EDITORIALA
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Ni opciones buenas, ni respuestas fáciles

En su sexto ensayo nuclear subterráneo, Corea del Norte ha detonado una bomba de hidrógeno de un «poder destructivo sin precedentes», diseñada para ser transportada en un misil balístico intercontinental. El dispositivo termonuclear provocó un potente terremoto y llegó a sentirse en la ciudad china de Jilin y en la rusa de Vladivostok, aunque aún no hay confirmación de que hubiera habido fugas radioactivas. Horas después, Pyongyang confirmaba haber cumplido «con éxito» el ensayo y afirmaba haber completado el «poder nuclear de la nación». A pesar de décadas de sanciones, aislamiento internacional y operaciones encubiertas, Corea del Norte se habría convertido así en un Estado dotado del arma nuclear y, de facto, habría logrado entrar en el selecto club internacional que las posee.

Las reacciones no se han hecho esperar. Mientras Trump, que tras haber amenazado a Pyongyang con «ira y fuego» movió a sus generales para desescalar el conflicto, respondía con un «ya veremos» a la posibilidad de declarar la guerra, chinos y rusos daban prioridad a la diplomacia y al diálogo directo con el liderazgo norcoreano, sin la condición previa del desarme y enfocándolos a disuadir todo intento de usar o compartir esas armas nucleares. El mundo contiene la respiración y suspira para que un error de cálculo de dos líderes impulsivos que se afanan en mantener su imagen de «hombres de puño de hierro» y usan una retórica de guerra que, aunque diferente, rima a menudo, no desencadene una guerra nuclear.

No hay opciones buenas, ni respuestas fáciles. Ni una nueva «guerra de Corea», ni una solución a golpe de tweets, ni persistir en el error de las fallidas políticas de sanciones y aislamiento. Mente fría, razonamiento sobrio, diálogo directo y principio de realidad, que entre otras cuestiones significa aceptar el hecho de que Corea del Norte tiene armas nucleares. Cualquier otra decisión podría acarrear una catástrofe y el sacrificio de millones de vidas.