Jaime IGLESIAS
MADRID
Entrevue
CRISTINA CERRADA
ESCRITORA

«Parece que tengamos propensión al conflicto antes que a la cooperación»

Nacida en Madrid en 1970, con sus primeros libros de relatos, «Noctámbulos» (2003) y «Compañía» (2004) ganó varios certámenes. Su primera novela, «Calor de hogar, S.A» fue reconocida con el premio Ateneo de Sevilla. Acaba de publicar «Europa», una alegoría sobre el desarraigo y la construcción de la propia identidad en un continente donde la aceptación del otro resulta, cada vez, más problemática.

En su novela el nombre de «Europa», ya desde el mismo título, viene a invocar a aquel que enarbola conceptos como protección y acogida para explotar a sus semejantes. ¿Fue este pensamiento el que la inspiró?

Más que de un pensamiento esta novela surge de un sueño que tuve en el que me vi en un escenario desconocido mientras a mi alrededor caían bombas. A diferencia de otras pesadillas donde sientes tu existencia peligrar, aquí el miedo estaba localizado en la proximidad del otro. A partir de ahí empecé a desarrollar un personaje cuyo conflicto interior estaba imbuido por ese miedo, pero sin pretender hacer una denuncia sobre el tema de los refugiados porque, además, cuando yo empecé a escribir este libro ese era un fenómeno que no estaba en el centro del debate político, como lo está ahora. El horror vivido en primera persona no te deja espacio para la reflexión, sino que te obliga a poner a funcionar tu instinto de supervivencia, por eso mi novela no es una narración del horror sino una reflexión sobre el mismo que tiene lugar en la mente de Heda, la protagonista, a partir de sus propios recuerdos. Eso me condujo a un escenario abstracto en cuya evocación me di cuenta de que estaba hablando de Europa.

 

A la hora de hablar de esas pulsiones que se dan en nuestro continente por apropiarse de las voluntades de quienes acuden a él, usted lo hace en clave alegórica ¿por qué?

Pues porque aunque era consciente de que estaba hablando de Europa, me parecía un poco petulante por mi parte titular la novela de una manera tan explícita. Pero, de repente, encontré la excusa en el nombre de esa pensión, de esa casa de citas a la que acuden los personajes para experimentar, de manera furtiva, algo parecido al amor y ese componente de explotación y de dominación me funcionaba como metáfora de  Europa.

 

A lo largo del relato se repite como un mantra esa idea de que la crisis de Europa es de naturaleza étnica.

Bueno, esa es una reflexión que hace el personaje, no el narrador. A mí no me interesaba, como he dicho antes, hacer un relato de alcance social o histórico tanto como construir una novela de personajes. Hay que asumir que la herida que arrastra la protagonista de la novela tiene que ver con la nostalgia por lo que le hubiera gustado llegar a ser: una intelectual como su padre. Volver una y otra vez sobre esa idea que comentas y que, efectivamente, no deja de ser un lugar común, responde, en su caso, a la necesidad de encontrar una respuesta a su situación apelando a aquellos conocimientos que empezaba a adquirir en la universidad cuando estalló la guerra y tuvo que huir de su país.

Es decir, que tiene que ver con una fase de negación por parte de la protagonista, pero lo cierto es que, a partir de un determinado momento, ella asume la construcción de su propia identidad ligando ésta al concepto de desarraigo.

Es que en Europa la aceptación de quienes llegan hasta nosotros está condicionada por el requerimiento de que vayan abandonando progresivamente sus propias señas de identidad. Eso es algo que a mí siempre me ha chocado teniendo en cuenta cómo nos gusta enarbolar la bandera de la tolerancia respecto de las minorías. En el fondo todo se basa en el miedo que nos produce lo diferente. Si no, no se entienden argumentos como esos de que una acogida masiva de refugiados pondría en peligro los fundamentos de la civilización occidental, cuando lo cierto es que esta descansa sobre el cruce de culturas.

Pero leyendo su novela parece como si la identidad europea estuviera forjada sobre una agregación de desarraigos.

Es una manera un poco pesimista de verlo pero, en el fondo, algo de eso hay. Europa es un territorio que ni siquiera puede ser considerado un continente porque para serlo le sobraría Asia y lo cierto es que estamos pegados a ellos. Pero  lo que sí ha sido Europa, a lo largo de la Historia, es una frontera natural entre Oriente y Occidente y como tal una encrucijada de culturas y ha sido eso lo que nos ha hecho progresar, sobre todo cuando ese encuentro se ha desarrollado atendiendo a fines cooperativos. En los últimos siglos, sin embargo, parece que tengamos propensión al conflicto antes que a la cooperación y es justamente eso lo que produce desarraigo y desafección y, más que en Europa, es algo que podemos ver en el continente americano donde todo ese proceso se ha hecho de manera mucho más acelerada y donde aún persisten pueblos a los que les cuesta integrarse o que, directamente, son marginados. Lo peor, sin embargo, es que teniendo todo ese bagaje, sigamos incurriendo en los mismos errores.

Ambientar «Europa» en una época imprecisa y en un momento indeterminado ¿es una invitación al lector para que complete el relato?

Cuando uno utiliza una referencia muy concreta a la hora de enclavar su relato en una época y en un lugar determinados, el lector ingresa en la novela sugestionado por las connotaciones que para él atesora ese escenario. Si yo comenzase mi relato con las palabras “Berlín, 1945” me ahorraría tener que explicar muchas cosas, pero al mismo tiempo limitaría el alcance de lo que estoy contando. Cuando escribo ficciones busco impedir que eso suceda, no quiero que el lector traiga sus referencias del mundo real, prefiero crearlas para él porque además eso me permite reforzar la idea de que lo que evoco en la novela viene a ser un reflejo de lo sucedido en muchos lugares en épocas históricas muy distintas.

Otra de las cosas que llama la atención de esta novela es cómo va captando la atención del lector a través de un lenguaje de frases cortas, tajantes. Casi podría hablarse de minimalismo expresivo. ¿Es algo que tiene que ver con sus inicios en el relato breve?

Yo creo que sí, que es algo que arrastro desde que empecé a escribir cuentos también un poco influida por el lenguaje cinematográfico, siempre que pienso en el relato lo hago como si cada capítulo del libro fuera una secuencia compuesta, a su vez, de varios planos que tiene su propia autonomía y que solo adquiere entidad narrativa a posteriori, al ser ordenadas o montadas. Yo tengo una visión poética de la narrativa que me aleja conscientemente del canon decimonónico donde siempre hay un narrador omnipresente que lo sabe todo de los personajes. Ese es un tipo de novela que, según yo, está en decadencia víctima de su propio éxito comercial.

 

«Siempre hay turbiedad en lo que narro»

¿Por qué será que para construir una alegoría sobre Europa siempre acudimos a un escenario bélico con grandes tensiones sociales como telón de fondo?

Quizá porque en Europa ese clima de conflicto es algo que se permite. En otros lugares, no existe ni siquiera la posibilidad de coexistir al carecer de las herramientas necesarias para propiciar la integración de los pueblos y de los individuos y para dirimir sus disputas. Yo soy de naturaleza optimista y creo que mi novela también lo es porque Heda, una vez que asume que la asimilación es un camino de descubrimiento, consigue culminarlo sin tener nada que reprocharse.

 

Pero en Heda se percibe una cierta voluntad de sacrificio.

Puede ser. A mí me cuesta mucho escribir sobre situaciones que admitan una única lectura. De hecho, siempre procuro que en lo que narro haya espacios de turbiedad que dejen al lector sumido en la incertidumbre. Soy una enemiga acérrima de las novelas que lo dan todo hecho.J. I