener problemas con nuestros hijos.

Teoriza que nadie es escritor porque escribir es solo una de las múltiples variantes de contar una historia. Edgard Allan Poe o Charles Dickens cobraban por recitar o interpretar sus historias, ¿eran escritores gourmet o sandwicheros? Sandwicheros, claro. O también Shakespeare, que escribía porque el dueño de un teatro le pedía una obra para estrenarla. Era como los culebrones de hoy. Lo que está pasando es que todo el mundo habla más de los formatos que del contenido. Me sucede a mí mismo, hablan de libros, etc., pero no me preguntan qué pasa en mis historias. Tú lo has hecho y me parece que esa es la forma de conversar con alguien que escribe.

¿Su solución momentánea al debate de la creación y negocio literarios es la doble edición en papel y audiolibro? O subirte a un escenario, o hacer una película. Mis libros tienen un código QR, que si quieres te los leo yo, no un locutor ni un actor, sino el propio autor. Hay todas esas formas de acceder a que te cuenten historias. No seamos tan soberbios de creer solo en los formatos que nos emocionaron cuando éramos chicos en un mundo que no era el de hoy.

Pero se siguen fabricando miles de libros físicos, que usted mismo vende como autor y editor, y se renueva el negocio de las librerías con sangre joven. ¿Decaerá o no el libro físico según crezcan las generaciones del móvil? ¿Por qué? Lo mismo podemos decir, por ejemplo, de la radio como formato. Porque los podcast siguen siendo radio, no importa si la frecuencia de donde sale no es modulada y en qué formato lo escuchas: cierras los ojos y lo disfrutas. Es verdad que en el caso del libro pierdes esa fuerza antigua del objeto, de lo imperecedero. Pero no deberíamos estar tan pendientes de todo eso, sino disfrutarlo. Hay otros objetos más endebles, por ejemplo, el DVD, que sí morirán, a la vez que otros permanecerán.

Lo que no perece son los sorpresivos líderes políticos. ¿Qué metamorfosis ha sufrido Argentina para pasar del tímido héroe Messi al Milei de la motosierra? Estamos asombrados sobre qué ha ocurrido para que una parte muy grande se haya identificado con una persona tan rota, tan tierna en un punto, si quieres decirlo así. Porque, si sacas a Milei de la política, hay mucha ternura en un personaje golpeado por su padre, bullyneado en la escuela, un jovencito con mucho dolor y soledad, que ha sobrevivido a todo eso y se convirtió primero en un sujeto mediático que hacía reír y nunca pensarías que podría llegar nada menos que a presidente.

Hay mucha gente joven que le votó. Existe un inframundo de gente, sobre todo joven y masculina, y muy particular en Argentina, que descree de liderazgos políticos y ven en ese personaje roto algo parecido a ellos. Pero no sabíamos que hay un cincuenta y seis por ciento de ese tipo de gente. La pregunta es ¿cuándo los rompimos? Y ahí entra el peronismo, que va a tener que tirar para el costado porque parece que a esa gente la ha roto el peronismo. Como fábula humana es muy hermosa, si no vivieras adentro de ella. Como aquella del conejo y la tortuga que, mientras el primero duerme, la otra, despacito, le gana. No sabemos cómo va a terminar porque no hay precedentes, pero como observador social, y si no hubiera ningún tipo de condicionamientos, me parece fascinante.

¿Ha fracasado la democracia? No creo. Es como si tienes cinco novelistas con cinco historias muy malas y dices que ha fracasado la literatura. Habrán fracasado esos escritores, pero la literatura sigue ahí y son veintisiete letras que cuando las combinas bien salen maravillas. Y la democracia sigue ahí.

¿Opina que un problema mayor de la izquierda cultural es su falta de espontaneidad creativa, su encorsetamiento en lo correcto, mientras la derecha hace humor reaccionario, pero con desparpajo? Es que cuando éramos jóvenes, ¿qué era ser revolucionario y qué lo es hoy? Hay tantos tiquismiquis y lo políticamente correcto ha calado tanto en el humor, la literatura, la política, que la rebeldía es hacer chistes negros sobre bebés muertos o lo que sea. Ha dado la vuelta y no entendemos por qué. La izquierda se tiene que recomponer para volver a retomar ciertos temas. Además, no es bueno estar todo el día con los tuyos. Hay que saber salirse de tu ambiente, no para buscar al más estúpido de tus enemigos, sino a alguien inteligente que te haga ver qué pasa. En Argentina, como en todos los lados, hay dos grandes grupos y los más inteligentes de uno solo señalan a los más estúpidos del otro y viceversa. Así que no hay una conversación entre inteligentes que, si se diera, saldría algo bueno. Cuando viví en Catalunya me daba cuenta, por ejemplo, del grave error que había en España de prohibir opiniones o entrevistas con gente cercana a ETA. A Jordi Évole le cayó una buena antes de que nadie hubiera escuchado la entrevista con aquel representante de ETA. Esos intelectuales o políticos mayores que pedían prohibirla no se daban cuenta de que, cuando fueron jóvenes, pelearon porque hubiera libertad para confrontar ideas.

¿Riesgos de la vejez? La vejez suele aburguesar y ese aburguesamiento genera ridículos cambios de pensamiento, como Vargas Llosa y toda esa gente. No es que sean hipócritas, es que realmente piensan así y se te cae la mandíbula pensando ‘¿cómo esa persona que yo leí tanto cuando era joven, que en cierta manera me formó, está diciendo lo que dice ahora?’.

Reivindica que la literatura hecha por mujeres es hoy la más libre. Hay más verdad en ese campo. Porque el esfuerzo que las mujeres tienen que hacer por acceder a situaciones de más privilegio en la literatura o en cualquier ámbito genera que haya más creatividad. Porque el varón viene pisando cáscaras de huevo porque no sabe si lo que está diciendo lo puede decir, si lo van a señalar o cancelar… Si hoy me tengo que comprar un libro, elijo que sea de una mujer, porque será una verdad más deshojada que la de cualquier varón.

En medio del zarandeo creativo y de negocio, se zafó de lo que considera mafia editorial y en 2011 apareció la revista «Orsai», que ha transcendido a la multimediática Comunidad Orsai. ¿Es el Midas guay del cuento? Por el costadito del sistema he encontrado una fórmula que me divierte mucho: trabajar con mis amigos y mi familia. Esa es la única variante más o menos novedosa de lo que hago. Ahora estoy llegando a un público más masivo y la editorial Orsai se ha convertido en productora de cine y más cosas, pero seguimos siendo algo entre amigos y familia. Si un día se rompe dejará de ser lo que pretendo, sobre todo, divertirme con los míos.

Sin publicidad ni apoyo público, el proyecto es financiado por los lectores-oyentes como pequeños inversores que participan en la creación de las propuestas y en las ganancias. ¿Cooperativismo siglo XXI o visión del negocio capitalista? Es cooperativismo, sí, y me gusta que sea eso, aunque lo llamen crowdfounding. Armar pequeñas cooperativas con personas que piensan lo mismo en cuanto a idea económica, pero sobre todo con mucha participación en el proceso creativo.

A pesar de su dinamismo creativo opina que «el mundo es una mierda, que no es posible hacer nada heroico para salvarlo al completo y lo que nos queda es no convertir nuestra vida en algo mediocre». ¿Sálvese quien sea más cuentista? No es un sálvese quien pueda porque pienso siempre en la baldosa en la que vivimos: si tengo la oportunidad de darle trabajo a alguien, prefiero que sea de mi familia y cercanía. No por nepotismo o yo qué sé, sino porque quiero que mi baldosa esté salvada. Querer salvar las baldosas al completo, estando las cosas como están, es muy parecido a no hacer nada. Nuestra tarea es tener la baldosa genuina y noblemente ordenada. Es lo que yo intento: menos teorías, mesas redondas, pelotudez y paja mental y estar todo el tiempo haciendo cosas. Es la única salida.