Ejércitos de samuráis culturales
Entrenarse cada día para saber controlar las frustraciones y convertirlas en fuerza creadora debería ser una de las disciplinas obligatorias en todas las materias culturales. Propongo un ejército de samuráis bien entrenados para detectar el movimiento del aire provocado por una nota mal interpretada por una arpista en éxtasis; podrían convertir nuestras vidas en un paraíso de la sensualidad, la tolerancia y el buen gusto. La actual situación de desarraigo y falta de rigor me confieren un perfil sobrevenido de moralista y elitista. Me siento un eterno insatisfecho, como un adolescente que descubre al genial Vasili Kandinsky. Ese es mi estado de reposo.
Porque cuando quiero alzar la voz, volverme activista, me aparece una segunda personalidad condescendiente, comprensiva con lo existente, y me siento cómplice de la actual situación general. Entre el conformismo y la apatía; rendidos a la nada, a lo efímero por espumoso; al trágala de leyes y reglamentos, funciones y disfunciones de instituciones que deben reconsiderar su propia actividad, pero que nadie parece dispuesto a señalar. Como dicen los apátridas de siempre con vestuario casual: hay que empoderarse del relato. ¿Corto, breve o mediano? ¿De ficción, autoficción o de confesión? ¿En endecasílabos o prosa administrativa inclusiva?
Otro ejército de samuráis debería recorrer esferas concéntricas de columnistas, dramaturgos, directoras, bailarines, acordeonistas, pintoras y esculturas para al menor desliz de tópicos y lugares comunes les hicieran seguir una kata con sable.