Una buena noche de ópera a pesar de todo
Cuántas veces habremos asistido a representaciones con un elenco ideal, una esforzada dirección teatral, escenografías y figurines espectaculares y que, a pesar de todo, carecían de magia. Sin embargo, estas “Bodas de Fígaro” donostiarras, con una producción que cojeaba en tantos apartados, logró prender la chispa de una buena noche de ópera. Su mayor hándicap fue la escenografía, parca en exceso, por no decir bordeando lo cutre con ese falso telón pintado que enmarcaba la acción. Los vestidos eran originales y coloridos, pero no lograron abstraernos de un escenario demasiado pobre.
Tampoco entre las voces había, a priori, grandes especialistas mozartianos, salvando el Fígaro de Simón Orfila, quien lleva muchos años defendiendo este rol a un gran nivel y en Donostia volvió a mostrar sus tablas. Lucas Meachem fue un conde dulzón, pero no por ello dejó de dibujar un personaje creíble y con marcada vis cómica. La Susanna de Katerina Tretyakova fue enérgica y muy bien actuada, aunque con una línea de canto algo rígida. La Duquesa de Carmela Remigio fue lánguida en exceso, y el Cherubino de la donostiarra Clara Mouriz una grata sorpresa, a pesar de la visión histriónica del personaje. Y, sin embargo, el entendimiento que había entre este grupo dispar de cantantes, su complicidad en escena, su coordinación y detalle en los muchos y maravillosos concertantes, fue excelente y embaucó a la parte del público capaz de olvidar lo superficial para dejarse atrapar por el buen teatro. Mérito, quizá, de Yi-Chen Lin, directora formada en Viena que aplicó un criterio estilístico impecable a la partitura de Mozart, logrando un rendimiento muy notable de la Orquesta Sinfónica de Euskadi.