Víctor ESQUIROL
CRÍTICA «Pieles»

La piel que evito

Una de las revelaciones más impactantes que nos ha dado el cine español en lo que va de 2017, es sin lugar a dudas la de Eduardo Casanova. Esta cara archiconocida del panorama televisivo se ha ido labrando, a lo largo de los últimos años, una estimable reputación como director de cortometrajes. Piezas que van desde los tres a los quince minutos, y en las que siempre se puede reconocer, sin excesivos esfuerzos, la influencia de grandes autores del cine contemporáneo. En la estética, en los temas tratados, en la mirada que se les dedica... el universo de Casanova está compuesto por infinitas pieles, mal pegadas (ahí está la gracia) las unas con las otras, hasta formar un cuerpo tan deforme (ídem) como único.

No es de extrañar que la criatura esté batiendo récords de precocidad. A los 25 años de edad, consigue que Álex de la Iglesia, ni más ni menos, le produzca su primer largometraje, y que este se presente en la sección Panorama del Festival de Cine de Berlín, escenario de lujo donde, como no podía ser de otra manera, se convierte en uno de los temas más comentados. Nacido para ser y hacerse viral.

“Pieles” es la síntesis perfecta del cine que Casanova lleva tiempo pregonando desde el formato corto. Sin arcada no hay carcajada. Así de sugerente y malinterpretable. El joven cineasta hace un ejercicio de “vidas cruzadas” y sigue de cerca a una serie de personajes marcados por sus aberrantes taras físicas. Lo bueno (o lo malo, dirán otros) es que las intenciones no quedan claras, más allá de agitar la conciencia (y las tripas) del espectador. Todo de forma muy bestia, sin ningún tipo de concesión a posibles almas sensibles desprevenidas. Bendita provocación. A este cruce bastardo entre John Waters, Carlos Vermut, Todd Solondz y Paco León (imagínense) le queda mucho por andar y por mejorar, pero sin duda tiene madera, maneras y, claro, piel de gran director.