Víctor ESQUIROL
CRÍTICA «El bar»

La comunidad de los bestias

U na pija con modales de vedette, un hipster abducido por su móvil, una ama de casa alcohólica que viene del mercado, un vagabundo con un agudo síndrome de Tourette... estos y otros animales fantásticos se congregan en el único sitio en que pueden aparcar sus diferencias: El bar. Suena un poco a chiste y, efectivamente, así es. Suena a que Álex de la Iglesia, casi cuarto de siglo después de su primer largo, sigue a lo suyo.

En esta última sentencia se encuentran casi todas las buenas y malas noticias de esta su decimoquinta película. A su favor: que el tono, los giros argumentales marca de la casa y ese igualmente inimitable gusto por pasarse de frenada, siguen funcionando y siguen ofreciendo argumentos de sobra para reír y estremecerse ante lo que proyecta la pantalla. En contra: que todo esto se muestra tan fiel a sus propios cánones, que lo mejor que se puede hacer antes de entrar en la sala es eliminar cualquier esperanza de que el producto vaya a ser fresco o realmente chocante.

La culpa es, en parte, de la larga trayectoria tanto de Álex de la Iglesia como de Jorge Guerricaechevarría. Les pasa lo mismo a los grandes magos: con el tiempo, se les ven las cuerdas y las poleas. Gajes del oficio. Cuando una película depende tanto de los golpes de efecto, se resiente cuando a estos se les ve venir a la legua. Por suerte, la veteranía también tiene su lado positivo. En este caso, el progresivo refinamiento tanto en la puesta en escena como en el guion. Este último es el que concentra casi todas las alegrías. Por lo bien que plantea una situación que tanto recuerda a “La cabina”, de Antonio Mercero, por cómo aprovecha ese encierro para mostrar (al más puro estilo “La comunidad”) al colectivo como una ficción de conveniencia bajo la cual late la bestia del individuo... Por cómo evidencia que de la Iglesia sigue siendo un super-dotado conjugando el cine social con el de género.