EDITORIALA
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Baiona o Errenteria muestran el sentido de un proceso complejo

Dentro de las experiencias de resolución de conflictos políticos, la transformación del conflicto vasco está siguiendo caminos poco canónicos, pero muy interesantes y profundamente disruptivos respecto a la manera en la que se ha desarrollado la confrontación política entre la nación vasca y los estados. Quienes mejor lo entiendan, transmitan confianza, adapten plazos, tejan alianzas, construyan un relato adecuado y gestionen esos escenarios tendrán una posición más favorable para liderar los cambios que, inevitablemente pero sin posibilidad de determinar de antemano su sentido y grado, devendrán de este proceso complejo.

El protagonismo de la sociedad civil de Ipar Euskal Herria, primero en el desarme y ahora en el tema de presos y las medidas de excepción, o los pasos dados en la cuestión de víctimas, memoria y reconciliación en pueblos como Errenteria de la mano de las corporaciones municipales, son ejemplos excepcionales del desarrollo de ese proceso de cambio fundamental.

Recurrir a esquemas utilizados durante las décadas anteriores dificulta ver esos desarrollos. A falta de un acuerdo que cambie formalmente los parámetros del conflicto, el ventajismo de lo establecido, de quienes ostentan privilegios políticos en este sistema de escaso nivel democrático, junto con la falta de ambición y liderazgo de una parte importante de nuestra clase política, ha provocado en ciertos momentos una sensación de impasse y frustración. El PP acertó tomando a los presos políticos como rehenes y estableciendo ahí su trinchera para bloquear el cambio de fase. Ha costado mucho trabajo comenzar a darle la vuelta a ese bloqueo.

Más allá del relato oficial, es importante ponderar la dimensión del cambio que se vive en Euskal Herria y sus potencialidades emancipadoras. El contraste con otros posibles cursos de acción durante este periodo ofrece elementos de juicio. Lo excepcional del caso español está obligando a la sociedad civil vasca a abrir vías que pueden ser más fructíferas que las tradicionales.

Una normalidad ambiciosa y a la altura de país

Los procesos de paz clásicos, desde Sudáfrica hasta Colombia, pasando por Irlanda, parten de un acuerdo negociado entre las dirigencias de ambas partes y se desarrollan dentro de plazos consensuados. Ofrecen una serie de eventos que, periódicamente, marcan públicamente que ese proceso avanza, se estanca o peligra. Siguen pautas reconocibles y relativamente claras. Evidentemente, en Euskal Herria no ha habido nada de esto. Ha habido que reinventar métodos, agentes y plazos. Perdido el primer momentum, el impulso inicial que supuso Aiete y la respuesta inmediata de ETA, haber logrado nuevos catalizadores de un proceso en estas condiciones es de por sí impresionante. Hay que recordar que, de la hoja de ruta que dibujaba Aiete, las partes que los agentes vascos podían desarrollar, desde ETA hasta la sociedad civil, han tenido avances relevantes.

Un proceso de paz tradicional marca también logros parciales y finales que posibilitan la evaluación de lo logrado. Los expertos explican que la implementación de los acuerdos es tanto o más difícil que la firma de los mismos. En esos procesos se suelen dar efectos perversos, como estamos viendo ahora en el norte de Irlanda, donde el statu quo logrado en el primer golpe de los acuerdos se quiere establecer como nueva normalidad, no como transición hacia un escenario de igualdad y democracia, sino como estación final.

En otra escala, algo de esto ha habido también en Euskal Herria. Se ha intentado establecer la versión más pobre de un cambio objetivamente histórico. Frente a un nuevo escenario basado en el principio rector de «todos los derechos para todas las personas» se ha impulsado una «nueva normalidad» limitada a «la anterior sin ETA». Sin entrar a la pobreza de este esquema, la necedad del Estado español aborta cualquier opción asumible de esta idea, como demuestra el caso de Altsasu o el sadismo con los presos enfermos.

Por contraste, la misión de la sociedad civil vasca que mañana estará en París defendiendo el fin de las legislaciones de excepción o el ejemplo de Errenteria ofrecen pautas para un cambio político profundo y enriquecedor. Empezando por la prevalencia de los derechos humanos y la justicia. La actitud honesta de sus protagonistas, actuando en conciencia y dando la mejor versión de sí mismos, resulta inspiradora. No solo tratan temas del pasado, también marcan un futuro diferente.