Víctor ESQUIROL
CRÍTICA «Goodbye Berlin»

Los reyes del instituto

La situación para el joven Maik es la siguiente: Su madre, único ser humano que le quiere y le comprende, está a punto de ingresar, por enésima vez, en un centro de desintoxicación. Su padre parece que en cualquier momento vaya a asaltar sexualmente a su secretaria. El amor de su vida ni ha reparado en su existencia y el paria más peligroso de su instituto se ha fijado en él como único compañero posible de sus tropelías. Y aun así..., a pesar de todo esto: «No es el fin del mundo».

Con esta frase terminaba “Castigo sangriento”, la que cabría considerar como una de las mejores high school movies de la historia. Este mismo mantra se aplica Fatih Akin, antaño director cotizado por los grandes festivales de cine del mundo; ahora, cineasta que intenta reinventarse y, por lo visto, rejuvenecer. “Goodbye Berlin” nos lleva a esa estupenda etapa vital en que el sistema hormonal se impone al neuronal. Los protagonistas sienten los efectos de dicha circunstancia, claro está, y el director, también..., o al menos esto intenta mostrar.

Para esta mezcla entre road y buddy movie, Akin huye del tono acartonado de sus últimas producciones y libera al gamberro que lleva dentro. La narración la controla (es un decir) un espíritu juvenil con ganas de rebelarse ante cualquier figura que huela lo más mínimo a autoridad. Por rebote ante un mundo que siente que no le está tratando bien y porque, admitámoslo, no hay nada más divertido que destruir cualquier símbolo del mundo adulto. Aquel coche, aquel campo de maíz, aquel ventilador gigante... Todo vale porque parece que todo esté exento de responsabilidad. A lo mejor por esto, la película no parece prestar demasiada atención a factores tan importantes como el trabajo interpretativo de sus protagonistas o el equilibrio en el tono narrativo. Handicaps gordos..., pero irrelevantes cuando uno se siente adolescente; cuando todo le divierte, sin saber bien por qué.