Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Testigo»

El que escucha

El primer trabajo en formato largo de Thomas Kruithof cuenta con un buen puñado de elementos atractivos que hacen que la irregularidad que asoma en su recta final no provoquen el descarrilamiento de una historia inteligente. El principal acierto que ha demostrado el cineasta radica en que en momento alguno pretende ocultar las fuentes de las que bebe un guion pòr el que transitan los ecos de Kafka y la insalubre y enloquecedora opresión que Francis Ford Coppola imprimió a su magistral “La conversación”. Mucho más calmado que Gene Hackman en su particular descenso a los infiernos de la locura coppoliana, el personaje encarnado con una desarmante sobriedad por François Cluzet personifica a esta tipología de personas anónimas y grises cuyas rutinas se alteran por completo a resultas de un encargo o situación enigmática.

En esta ocasión, el alcohólico, parado y solitario protagonista aceptará el encargo de encerrarse en un piso vacío para transcribir sobre papel una serie de conversaciones. Llegados a este punto, el estilo y las intenciones encuentran su principal fuente inspiradora en esos requiebros angustiosos que Philip K. Dick regalaba a sus personajes cada vez que chocaban frontalmente con lo que se ocultaba tras una fachada aparentemente normal y es en esta tesitura en la que topamos al protagonista de “Testigo” cuando aceptado el trabajo, se ve inmerso en una telaraña tejida por los servicios secretos. Es una lástima que este interesante planteamiento pierda fuelle en un tramo final en el que las raíces del género polar se diluyen en beneficio del thriller de reminiscencias hollywoodenses. En beneficio de Kruithof  cabe destacar que se perfila como un realizador que sabe sacar provecho de escenarios limitados y de personajes perfilados con detalle, lo cual dice mucho de un realizador que si bien no sorprende, al menos se muestra eficaz.