Ramón Sola
Periodista
JO PUNTUA

Zozulya, Zubikarai, Izar

No sorprende nada, pero sí llama bastante la atención, que quienes debajo del Ebro estos días ponen el grito en el cielo por el veto de la afición del Rayo al futbolista ucraniano Zozulya no hicieran lo mismo hace seis años en favor del guardameta vasco Eñaut Zubikarai. La mayoría nunca se enteró, y otra parte ya lo habrá olvidado, de que el Hércules –un Segunda como el Rayo– revocó su fichaje sin mediar siquiera una protesta de su hinchada, por mero miedo escénico a la reacción mediática.

Así lo presentó uno de los principales diarios españoles: «Nadie quería imaginar al portero del equipo esperando a su padre a las puertas de la prisión». Y, sin embargo, en aquel momento no solo Eñaut sino también Kandido, su aita, estaban padeciendo una injusticia flagrante: es la persona que más años de prórroga ilegal, seis, tragó por la «doctrina Parot» antes de que fuera anulada por Estrasburgo. Demasiado complejo, al parecer, para explicarlo en Alacant o en el ‘‘Marca’’.

Hoy Zubikarai juega en las antípodas del planeta, en el Auckland City neozelandés. Parece claro que aquel boicot marcó su rumbo deportivo, pero no va por ahí el sentido de esta reflexión, sino por la indefensión que ha sacudido a demasiados vascos demasiado tiempo. Resulta evidente que Zubikarai nunca iba a ser Zozulya a los ojos de España. Pero tampoco lo parece, lo que es más llamativo, a los nuestros propios, malhabituados a cualquier tropelía hasta rebajar el listón del escandalo casi a ras de suelo.

Esta especie de tolerancia adquirida, involuntaria pero letal, mezcla de fatalismo existencial y apatía intelectual, se repite hoy en el caso de Izar, la hija de Sara Majarenas. No hay razón alguna, ni humana ni médica ni legal ni política, ni aquí ni en Madrid ni en Sebastopol ni en Marte, para impedir que esa niña no se recupere en libertad junto a su madre. Cualquier otra cosa no dejará de ser una aberración mayor o menor.