La inesperada virtud de la invisibilidad
Seguramente se lo habrá cruzado cien veces por la calle; seguramente habrá intercambiado con él un par o dos de frases de cortesía... seguramente estará en deuda con él. Y él con usted. Seguro que no se habrá dado cuenta de nada de todo esto. Es precisamente por este motivo que Norman Oppenheimer, protagonista de esta función, ha sido capaz de llegar tan lejos en esta vida... y es exactamente por esta misma razón, que el hombre teme que en cualquier momento, si se despista, vaya a desvanecerse de la faz de la Tierra. Lo nota, lo teme, lo presiente. Mira alrededor y entra en crisis de pánico cuando ve cómo el imperio de amistades, influencias y favores cruzados que ha construido a su alrededor, no va a sentir lo más mínimo su inminente desaparición.
El nuevo trabajo del israelí Joseph Cedar es un paso adelante en el desarrollo de sus propios postulados cinematográficos. Quien no hace tanto presentara sus películas en la sección oficial de festivales tan importantes como Cannes o Berlín, ha caído ahora en una especie de anonimato, avatar que, para más inri morboso, le viene como anillo al dedo a la historia narrada. Tanto a escala micro como en un tamaño más macro, “Norman, el hombre que lo conseguía todo” vive siempre de la contraposición. Entre la fama y el anonimato. Entre el ascenso y la caída. Entre el drama y la comedia. Entre la dirección y el guion.
Como era de esperar, Cedar vuelve a mostrarse como un excelente escritor... y como un realizador cinematográfico algo torpe. No por una puesta en escena que, ciertamente, destaca por lo atractiva a la vista que se muestra en todo momento, sino más bien por lo mal que esta lee el texto. Es así como el envoltorio amenaza constantemente con tapar demasiado un contenido que, vista su sorprendente capacidad para herir, a lo mejor merecía brillar mucho más.