Tan solo quedan fantasmas
La quinta entrega de la franquicia “Piratas del Caribe” pone de manifiesto el agotamiento de una fórmula cuyo arranque sorprendió a propios y extraños gracias a su equilibrada combinación de cine de aventura y efectos digitales de última generación y, sobre todo, por la surrealista caracterización que llevó a cabo Johnny Depp.
Con el paso del tiempo, los tics del capitán Sparrow han acabado por devorar a un personaje que, si el sentido común no lo impide, está condenado a ser una caduca vedette de los mares del sur. En cuanto a la trama poco o nada aporta a un imaginario en el que la irrupción de lo fantástico –más concretamente los efectos especiales– en el universo pirata se ha convertido en una seña de identidad que ha lastrado por completo el concepto clásico de cine de aventuras.
Buen ejemplo de ello es la realización mecánica del dúo de cineastas formado por Joachim Rønning y Espen Sandbergh los cuales se han limitado a rodar un espectacular y apabullante circo de efectos digitales más cercano a la atracción Disney que inspiró la primera entrega que a la alegría insurgente y burlona que siempre tendemos a asociar a este tipo de películas que enarbolan la bandera negra.
Tras los discretos resultados de taquilla que cosechó la cuarta entrega, nadie daba un doblón por la resurrección de esta oferta que ha sido reflotada con la clara intención de exprimir al máximo a Jack Sparrow. Una empresa difícil que ha sido posible gracias a la presencia de un caricaturesco e inquietante Javier Bardem transformado para la ocasión en azote de piratas. Unido a la poderosa presencia de Bardem, el filme incluye entre sus virtudes la interpretación de Kaya Scodelario y secuencias un tanto desaprovechadas como la del robo o la guillotina. Ateniéndonos a la gran importancia que ha tenido el departamento de efectos visuales, merece la pena destacar la estructura esquelética del barco capitaneado por Salazar y la inquietante manada de tiburones pútridos que siguen la estela errante del cazador de piratas.