D.G.
FESTIVAL DE JAZZ DE GASTEIZ

MÁS PALMAS QUE EMOCIÓN

EL CONCIERTO DEL MARTES EN MENDIZORROTZA FUE UN ÉXITO DE PÚBLICO Y DISCURRIÓ A LA PERFECCIÓN, DENTRO DE UN GUION PREVISIBLE QUE REMITIÓ A EDICIONES ANTERIORES.

Confieso que el góspel no es una de mis debilidades, tal vez sea un tema generacional: soy poco ortodoxo y me cuesta menos encontrar el poso espiritual en músicos como Jeff Buckley o Mark Lanegan. Y qué vamos a hacerle, también me encanta que me sorprendan y rara vez encuentro riesgo o novedades en estas noches dedicadas al género en cuestión.

Sobre el papel todo es perfecto: voces potentes empastadas formidablemente. El góspel no molesta a nadie, no hace falta ser un experto para disfrutarlo, nadie se siente excluido ni ignorante. No dejan de ser canciones con estrofa y estribillo, no ocurre lo mismo con ciertas propuestas que ponen a prueba la paciencia del oyente inexperto. No hace mucho el cuarteto de Wayne Shorter ofreció aquí mismo un asombroso concierto que incomodó a much@s espectador@s, ajen@s a lo que estaba ocurriendo. Demasiado jazz, supongo. Una reacción normal hasta cierto punto.

El concierto del martes en Mendizorrotza fue un éxito de público y discurrió a la perfección; Vanessa Dukes lidera el sexteto de las hermanas Brown –les acompaña Jason Tyson, excelente al órgano Hammond– y conoce bien cómo sazonar su espectáculo con los clichés preferidos por el público europeo, guiños que se sucedieron con regularidad a lo largo de la tarde-noche. Con una primera mitad pegada a la ortodoxia, y una segunda parte algo más desatada donde la atmósfera se tiñó de soul por momentos –gracias a concesiones al canon popular como “Up where we belong”–, el recital no escatimó en invitaciones a la participación del público, que respondió con regocijo y complicidad. Tod@s content@s y, sin embargo, la inevitable impresión de haber asistido al mismo espectáculo y el mismo repertorio de tantas otras veces, el mismo simulacro ceremonial: “Amazing Grace”, “When the saints go marchin’ in”, “Oh happy day”… El “Blues de Punxsutawney”, el Día de la Marmota. Da qué pensar. No recordamos las cosas de manera objetiva, sino a través del rastro emocional que dejan en nosotros. Por eso tratamos de revivir una y otra vez aquel recuerdo idealizado, en lugar de experimentar algo nuevo. Nos conformamos con visitar la tienda de souvenirs del museo, en vez de observar las obras que contiene. O nos apegamos a lo que ya conocemos, porque preferimos reafirmarnos a cuestionarnos. Un consejo: la mejor manera de adquirir nuevos recuerdos que valga la pena recuperar en el futuro tal vez sea desnudarse de prejuicios y arriesgarse a ser sorprendido por cosas nuevas y diferentes a lo que ya conocemos.