Anjel Ordóñez
Periodista
JO PUNTUA

Malebolge

En el Infierno están de obras. Lo sé de buena tinta. Me refiero al averno que Dante Alighieri describiera hace siete siglos, con lujo de detalles y en terza rima, en su «Divina Comedia». El de los nueve círculos. Y hablo en concreto del Malebolge, el quinto foso del octavo círculo, en el que penan eternamente los corruptos y, en general, los que se aprovechan de un cargo público para lucro y provecho propio o de sus allegados. Están de obras, ya se imaginan, porque necesitan urgente ampliación visto lo alarmista de las previsiones de ocupación. Y, además, buscan personal. Los reos de esta fosa viven en un lago de brea hirviendo del que no pueden salir, y que está custodiado por diablos armados con garfios que les impiden escapar del txapapote. Pues eso, que están a falta de diablos. La paga no es mala, pero la compañía...

En el Estado español, con una tasa de paro superior al 18% y una precariedad laboral sin precedentes (más de 3,7 millones de trabajadores cobran menos de 300 euros al mes), la principal preocupación ciudadana es la corrupción política. Y no es de extrañar. En los siete últimos años, casi 11.500 personas han sido detenidas o investigadas por causas relacionadas con corrupción política. De ellas, más de 1.400, procesadas por blanqueo, prevaricación, cohecho, falsedad, malversación, tráfico de influencias... y una lista de delitos que da para calentar muchos, muchísimos litros de alquitrán.

Lo curioso e indignante es que, a pesar de las dimensiones, la Justicia siga abordando este fenómeno desde un punto de vista individual, cuando ya hace tiempo ha quedado demostrado que la corrupción política y administrativa obedece a un sistema estructural, organizado y fácilmente identificable en sus máximas responsabilidades. Y aunque algunos jueces empiezan a hablar tímidamente de conductas asimilables a las de una «organización criminal», la magnitud, diversidad varietal y arraigo geográfico de la conducta delictiva ponen negro sobre blanco que la corrupción, en realidad, es parte intrínseca del ADN del Estado. Herencia infecta, pero aceptada de buen grado, del régimen anterior.

Recuerden, faltan diablos.