265 muertos en el fallido golpe contra Erdogan
La lealtad de pueblo turco y la Policía, unida a las divisiones dentro del Ejército, ayudaron al presidente turco a repeler la asonada de la noche del 15 de julio. En pocas horas, el Gobierno islamista detuvo a cerca de 3.000 militares a los que acusa de tener relación con el clérigo suní Fethullah Gülen, señalado como cabecilla del levantamiento.
Un día después del fallido golpe de Estado contra el presidente, Recep Tayyip Erdogan, Turquía mostró en cada rincón del país el orgullo de ser turco. En el Parlamento, después de sonar el himno nacional, el portavoz leyó los diez párrafos del poema que conforman su letra. Probablemente los políticos kurdos se estaban retorciendo en el asiento. Porque ayer no era un día para rebelarse, era un día para ensalzar en público la unión del pueblo que derrotó a los uniformados.
Pero la fracasada asonada no solo se debió a la multitud de islamistas que apostaron su vida por mantener en el poder a su presidente. Las facciones golpistas eran insuficientes, como pronto se vería con los militares que se iban desmarcando. Eran facciones, no ese ente compacto que había conseguido sus objetivos en las anteriores cuatro asonadas.
Erdogan ya sabía que el Ejército podía llegar a ser su mayor enemigo, y durante los tres últimos años había estado removiendo piezas para desplazar a quienes simpatizaban con el clérigo suní Fethullah Gülen, responsable inmediato del levantamiento para el Partido Justicia y Desarrollo (AKP).
El otro aspecto clave fue la Policía. El Ejército es en Turquía sinónimo de poder. Pero Erdogan, sabedor de la dificultad de domar a los herederos de Atatürk, ha ido incrementando el músculo de los diferentes grupos policiales. En Kurdistán Norte, muchas de las operaciones de riesgo las llevan a cabo los conocidos como Özel timi –grupo privado–, una versión renovada del JITEM. Resistir a los aviones F-16 y los tanques turcos no sería posible sin una tecnología de defensa puntera. O sin tener muchos hombres.
Los golpistas, conocedores de su superioridad tecnológica, sabían que el primer paso, el de la sorpresa, tenía que ir dirigido contra esas fuerzas leales a Erdogan. Por eso atacaron la sede central de la inteligencia turca y los complejos policiales más importantes de la capital. Pero la Policía, pese a las bajas, resistió hasta la llegada del pueblo.
2.745 jueces y 3.000 militares
La combinación de estos factores ayudó a Erdogan a salvar la noche más difícil de su reinado, que se saldó con 265 muertos y más de 1.400 heridos. Ahora llega el momento de la represión, de ajustar cuentas con quienes se atrevieron a atentar contra el poder absoluto del presidente. La maquinaria se activó ayer en poco más de 12 horas: el Estado emitió órdenes de detención sobre 2.745 jueces y fiscales. Además, cerca de 3.000 militares fueron apresados, entre ellos, según CNN-Türk, varias docenas de coroneles y un puñado de generales, y según el ministro de Exteriores, Mevlüt Çavusoglu, los ocho golpistas que aterrizaron en Grecia serán devueltos a Turquía.
Lo más probable es que el número de arrestos aumente, pese a las preocupaciones de países como Alemania o Francia. Tal y como reconoció el ministro de Justicia, Bekir Bozdag, «la mayoría de las detenciones están teniendo lugar en Ankara y Estambul, pero hay otras detenciones en muchos otros lugares de Turquía». Estas operaciones están dirigidas exclusivamente contra los afiliados a la cofradía de Gülen. Se podría decir que no es nada nuevo, ya que el AKP lo lleva haciendo desde que estalló la trama de corrupción que salpicó a los islamistas el 17 de diciembre de 2013.
Lo que sí sorprendió fue el tono amenazante del primer ministro turco, Binali Yildirim, quien dijo que «el país que se posicione con este hombre no es un amigo de Turquía. Sería incluso un acto hostil contra Turquía». El mensaje iba destinado a Estados Unidos, que en el pasado ha rechazado extraditar a Gülen. Washington respondió a Ankara que muestre las pruebas que confirmen la participación del clérigo en la asonada. Y más tarde Erdogan, en otro discurso en Estambul, pidió su extradición recordando que son buenos aliados.
Quién puede estar detrás de los golpistas será complicado de averiguar. Los seguidores de Gülen no portan un carné ni hacen ninguna actividad aparentemente ilegal. El AKP tiene claro que el clérigo es el culpable, pero tiene que demostrarlo. Lo más probable es que esta idea quede como versión extendida a no ser que, de ser inocentes, los propios gülenistas empiecen a investigar el golpe de Estado.
Parece difícil, pero de ahí podrían salir otros países con gusto por los militares, como EEUU, que azuzó el levantamiento de 1980 dirigido por Kenan Evren. También podría ser que, como dijeron desde el AKP, Gülen y EEUU jueguen en el tablero con las mismas fichas y secundaran el levantamiento.
O puede que detrás de todo esto, como comentan algunos opositores, esté el propio Erdogan, que buscaría afianzar su apoyo popular para su ansiada reforma presidencialista.
Muchos escépticos se preguntan por qué los golpistas no se hicieron con el control de todos los medios de comunicación, como marca la tradición. Así Erdogan no habría podido llamar al pueblo. Pero, lanzando un cable al presidente, ¿serían capaces 3.000 militares de pasar décadas en prisión por Erdogan?
Los islamistas ni olvidan ni perdonan a quienes ven como enemigos en el día de la unión
Ayer, los cuatro partidos políticos de Anatolia que nunca se ponen de acuerdo condenaron al unísono el fallido golpe de Estado. Era el día de la unión. «¿Ve a la gente que está aquí? Todos apoyan a Erdogan», dice Fahri. Lejos de allí, recluidos en sus casas, muchos siguen repudiándolo en silencio. Miles de turcos corean el nombre de Erdogan en las inmediaciones del Parlamento, desgastan el grito Allah'u Akbar. Las banderas que zarandean tienen la misma forma rectangular. Hay incluso quien reparte agua y hasta el Estado manda un mensaje a todos los residentes en Anatolia para tomar las plazas. Todo parece estar orquestado con un color uniforme. Porque en realidad esta muestra de unión dista mucho de la realidad del país: el pueblo anatolio hoy está un poco más polarizado que el día anterior al levantamiento. En Ankara, los kemalistas y kurdos están escondidos; atacan sedes del HDP; y en la calle que lleva al Parlamento, junto a los edificios militares, varios manifestantes menosprecian a los soldados. Ni olvidan ni perdonan a quienes ahora ven como enemigos. «No podemos perdonar a la gente que actúa con maldad, a los gülenistas», asegura Fahri, de 38 años. Fahri es una persona agradable, uno de esos musulmanes que constantemente intenta mostrar el camino de Allah. Pero sus palabras no le hacen justicia, parecen sacadas del divisorio discurso que últimamente persigue al AKP: «Corregiremos el comportamiento de todos los que se oponen a nosotros. Los kemalistas, los kurdos. El pueblo turco es noble, y no se vende a esa gente que nos quiere destruir».
En el bulevar Atatürk, dos coches de Policía pasan a duras penas entre la multitud. La muchedumbre aplaude, sonríe. Son los héroes que no se separaron de Erdogan y auxiliaron al pueblo cuando el Ejército empezaba a abrir fuego contra los desatados civiles. Fahri, que estaba en las inmediaciones del Parlamento desde las 12 de la noche, la hora más tensa de la asonada, asegura que «el Ejército nos atacó. Luego llegó la Policía y juntos vencimos a los militares». Para Gürkan, de 46 años y oriundo de la región de Malatya, en la profunda Anatolia, «este golpe de Estado lo llevaba planeando Gülen hace mucho. No lo paró ni el Ejército ni la Policía. Lo hizo el pueblo». En la plaza de Kizilay, centro neurálgico de la capital, un taxi calcinado está rodeado de personas que sacan fotografías. En el asiento de un vehículo que ha perdido el morro, una nota dedicada a Gülen dice: «Al sacerdote de Pensilvania. No puedes derrocar al islam». A Serkan, un joven de 19 años, le gustaría ver colgados a todos los golpistas, incluido Gülen. No le pregunto por las imágenes en las que se ve a manifestantes fustigando a los soldados rendidos, arrodillados. A Gürkan, sí. «Eso no nos representa. Eran unos descerebrados», dice. Gürkan asegura que dentro del Ejército hay gente buena. Los malos son los golpistas, que según dice «quieren destrozar la unidad turca». Está contento, arropado por gente con barba, sin ella, con gorro musulmán, sin él, pero con los mismos pensamientos, el mismo amor por Erdogan. Fahri también está contento. Cree que los levantamientos han llegado a su fin en Anatolia. Para él, «de hoy en adelante nunca más veremos un golpe de Estado en este país. Eso es el buen resultado la noche del 15 de julio».M.F.I.