¿Euskal Herria o Kostalandia?
Un hecho que consideramos esencial a la conciencia vasca es conocer nuestro proceso. Nos llena de autoestima revisar los datos de los etnólogos que nos hablan de ser un pueblo antiquísimo. Y comprobar que ha tenido continuidad a lo largo de los siglos. Ya los romanos nos denominaban «vascones». Los escritores posteriores llamaron «reyes de los vascones» a los reyes navarros. Ulteriormente la gente vasca defendió su autonomía de gobierno hasta generar en el siglo XIX las guerras carlistas frente al centralismo de los Borbones. Pocos años más tarde llegaron las proclamas nacionalistas de Arana. Y sucesivamente surgieron los partidos políticos y movimientos de liberación. Un continuado proceso que fecunda la fe en nosotros mismos.
Hay, sin embargo, un ingrediente escabroso. Tras beber nuestra ideología e identidad en ese proceso, se da la circunstancia de que miramos este país nuestro ante todo desde la costa y tierras adyacentes. Miramos Euskal Herria en el mapa pero el país que llevamos pegado en la mente es simplemente «Kostalandia». ¿Resulta exagerado afirmarlo? Vamos a hacer un par de viajes hacia el Ebro, ahora que estamos en verano, para comprobar si esas tierras forman parte de nuestra percepción habitual. Desde luego, también podríamos visitar otras zonas pero hoy vamos a ceñimos a estas.
Partimos del norte costero, pasamos por la que fue conflictiva y hasta trágica autovía de Leizaran. Cruzamos las Dos Hermanas y entramos en la cuenca de Pamplona que oscila entre montañas relativamente suaves. Hasta aquí todo conocido. Vayamos más adelante. Al llegar a Tiebas, a punto de dejar la cuenca, vemos a la izquierda, las ruinas de un baluarte levantado hace ochocientos años. ¿Lo sabíamos?
Salimos a la llamada «Zona Media». Miramos atentamente. A la derecha asoma el cerco de Artajona. Un conjunto amurallado de hace casi mil años, con nueve torreones unidos por un camino de ronda. Seguimos. Dejamos Pueyo, edificado en un alto, para protegerse, también él, frente a invasores. Seguidamente Tafalla, que al parecer significa en árabe «donde comienzan los cultivos», y a cuyos vecinos dieron título de «nobles, leales y esforzados» en 1043. Torcemos a la derecha y, al rato, echamos una mirada a un pueblo que, en origen, estaba también edificado en lo alto del monte. Por eso le llamaron Pietra Alta, o sea, Peralta.
Giramos hasta Marcilla, para seguir hacia el Ebro. Tierras abiertas por una parte y otra. Campos de mies, huertas, frutales. Kilómetros y kilómetros. Pasamos junto a Villafranca, dejamos a la derecha Milagro, también en una elevación del terreno, y tras cruzar Castejón, tenemos delante Tudela. Hay partes en ella que recuerdan la época romana, y la musulmana que duró más de cuatro siglos, así como tramos de la población judía. A continuación llegamos hasta Cascante, en los lindes de Navarra. Es notoria la impronta que tuvo la época musulmana en el sistema de regadío. Y la instalación de trujales para la obtención de la oliva. Al parecer, en Cascante hubo la primera fábrica de cerillas desde mediados del siglo diecinueve. Un vecino nos dice «somos el culo de Euskal Herria».
Preparamos otro viaje. Salimos de nuevo desde la costa, y cruzamos la cuenca de Pamplona, pero esta vez subimos hasta el Perdón. Descendemos hacia Puentelareina donde se encontraban dos caminos que iban a Santiago. Seguimos hasta Estella con sus numerosos barrios o zonas, que echó a andar hace mil años por la creciente afluencia de peregrinos y mercaderes que iban por ese camino de Santiago. Continuamos, dejando a la izquierda el monasterio de Iratxe, que arranca ya en el siglo VIII, y Montejurra, lleno de historia como refugio de carlistas. Poco después pasamos junto a Villamayor con el castillo de Monjardín a unos 900 metros de altura, el último reducto mantenido en su día por los musulmanes.
Y de nuevo nos vemos inmersos en una superficie llena de cereal, viñedos, olivares, maíz, alfalfa, huertas. Se divisan docenas de pueblos. Con menos habitantes que hace décadas. No porque la gente ha escapado de la tierra sino porque las nuevas técnicas de labranza necesitan menos personas para las tareas del campo.
Viana es la última población de cara al Ebro. Resulta sorprendente mirar sus murallas. Como si la historia, olvidada por los habitantes de Kostalandia, estuviera quieta allí, por si alguien se siente curioso y a la vez huérfano de datos. Parecidamente, pero con mayor sorpresa, nos toparemos –si giramos hacia la izquierda– con Labraza, una pequeña población todavía hoy amurallada.
Volvemos a la costa. Llevamos imágenes en la memoria que nos impactan. Y que no aparecen en los discursos de nuestros representantes, ni reciben concentraciones de nacionalistas, ni asoman sino raramente en nuestros periódicos y revistas. Cuyos pueblos no sabíamos siquiera situar cuando alguien citaba sus nombres.
¿Seremos capaces alguna vez de meter esta zona del «País Vasco» en nuestra mente, en nuestra ideología y discursos? Vamos a decirnos, de momento, una sencilla verdad. No podemos requerir que esa gente vasca nos mire si no sabemos mirarla. No podemos soñar con un País Vasco cohesionado si no lo visualizamos. No podemos llevar en las manos el euskera y nuestro sentido de identidad, si no metemos en nuestra reflexión y perspicacia la superficie, la dinámica, la auto percepción que tienen los vascos-habitantes de esas amplias tierras. Ni debemos centrarnos en hablarles de que ellos son vascos. La tarea básica de momento es empezar a visualizarlos, a conocerlos, a comprenderlos, a apreciarlos profundamente. Mientras no llevemos a cabo esa tarea dejemos ese querido nombre de abertzales que nos damos, y tomemos el apelativo de «kostazales». ¿Ya tenemos gente que hace allí difíciles labores de captación? Una maravilla de personas. Pero la mayoría de los costeros debemos perder de una vez el prurito de captar. De fascinar. Hasta que nos sintamos de veras captados-fascinados por la Zona Media y la Ribera.