Iruñea y Gasteiz son motivo de orgullo, también de reflexión
La constitución de los ayuntamientos vascos ha resultado bastante más interesante, y sorprendente, de lo previsto, siempre según la lectura oficial de los resultados electorales. La realidad vasca es de por sí muy compleja, rica, más aún en este momento histórico. La nueva fase política abierta tras el cambio de estrategia de la izquierda abertzale y el cese definitivo de la lucha armada, la descomposición del Estado español, acelerado por el proceso independentista catalán y la creación de alternativas a la cultura política de la Transición, y la crisis en el contexto europeo derivada de prácticas suicidas y corruptas, configuran un escenario en el que las recetas del pasado mantienen el peso de lo establecido, pero sufren cuando se enfrentan con esa complejidad. Cuando entran en contraste con esa realidad plural, salen a la luz las miserias de la concepción conservadora y las fallas de su relato.
Ni central ni estable, un pacto pobre
Lo sucedido ayer, en Iruñea, en Andoain, en Gasteiz o en Bakio, pero también en otras decenas de pueblos, no concuerda con el discurso simplista que, por intereses o cálculos cortoplacistas, defiende que este país se puede sacar adelante con un pacto de legislatura entre dos partidos, PNV y PSE. Peor aún, con un trato en el que, por encima de ideologías y proyectos, prima en un caso su obsesión por el control y el poder y en el otro las más peregrinas necesidades de su estructura y sus cargos.
No hay duda de que son intereses poderosos, y de que habrá intentos de sostener el pacto firmado el viernes y que sufrió su primera crisis ayer. Su primer golpe lo sufre por razones pueriles, a la altura de las bases que lo forjaron. La reacción del PSE a lo sucedido en Andoain es tan ridícula que apesta a decisión de Ferraz, lo que recuerda al PSN. Idoia Mendia estaba dispuesta a permitir que gobernasen Javier Maroto y un PP que han querido hacer del racismo y la discriminación una estrategia de éxito. La sociedad vasca, ese carril central al que apelan socialistas y jeltzales, no podía permitirse homologar el racismo como estrategia legítima.
Frente a políticas mediocres, Miren Larrion ha mostrado el nivel ético y político que cabe exigir a los líderes, a los dirigentes políticos en este momento. La dinámica de Gora Gasteiz y los representantes de todas las sensibilidades que han apoyado parar a Maroto han demostrado que el nervio social de este país, por encima y por debajo de los partidos, puede cambiar las cosas.
Pese a que el PNV intente contemporizar y el PSE eche cuentas, ayer cayó el relato que, pervirtiendo la autocrítica realizada por EH Bildu la noche electoral, defiende una «nueva normalidad» basada en la inercia de la fase anterior; en poco más que una reedición del «ardanzismo». Como si Lizarra-Garazi, Ibarretxe, Loiola, Aiete o París esta misma semana no hubiesen existido. Pero tampoco Aznar o Rajoy, Patxi López y Antonio Basagoiti, Yolanda Barcina… Qué decir del 9N en Catalunya, del 15M y Podemos o del referéndum de Escocia. Entre otras cosas, y yendo a lo concreto, como si EH Bildu no tuviese 300.000 votos, Arnaldo Otegi no estuviese en la cárcel o ayer en Iruñea no se hubiese visualizado un cambio político de dimensiones estratégicas, enorme.
Dada su complejidad real y el equilibrio de fuerzas políticas y sociales, el mejor escenario para Euskal Herria en este momento no es que uno de los modelos sociopolíticos que defienden las diferentes fuerzas arrolle al resto, sino que se den de verdad los debates de país necesarios para esta fase histórica, que se llegue a acuerdos y, sobre todo, que se desarrolle una cultura política y democrática de calidad, de nivel.
Es la hora del talento, y del orgullo
Una de las mentiras que han logrado instalar en la opinión pública tras el 24M es que EH Bildu ha perdido, y que le ha perdido la arrogancia. Por ejemplo, la imagen de Julen Mendoza firmando el acuerdo con Irabaziz junto al pueblo en las calles de Errenteria, la iniciativa generosa de Miren Larrion para desbancar a un racista a costa de su legítimo puesto, el discurso inclusivo, transversal y empático de Joseba Asiron ayer al tomar el bastón de mando de la capital vasca, son símbolos de orgullo, no de chulería. ¿Juan Karlos Izagirre arrogante? Un poco de respeto, por favor. EH Bildu ha cometido errores, sin duda, pero han sido sobre todo de cálculo.
El cambio político vendrá de la gestión de la pluralidad del país, no de discriminar a unos ni de relatos de ficticia hegemonía. El carril central del país es más abertzale y más de izquierda que un pacto PSE-PNV. Y como se vio ayer en Gasteiz e Iruñea, hay talento. Que nadie lo inhiba, que se libere, que nos libere.